OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (489)

Jesucristo predicando desde un bote

1635

Nuevo Testamento

París

Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números

Homilía XII (Nm 21,16-23)

¿Quiénes son los que deben cavar y perforar los pozos?

2.6. Pero los textos que ahora tenemos entre manos, que nos fueron proclamados para nosotros, constituyen[1] un pozo, y toda la Escritura de la Ley y los Profetas y todos los escritos evangélicos y apostólicos juntos son un solo pozo, que no se puede cavar o perforar, a no ser que se encuentren reyes y príncipes. Han de tenerse, en efecto, como verdaderos reyes y verdaderos príncipes los que pueden quitar la tierra de este pozo y remover la superficie de la letra, y sacar los sentidos espirituales, como agua viva, de la piedra interior, donde está Cristo (cf. 1 Co 10,4). Por consiguiente, procede que hagan esto solo aquellos que son reyes o príncipes; se dicen reyes en cuanto que han echado de su cuerpo el reino del pecado y prepararon en sus miembros el reino de la justicia. Puesto que conviene que enseñe a otros aquel que ha hecho antes las cosas que enseña. Porque así está escrito: “El que así hiciere y enseñare a los hombres, ése será llamado grande en el Reino de los cielos” (Mt 5,19). Ahora bien, el ser grande en el Reino, eso es ser rey.

Condiciones fundamentales para escrutar la palabra de Dios

2.7. “Lo han perforado -dice- los reyes de las naciones en su reinado, mientras dominaban sobre ellos” (Nm 21,18-20). En realidad, ellos no pueden cavar este pozo, ni abrir las venas de agua viva latentes, a no ser que antes tuvieran el dominio sobre las naciones bárbaras. Puesto que todo lo que en ellos era feroz en los actos, lo que era bárbaro en las costumbres, si lo doman y sujetan al pensamiento real y los sujetan a ellos, de modo que en adelante no actúen como paganos, sino que obren legítimamente[2], entonces son de verdad reyes, que cavan las profundidades del pozo y escrutan los secretos y los misterios de la palabra de Dios.

Primera etapa al dejar los pozos: los presentes y los dones que debemos dar al Señor

3.1. A continuación dice la Escritura: “Y desde el pozo, salieron para Mathanaim, y desde Mathanaim a Nahaliel, y desde Nahaliel a Bamoth, y desde Bamoth al bosque que está en la llanura de Moab, después de la cima del monte cortado, que mira al lado del desierto” (Nm 21,18-20). Estos nombres, que parecen ser las denominaciones de los lugares, por los significados que en su lengua designan, parecen mostrar una secuencia de realidades místicas, más que una designación de los vocablos. Porque dice (la Escritura) que, caminando desde el pozo, llegan a Mathanaim. Mathanaim se traduce “sus dones”. Ves, por tanto, que, si alguien bebe de este pozo que cavaron los reyes y los príncipes, en seguida aprovecha para tener dones que ofrecer a Dios. ¿Y qué es lo que el hombre puede ofrecer a Dios? Lo mismo que está escrito en la Ley: “Mis presentes, mis dones” (cf. Nm 28,2). Por consiguiente, los hombres ofrecen a Dios de estas cosas que Dios ha dado. ¿Qué ha dado Dios al hombre? El conocimiento de Él. ¿Qué ofrece el hombre a Dios? Su fe y su amor. Esto es lo que pide Dios del hombre. De hecho, así está escrito: “Y ahora Israel, ¿que te pide el Señor tu Dios, sino que temas al Señor tu Dios y marches por sus caminos, y le ames y guardes todos sus mandatos, y sirvas al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma?” (Dt 10,12). Estos son los presentes, estos los dones que procede dar al Señor. Pero damos al Señor estos presentes de nuestro corazón, después de que le hayamos conocido y hayamos bebido de la profundidad de su pozo el conocimiento de su bondad.

En el ser humano hay libre albedrío

3.2. Observa, no obstante, cómo dijo el profeta: “Y ahora, Israel, ¿qué pide de ti el Señor tu Dios?” (cf. Dt 10,12). Avergüéncense ante estas palabras quienes niegan que haya en el hombre libre albedrío para salvarse. ¿Cómo, en efecto, haría una petición Dios al hombre, a no ser que el hombre tenga en su poder lo que debe ofrecer a Dios si se lo piden? Hay cosas que son concedidas por Dios, y las hay que son ofrecidas por el hombre. Por ejemplo, estaba en la mano del hombre el que un talento[3]produjera diez talentos o que un talento produjera cinco talentos, mientras que dependía de Dios el que el hombre tuviera un talento del que pudiera producir diez talentos. Cuando ofreció de su trabajo diez talentos, recibió de nuevo de Dios no ya dinero, sino el poder y el reinado sobre diez ciudades (cf. Lc 19,16-18). Pidió Dios por segunda vez a Abraham que le ofreciera a su hijo Isaac en el monte que Él le había de mostrar (cf. Gn 22,2). Intrépido ofreció Abraham a su hijo único (cf. Hb 11,17), lo colocó sobre el ara, echó mano del cuchillo para degollarlo, pero se le detiene de improviso y se le da como víctima un cordero, en lugar del hijo (cf. Gn 22,9-10). Ves, por tanto, cómo las cosas que ofrecemos a Dios, quedan para nosotros, pero somos requeridos a ofrecerlas, para que en ellas se pruebe nuestro amor hacia Dios y nuestra fe. Esto, en lo que respecta a lo que hemos dicho, que salieron los hijos de Israel del pozo y llegaron a Mathanaim (cf. Nm 21,19), que significa “sus dones”.



[1] Lit.: es (est).

[2] O: según una ley.

[3] El texto latino dice mna: minas.