OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (499)

Jesús enseña a sus apóstoles

Siglo XVI

Antifonario

Nancy, Francia

Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números

Homilía XIII (Nm 21,24-35 y 22, 1-14)

Una objeción 

7.1. Surge aquí una cuestión más elevada, y no sé si conviene desvelar una realidad de tan profundo misterio y comunicarla a las multitudes[1], a estas multitudes que no vienen al auditorio a escuchar la palabra de Dios salvo en pocos días y en seguida se marchan, y no se quedan un momento a meditar la palabra de Dios. Sin embargo, para aquellos que se interesan por ella y ansían oír y pueden comprender el sentido espiritual, diremos algunas cosas de las muchas (que cabría decir).

7.1a[2]. Puede, por tanto, uno objetar algo  como esto: por más que Balaam invoque a los demonios, maldiga al pueblo, los demonios invocados hagan lo que puedan, ¿acaso no puede Dios defender al pueblo de los demonios y destruir la fuerza de éstos para maldecir? ¿Qué necesidad, entonces, había de que Él fuera a donde Balaam y prohibiera acceder a los habituales demonios, para que no tentaran o no intentaran dañar a su pueblo?

Respuesta

7.2. Respecto de esto, por consiguiente, aunque no todas las cosas que pueden suceder han de ser manifestadas, sin embargo de modo parcial diremos que Dios no quiere condenar antes de tiempo la raza de los demonios. Saben, en efecto, los propios demonios, que su tiempo se limita al siglo presente. Por eso le pedían al Señor que no los atormentara antes de tiempo (cf. Mt 8,29), ni los mandara al abismo (cf. Lc 8,31). Y por esto ni siquiera removió al diablo del principado de este mundo, porque todavía se requieren sus obras para el ejercicio de las luchas y las victorias de los bienaventurados. Así pues, no quiere tampoco retirar violentamente antes de tiempo a los otros demonios del propósito de su intención; y por eso desde el comienzo no les permitió ser invocados por Balaam, para evitar que, invocados, fueran destruidos antes de tiempo y perecieran al defender Dios a su pueblo. Una cosa es que el demonio solicite de Dios alguien a quien tentar, como Job, y reciba su poder con cierta limitación, de modo que se le diga, por ejemplo: “Te doy el dominio sobre todo lo que le pertenece, pero a él no le toques” (Jb 1,12), o también: “Te doy el poder sobre él, pero respeta su vida” (Jb 2,6); y otra es que, por un mago que lo exige y que los retuerce con ciertos conjuros, los demonios se enfurezcan desenfrenados. Entonces sí, en el caso de que se les mantenga la libertad de actuación, harán perecer al pueblo de Dios; si, en cambio, se les quita la libertad de decisión, ello significaría condenar a la criatura racional y proferir el juicio antes del tiempo e impedir que sean coronados todos los que combaten en la lucha contra ellos. Porque, si se quita la libertad de decisión a los demonios, nadie luchará en adelante con los atletas de Cristo: y, si ninguno ataca, no habrá lucha alguna; y suprimido el combate, no habrá premio alguno, (no habrá) ninguna victoria.

Dios pone bendiciones en vez de maldiciones en los labios de Balaam

7.3. Por eso, entonces, Dios se sirve de tal camino, para que también el pueblo todavía rudo y que poco antes había comenzado a alejarse del culto a los demonios, no sea entregado a los demonios, y para que se den respuestas al mago que invoca, y para que no sea privada del poder de actuación la estirpe de los demonios. Y por eso se anticipa Dios y prohíbe que Balaam fuese a invocar a los demonios para maldecir, en el caso de que cesara en su avaricia; pero, porque persiste en el deseo de dinero, Dios, indulgente con su libre albedrío, le permite ir de nuevo, pero pone su palabra en la boca de aquél, prohibiéndole que fuese efectuada por los demonios la maldición para dar lugar a las bendiciones (cf. Nm 23,5); y, en lugar de maldiciones, le hace proferir a Balaam bendiciones y profecías que puedan edificar no solo a Israel, sino también al resto de las naciones.

Los Magos que fueron a adorar a Jesús conocían los escritos de Balaam

7.4. Porque si sus profecías han sido insertadas por Moisés en los libros sagrados, ¡cuánto más han sido descritas por aquellos que habitaban entonces Mesopotamia, ante los cuales Balaam gozaba de gran reputación y de cuyo arte consta que ellos fueron discípulos! De él procede la estirpe de los magos, una institución que pervive en las regiones del Oriente, y que, habiendo explicado ante ellos todo lo que Balaam había profetizado, también tuvieron escrito que: “Se alzará de Jacob una estrella, y surgirá de Israel un hombre” (cf. Nm 24,17). Los magos tenían consigo estos escritos, por lo cual, cuando nació Jesús, reconocieron la estrella (cf. Mt 2,1-2) y entendieron que se cumplía la profecía, mejor ellos mismos que el pueblo de Israel, que desdeñó el escuchar las palabras de los santos profetas. Aquellos, por tanto, a partir solo de los escritos que Balaam había dejado, reconociendo que había llegado el tiempo, acudieron y, preguntando por él, en seguida lo adoraron; y, mostrando que su fe era grande, veneraron al niño pequeño como rey (cf. Mt 2,1 ss.).



[1] Lit.: turbas; es una alusión a las personas que se mezclaban con los catecúmenos, más por curiosidad que por verdadero deseo de ser instruidos (cf. SCh 442, pp. 146-147, nota 1).

[2] División que añado a la ed. de SCh.