OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (496)

Jesús cura a un sordo mudo

Siglo XV (?)

Viena, Austria

Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números   

Homilía XIII (Nm 21,24-35 y 22, 1-14)

   III. Balaam

Dificultades del relato de Balaam y su asna

4.1. “Y, partiendo de allí, los hijos de Israel colocaron el campamento al occidente de Moab, junto al Jordán, en frente a Jericó. Y, cuando Balac, hijo de Sefor vio...” (Nm 22,1-2), y lo que sigue. Todo lo que ya se ha escrito sobre Balaam y su asna es una historia llena de dificultades; pero el sentido interior lo es todavía más, y no sé si será fácil explicar incluso los datos históricos. Sin embargo, con la ayuda de Dios, esbozaremos brevemente lo que podamos.

El rey Balac convoca a Balaam

4.2. La guerra te amenaza, oh rey Balac, hijo de Sefor: seiscientos mil hombres armados invaden tu territorio (cf. Nm 26,51). Era necesario que también tú prepararas las armas, convocaras el ejército, pensaras en el planteamiento de la batalla, de modo que salieras al encuentro del enemigo todavía lejano, equipado con las armas. En cambio tú mandas una embajada a Balaam, el adivino, y envías muchos dones, los prometes todavía mayores, y dices: “Ven, maldíceme al pueblo que salió de Egipto” (cf. Nm 22,6). Pero Balaam, como enseña la Escritura, se dirige a Dios, que le prohíbe acudir. De nuevo envía el rey legados y, dejadas las armas, pone toda su esperanza en Balaam, para que vaya a pronuncie palabras, y lance maldiciones como dardos contra el pueblo, por si acaso con las palabras de Balaam se venciese al pueblo al que el ejército del rey no podía vencer (cf. Nm 22,8. 12. 15).

¿Cómo interpretar la extraña historia de Balaam?

4.2a[1]. ¿Qué tiene de lógica esta historia?; ¿qué designio muestra? ¿Dónde o cuándo se ha oído esto, que un rey, teniendo que afrontar una guerra inminente, dejadas a un lado las armas y hecho caso omiso del ejército, se refugie en las palabras de algún adivino o agorero? De aquí que una y otra vez debamos implorar la gracia de Dios, para que podamos explicar estas cosas no por las fábulas y las narraciones judías (cf. Tt 1,14), sino por argumentos racionales, dignos de la divina Ley.

La fuerza de las palabras

4.3. En primer lugar, hay que reconocer que en algunas cosas pueden tener mucho más valor las palabras que las personas[2], porque lo que no puede lograr un ejército de muchos pueblos, lo que no se puede conseguir con el hierro y las armas, se realiza con las palabras; y no digo con santas palabras o con palabras de Dios, sino con cualesquiera palabras, de las que se profieren entre los hombres, y que ignoro cómo llamarlas, pero que han sido compuestas con un arte inútil, cuyo nombre puede ser el que a cada cual se le antoje. Hay, por tanto, como dije, entre los hombres, alguna tarea que se realiza con las palabras, cuyo trabajo sin embargo es tal que no podría llevarse a cabo ni con grandes esfuerzos de la persona[3].

El poder de Dios

4.4. Por ejemplo, había en Egipto encantadores y magos. ¿Quién de entre los hombres, puede, por la fortaleza de su cuerpo, cambiar una vara en serpiente, como se cuenta que ellos hicieron?, ¿o quién puede, con las fuerzas del cuerpo, convertir el agua en sangre? No obstante, eso hicieron los encantadores y magos de los egipcios (cf. Ex 7,11. 22). Eso mismo había hecho antes Moisés (cf. Ex 7,10. 20); pero, porque sabía el rey de Egipto que esas cosas podían hacerse por cierto arte de palabras que se tiene entre los hombres, pensó que Moisés había hecho aquellas cosas no por la fuerza de Dios, sino por arte mágico, y que, lo que había hecho por arte humano, simulaba que lo había realizado por la fuerza de Dios. Convoca inmediatamente a los encantadores y magos de los egipcios (cf. Ex 7,11). Entre aquel que actuaba por la fuerza de Dios y aquellos que invocaban a los demonios, hace que se produzca un certamen. La fuerza enemiga convierte de modo semejante la vara en serpiente, como había hecho el poder de Dios; pero la serpiente que había sido hecha por el poder de Dios, absorbió y devoró a todas aquellas serpientes que, por arte mágica, se habían transformado de varas en serpientes (cf. Ex 7,12). No pudo, en efecto, la fuerza demoníaca, devolver al bien el mal que había hecho (a partir) del bien. Pudo hacer de la vara una serpiente; pero no pudo volver la serpiente a vara; y así todas fueron devoradas por aquella vara que, por el poder de Dios, había sido convertida en serpiente. Pero después, por el poder divino, se devuelve a su naturaleza, para que se dé gloria[4]al Señor de la naturaleza.



[1] Agrego este subdivisión que no figura en la edición de SCh.

[2] Lit.: cuerpos (corpora).

[3] Lit.: corporales (magnis corporis viribus).

[4] Lit.: se confiese (fateretur).