OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (507)

Cristo en majestad

Hacia 1405

Praga, República Checa

Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números

Homilía XV (Nm 22, 31-41; 23, 1-10)

Recordar a Sión 

1.4a[1]. "Desde Mesopotamia -dice- me llamó Balac, rey de Moab, desde los montes del Oriente” (Nm 23,7 LXX). Llama Mesopotamia a la tierra que está situada entre los ríos de Babilonia, acerca de los cuales se escribe: “En las orillas de los ríos de Babilonia, allí nos sentamos y lloramos, mientras recordábamos a Sión” (Sal 136 [137],1). Si, por tanto, alguien estuviere entre estos ríos de Babilonia, si alguien fuera inundado por las mareas del placer y bañado por los ardores de la lujuria, éste no se dice que está de pie, sino que se sienta; y por eso, los que estaban allí prisioneros, decían: “Sobre las orillas de los ríos de Babilonia nos sentamos y lloramos, mientras recordábamos a Sión”. Pero no pueden llorar sin antes de acordarse de Sión; puesto que es el recuerdo de los bienes el que hace lamentables las causas de los males. En efecto,  no ser que uno se acuerde de Sión, a no ser que contemple la ley de Dios y los montañas de las Escrituras, no comienza a llorar sus males.

Las montañas de Mesopotamia

1.5. Desde estos ríos, entonces, es llamado Balaam, y desde estas montañas de Oriente se le invita. Estas montañas no son aquellas montañas santas de las que está escrito: “Sus fundamentos están sobre las montañas santas”, y también: “Jerusalén, que está edificada como ciudad, con cuya distribución forma un conjunto” (Sal 121 [122],3); “las montañas alrededor de ella, y el Señor alrededor de su pueblo” (Sal 124 [125],2). No son así las montañas de Mesopotamia, sino que son de las que se dice: “Montañas tenebrosas” (Jr 13,16), y sobre la que también se dice: “He aquí que voy a ti, montaña corrupta” (Jr 28,25). Éstas son las montañas en las que se encuentra “toda altura que se yergue contra la ciencia de Dios” (2 Co 10,5). Desde esas montañas, por consiguiente, se hace venir a este Balaam.

Balaam no estaba iluminado por Dios

1.6. Según son esas montañas, así también el Oriente (donde) están. Porque tiene asimismo el nacimiento de su luz aquel que se disfraza como de ángel de la luz (cf. 2 Co 11,14), puesto que posee aquella luz de la que está escrito: “La luz de los impíos se extinguirá” (Jb 18,5). Y, así como esta luz de los impíos y aquella que se disfraza como de ángel de la luz es contraria a aquella Luz que decía: “Yo soy la luz del mundo” (Jn 8,12), así también este Oriente es contrario a aquel Oriente del que está escrito en Jeremías: “He aquí un hombre cuyo nombre es Oriente” (Za 6,12). De los confines, por tanto, de aquel Oriente, y no de éste venía Balaam, iluminado sin duda por aquel Lucifer, sobre el que se dice: “¿Cómo cayó del cielo Lucifer, que se alzaba por la mañana?” (Is 14,12 LXX).

Maldiciones y supermaldiciones

2.1. Pero veamos qué le dice Balac, rey de Moab, que le ha hecho venir de entre los dos ríos, de los montes de Oriente: “Ven -dice-, y maldíceme a Jacob, y ven, maldíceme a Israel” (Nm 23,7). -En la lengua latina, la repetición que dice: “Maldíceme a Jacob, y maldíceme a Israel” parece casi superflua; pero hay en el texto griego, en lo que respecta al nombre[2] de Israel, un prefijo añadido al verbo maldecir, que nuestros traductores omitieron, o por creer que era fórmula menos correcta o por estimar que a partir de ella no se podía añadir ninguna fuerza a la dicción. Sin embargo, nosotros, aunque contra costumbre, acuñamos un neologismo para recoger todo el sentido. Puede, por tanto, decirse: “Ven, maldíceme a Jacob, y ven, supermaldíceme a Israel”-. Por lo cual se muestra que, por la expresión repetida, Balac parece reclamar con fuerza más firme y mayor vehemencia la maldición contra Israel que contra Jacob. Porque, mientras uno es solo Jacob, esto es, dedicado a las acciones y a las obras, se le combate con maldiciones inferiores; en cambio, cuando ha progresado y ha comenzado ya a estimular e incitar al hombre interior (cf. Rm 7,22), para ver a Dios por la iluminación del ojo del alma[3], entonces será atacado por el enemigo no solamente con maldiciones, sino también con supermaldiciones, esto es, con dardos de maldiciones más vehementes.

Balaam no tenía la palabra de Dios en el corazón, sino solamente en la boca

2.2. Pero entonces la boca de Balaam estaba ciertamente llena de “maldición y amargura, y bajo su lengua había fatiga y dolor; y se sentaba en insidias con los ricos” (Sal 9,28). Esperaba, por tanto, la paga del rico rey, para matar a escondidas a los inocentes (cf. Sal 9,29). Pero Dios, que siempre hace maravillas solo (cf. Sal 135 [136],4), realiza la salvación mediante los enemigos, porque introduce la palabra en su boca (Nm 23,5), aunque su corazón aun no pueda comprender la palabra de Dios. Puesto que todavía estaba en su corazón el ansia del dinero, por lo cual incluso después de haber tenido la palabra de Dios en su boca, decía a Balac: “Ven, y te daré un consejo” (Nm 24,14), y le enseñaba cómo promover el escándalo a la vista de los hijos de Israel, para que comieran de lo inmolado a los ídolos y fornicaran. Por lo cual cayó el pueblo y le sobrevino una gran plaga, hasta que Fineés, haciendo perecer a un israelita que fornicaba con una madianita, aplacó el furor del Señor (cf. Nm 25,8). Y después de esto, dice, Fineés condujo el ejército contra los madianitas, y mataron a doce mil hombres[4], incluido Balaam, hijo de Beor, con la espada (cf. Nm 31,8).

Pero hemos introducido estas cosas antes de tiempo, a modo de digresión, para mostrar que Balaam no tuvo la palabra de Dios en el corazón, sino solo en la boca. Mientras tanto, lo que pronunciaba, aquello que hablaba, lo hablaba por la palabra de Dios, y por eso lo que dice es palabra de Dios.



[1] Subdivisión que no se encuentra en la ed. de SCh.

[2] Lit.: bajo el nombre de Israel (sub nomine Israel).

[3] Revelato mentis oculo, que también podría traducirse: por la revelación del ojo de la inteligencia (o del espíritu).

[4] Estos doce mil son los israelitas que tomaron parte en el combate, no los que mataron. Se trata de una inadvertencia (SCh 442, p. 202, nota 1).