OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (502)

La madre de los Zebedeos intercede por sus hijos ante Jesús

Boceto

Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números

Homilía XIV (Nm 22,15-28)

“Dios no hizo la maldad”

2.1. Entre tanto decimos que, por cierta disposición y sabiduría de Dios, de tal manera están dispuestas las cosas en este mundo, que no hay nada absolutamente inútil ante Dios, sea eso malo o sea bueno. Pero expliquemos más claramente lo que decimos: Dios no hizo la maldad; sin embargo, pudiendo impedir que fuera inventada por otros, no lo prohíbe, sino que, con los mismos que la tienen, usa de ella, para las finalidades necesarias. Porque mediante aquellos en los que hay malicia, vuelve luminosos y probados a cuantos tienden a la gloria de las virtudes. De hecho, si desapareciera la malicia, no habría quien se opusiera a las virtudes. La virtud que no tiene algo contrario, no iluminaría ni se haría resplandeciente y mejor probada. La virtud que no es verdaderamente probada ni examinada, no es ni siquiera virtud. Pero estas cosas, si se dicen sin los testimonios de las palabras divinas, aparecerán más bien como rebuscadas por creaciones de arte humano, que como realidades verdaderas e incontestables. Investiguemos, entonces, si también los libros divinos contienen un pensamiento semejante.

La historia de salvación supera la maldad humana 

2.2. Tratemos sobre José. Quita la malicia de sus hermanos, quita la envidia, quita toda aquella maquinación fratricida con que mostraron su crueldad hacia su hermano, hasta venderlo. Si quitas esto, mira cuánta dispensación de Dios suprimes a la vez, porque suprimes al mismo tiempo todas aquellas cosas que mediante José fueron realizadas en Egipto para salvación de todos (cf. Gn 41,25-27). No habría habido interpretación del sueño del Faraón, si no fuera porque José, por envidia de los hermanos, fue vendido y fue a dar a Egipto (cf. Gn 37,28); nadie entendería las cosas que Dios reveló al rey, nadie hubiera reunido el trigo en Egipto, nadie se habría cuidado de remediar con sabia provisión las estrecheces del hambre (cf. Gn 41,47-49). Hubiera perecido Egipto, hubieran perecido de hambre los países vecinos, hubiera perecido también el propio Israel, y su descendencia no hubiese entrado en Egipto buscando cereales, ni habrían salido de allí los hijos de Israel con las maravillas del Señor (cf. Ex 6,10—15,21). Nunca habría habido plagas contra los egipcios ni aquellos prodigios que hizo Dios por medio de Moisés y de Aarón (cf. Ex 7,8; 1 Co 10,1); nadie hubiera atravesado el Mar Rojo a pie enjuto, la vida mortal no hubiera conocido el alimento del maná (cf. Ex 16,13 ss.; 1 Co 10,3); no habrían brotado corrientes de agua de la roca que los seguía (cf. Ex 17,6; 1 Co 10,4), no habría sido dada por Dios a los hombres la Ley, los hechos que se narran en el Éxodo, en el Levítico, en los Números y también en el Deuteronomio, no hubieran llegado al conocimiento del género humano; ciertamente no habría entrado ninguno en la heredad paterna y en la tierra de promisión.

La providencia de Dios triunfa sobre la maldad humana 

2.3. Y, para llegar a lo que tenemos entre manos, quita la maldad de Balac, ese pésimo rey, por la cual desea Balaam que sea maldecido el pueblo [de Israel] (cf. Nm 22,5-6); y quitarías al mismo tiempo la dispensación de Dios y el favor de su providencia hacia los hijos de Israel, y nunca existirían aquellas profecías que se profetizan por boca de Balaam para los hijos de Israel y para los gentiles. 

Los testimonios del Nuevo Testamento confirman lo antes expuesto 

2.4. Y si respecto de esto deseas también que sea confirmado con testimonios del Nuevo Testamento, si quitas la malicia de Judas y suprimes su traición, quitarías al mismo tiempo la cruz de Cristo y su pasión; y, si no hay cruz, no son despojados los principados y potestades ni son vencidos en el leño de la cruz (cf. Col 2,15). Si no se hubiera producido la muerte de Cristo, cierto que no habría existido la resurrección, ni existiría un primogénito de entre los muertos (cf. Col 1,18). Y, si no existiese un primogénito de entre los muertos, no habría existido para nosotros la esperanza de la resurrección.