OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (493)

La última cena e institución de la Eucaristía

Hacia 1175

Salterio

Corbie (?), Francia

Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números

Homilía XIII (Nm 21,24-35 y 22, 1-14) 

Continuación de la homilía anterior; y sobre Balaam y su asna

   I. Sijón                                 

La palabra de Dios vence al diablo

1.1. Hemos dicho el día de ayer cómo Sijón, rey de los Amorreos, que es un orgulloso y un árbol estéril, entró en combate con Israel y fue vencido. Sobre lo cual señala la Escritura que cayó “con muerte de espada”, o, como leemos en otros lugares, “a filo de espada” (cf. Nm 21,24). Ahora bien, si quieres saber más diligentemente con qué espada cayó como cedro del Líbano (cf. Sal 36 [37],5) ese infructuoso y soberbio, aprendamos del Apóstol Pablo, que dice: “Viva es, en efecto, la palabra de Dios, y eficaz y más penetrante, más que cualquier espada” (Hb 4,12); y de nuevo en otro lugar: “Y la espada –dice–, del Espíritu, que es la Palabra de Dios” (Ef 6,17). Por esta muerte de espada cayó, pues, el Sijón espiritual, que es el diablo. 

Es inevitable la lucha con el diablo

1.2. Después de esto, se añade: “Y dominaron –dice– los hijos de Israel en toda su tierra”. Toda esta región terrestre es considerada tierra de Sijón, pero Cristo y su Iglesia dominan en toda la tierra de Sijón. “Y dominaron desde el Arnón hasta el Yaboc” (Nm 21,24). Arnón y Yaboc eran ciudades del reino de Sijón, pero el comienzo de su reino era Arnón, y Yaboc el fin, y por eso se dice que dominaron desde Arnón hasta Yaboc. Arnón se traduce como “sus maldiciones”; el comienzo, por tanto, del reino de Sijón, de este orgulloso y estéril, son las maldiciones, mientras que el final es Yaboc, que se traduce por “lucha”. Porque es necesario que todo el que quiera salir del reino del diablo y evadirse de sus límites, encuentre lucha y se susciten contra él combates de sus ministros y escoltas. Pero, si lucha y vence, ya no será Yaboc una ciudad de Sijón, sino que será una ciudad de Israel. Es con seguridad lo que leemos del patriarca Jacob, que, habiendo llegado a un cierto lugar, se le había preparado una lucha y, combatiendo allí toda la noche, cuando logró vencer y ganar fuerza ante Dios, recibió el nombre de Israel (cf. Gn 32,24. 28).

“Nos hemos convertido en ciudades de Israel y heredad de los santos”

1.3. “Y tomó –dice– Israel todas estas ciudades, y habitó Israel en todas las ciudades de los Amorreos” (Nm 21,25). Este Israel, que es Israel en Cristo, que no es Israel en la carne, ni es judío según la apariencia (cf. Rm 2,28), ese mismo es el que habita en todas las ciudades de los Amorreos, cuando las Iglesias de Cristo se propagan por todo el orbe de la tierra. Pero también cada uno de nosotros fue anteriormente ciudad del rey Sijón, del rey orgulloso, porque reinaba en nosotros la necedad, la soberbia, la impiedad y todo lo que viene de la parte del diablo. Pero, cuando fue atacado y vencido el fuerte y fueron saqueadas sus pertenencias (cf. Mt 12,29), nos convertimos en ciudades de Israel y heredad de los santos, con tal que haya cortado de raíz en nosotros aquel poder que antes nos dominaba, y haya sido cortado el árbol estéril, haya sido derrotado el rey orgulloso y vivamos bajo el rey que dice: “Aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11,29).

El poder del diablo reside en nuestros pensamientos

1.4. Después de esto ya enumera una a una (la Escritura) las ciudades del soberbio e infructuoso rey, y dice: “En Jesbón y en todos sus confines” (Nm 21,25). ¿Qué es esto, que la ciudad principal del reino de Sijón se llama “Jesbón”? Jesbón significa “pensamientos”. Con razón, por tanto, la parte más grande del reino del diablo y su mucho poder reina en los pensamientos; porque así lo dijo también el Señor: “Del corazón proceden los malos pensamientos, los homicidios, adulterios, robos, falsos testimonios, blasfemias; y estas cosas son las que manchan al hombre” (Mc 7,21-23). Y por eso es preciso incendiar esta ciudad y quemarla con fuego (cf. Nm 21,28). ¿Con qué fuego? Sin duda con aquel del que dice el Salvador: “He venido a traer fuego a la tierra, y ¡cómo ansío que se encienda!” (Lc 12,49).