OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (501)

Jesús y el joven rico

Hacia 1050

Evangeliario

Jerusalén

Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números

Homilía XIV (Nm 22,15-28)

Más sobre Balaam

1.1. Muchos son los aspectos que nosotros dejamos de lado al exponer la lectura de Balaam y de su asna; y, al estar limitada en el tiempo la exposición[1], que se tiene en la iglesia para edificar, no hubo tanto espacio para que pudiéramos proponer con detalle las palabras de la Escritura, de modo que no quedase absolutamente nada sin ser analizado y se diera explicación de cada una de las cosas, aunque por otra parte, este método sea más bien propio de los comentarios. Por tanto volvemos sobre las realidades que parecen dignas de estudio, de modo que, analizándolas, intentemos según podamos dar una explicación de ellas y ofrecer (el resultado) a la generalidad de las personas.

La dificultad de la letra 

1.2. Hay todavía una dificultad en la explicación de la historia misma: cómo puede decir (la Escritura) que Dios ha ido de noche a donde Balaam la primera vez y, al preguntarle quiénes eran los hombres que habían ido junto a él, le respondió que habían sido enviados por Balac, hijo de Sefor, diciendo: “Ven y maldíceme al pueblo” (cf. Nm 22,9-11), a lo cual le respondió Dios: “No irás con ellos ni maldecirás al pueblo, porque es bendito” (Nm 22,12). Y de nuevo, por segunda vez, se dice que fue Dios a donde él de noche y le dijo que fuera con ellos, pero con la condición de que proclamara solo la palabra que Dios pusiera en su boca (cf. Nm 22,20. 35); y de nuevo, por tercera vez, yendo él por el camino, le salió al encuentro el ángel de Dios, al cual no parecía correcto ni oportuno su viaje, hasta el punto de que quería matarlo, si no fuera porque, viendo el asna al ángel, al que Balaam no había podido ver, lo evitó (cf. Nm 22,23-30). Y sin embargo, después de haberle culpado el ángel por haber querido ir, por el contrario, recibe permiso de éste para seguir: solamente se le pide que respete la palabra que Dios había puesto en su boca, de modo que solo eso profiera, y nada más (cf. Nm 22,35). Todo esto tiene difícil explicación; pero con pocas palabras, sin embargo, como ya dijimos más arriba, les daremos algunas oportunidades decomprensión, de modo que también ustedes hagan lo que está escrito: “Para que, oídas estas cosas, el sabio se vuelva más sabio” (Pr 1,5); y: “Dale oportunidad al sabio y será más sabio” (Pr 9,9).

El tetragramma

1.3. Pero, antes de que vayamos al tema, no omitiremos aquello que hemos observado analizando este texto con mucha atención. En la escritura de los hebreos, el nombre de Dios, esto es, Dios o Señor, se dice que se escribe diversamente, puesto que se escribe de una manera cuando se refiere a cualquier dios, y de otra cuando es Dios en persona[2], sobre el cual se dice: “Escucha, Israel, el Señor tu Dios es el único Dios” (Dt 6,4). Por tanto, este Dios de Israel, Dios único y creador de todas las cosas (cf. 2 M 13,14), se escribe con un determinado signo de letras, que es llamado entre ellos “tetragrama”. Cuando, por consiguiente, si bajo este signo se escribe Dios en las Escrituras, no hay duda alguna de que se trata del Dios verdadero y creador del mundo. Cuando, en cambio, se escribe con otros signos, o sea, con las letras comunes, resulta incierto si se dice del verdadero o de otro de aquellos, de los cuales afirma el Apóstol: “Aunque existen los que se dicen dioses en el cielo o en la tierra, ya que hay muchos dioses y muchos señores, sin embargo para nosotros hay un solo Dios, el Padre, del cual procede todo, y nosotros existimos por Él” (1 Co 8,5-6). Dicen, por tanto, los que leen las letras hebreas, que en este lugar Dios no está puesto bajo el signo del tetragramma, sobre lo cual que investigue quien pueda.

Otro interrogante

1.4. Pero también lo que dijo Dios a Balaam, como preguntando quiénes eran esos hombres, se cuestiona por qué parece ignorarlo (cf. Nm 22,9); y también lo que añade: “No maldecirás al pueblo, porque es bendito” (Nm 22,12), en el caso de que pueda entenderse así, como si dijese: “No maldecirás a mi pueblo”.



[1] Tractatus: no se trata, por ende, de un comentario, sino de algo más reducido, que se dirige a oyentes ya instruidos, dispuestos a la edificación de su fe (SCh 442, p. 160, nota 1).

[2] Lit.: Dios mismo (Deus ipse).