OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (486)

La curación de la hemorroísa

Siglo XVI

Pluma sobre papel

El Escorial, España

Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números

Homilía XII (Nm 21,16-23)

“De la fuente de tus pozos”

1.5. Pero no es inútil buscar cómo podemos explicar el número plural de los pozos y el singular de la fuente, porque dice la Sabiduría en los Proverbios: “Bebe las aguas de la fuente de tus pozos” (Pr 5,15). Veamos, por consiguiente, de qué pozos dice que es única la fuente. Pienso que la ciencia del no engendrado Padre puede entenderse un pozo, pero debe considerarse otro pozo el conocimiento del unigénito Hijo. Porque distinto del Padre es el Hijo y no es lo mismo el Hijo que el Padre, como Él mismo dice en los Evangelios: “Otro es el que da testimonio de mí, el Padre” (Jn 8,18). Y todavía pienso que puede verse un tercer pozo: el conocimiento del Espíritu Santo. Es distinto del Padre y del Hijo, como igualmente se dice de Él en los Evangelios: “El Padre les enviará otro Paráclito, el Espíritu de Verdad” (cf. Jn 14,16. 17). Es, por tanto, esta distinción de las tres personas en Padre, Hijo y Espíritu Santo, la que reclama el número plural de los pozos. Pero una sola es la fuente de estos pozos: puesto que una sola es la sustancia y la naturaleza de la Trinidad. Y de este modo no parecerá inútil la distinción de la santa Escritura, que dice: “De la fuente de tus pozos” (Pr 5,15). Pero con precisión ha utilizado palabras místicas, para que, lo que fue dicho de las personas en plural, sea acorde con la sustancia en singular. 

Pozos, fuentes y ríos en el alma humana

1.6. Pueden también considerarse pozos aquellos de cuya ciencia decía el que está lleno de la sabiduría de Dios: “Porque Él me ha dado la ciencia verdadera de los seres que existen, para que conozca la sustancia del mundo y la fuerza de los elementos, el principio, el fin y el medio de los tiempos, la alternancia de los días y las mudanzas de los tiempos, los ciclos del año y las posiciones de los astros, las naturalezas de los animales y las iras de las bestias, las violencias de los espíritus y los pensamientos de los hombres, las diferencias de las plantas y las virtudes de las raíces” (Sb 7,17-20). ¿Ves cuántos pozos hay en la ciencia natural? Pozo es, por ejemplo, la ciencia de las plantas, y quizás la naturaleza de cada planta tenga su propio pozo. Y un pozo es también la ciencia de los animales, y quizás cada especie de animales tenga su propio pozo. Y además es un pozo la ordenación de los tiempos y las alternancias y los cambios. Y cada una de estas realidades se denominan con razón figuradamente pozos, porque tienen una ciencia honda y profunda. Y, mientras que “el misterio de Cristo permaneció escondido por los siglos y generaciones” (Col 1,26), con razón han sido denominados pozos, por la ciencia de estas cosas; pero, cuando, como dice Pablo, ha manifestado Dios por su Espíritu (el misterio) a los creyentes (cf. 1 Co 2,10), todos estos se volvieron fuentes y ríos, para que ya no se tenga así en lo oculto la ciencia de ellos, sino que se extienda a muchos, y riegue y sacie a los creyentes.

1.7. Pienso que por eso el Salvador decía a sus discípulos que a quien cree en Él y bebe el agua de su doctrina, se le formarán en él ya no un pozo ni una fuente, sino ríos de agua viva (cf. Jn 7,38). Así, por tanto, como este único pozo, que es la palabra de Dios, se convierte en pozos y fuentes y ríos innumerables, así también el alma del hombre, que es a imagen de Dios (cf. Gn 2,9), puede tener en sí y producir por sí pozos, fuentes y ríos.

Los pozos de nuestras almas necesitan un excavador

1.8. Pero en realidad los pozos que hay en nuestra alma necesitan de excavador, pues deben limpiarse y debe quitarse de ellos todo lo que sea terreno, de modo que aquellas venas, los sentidos racionales que Dios ha insertado allí, produzcan corrientes puras y sanas. En tanto que la tierra cubre las venas de las aguas y obtura el brote que mana, no puede fluir la onda de agua pura. Por eso está escrito que “los siervos de Abraham cavaban pozos y los filisteos los llenaban de tierra y los tapaban” (cf. Gn 26,15). Pero también Isaac, que había recibido la heredad de su padre, cavó de nuevo los pozos y removió la tierra que los filisteos, por envidia, habían echado en las aguas (cf. Gn 26,15). Mas también hemos observado en el Génesis, de donde parece haber sido tomada esta historia, que, mientras vivió Abraham, los filisteos no se atrevieron a cegar los pozos o a echar tierra en ellos; pero, cuando abandonó esta vida, entonces se hicieron fuertes los filisteos y pusieron insidias a sus pozos. Sin embargo, fueron reparados más tarde por Isaac y volvieron a su estado anterior.