OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (485)

San Juan Bautista

Hacia 1350-1375

Vitae patrum

Nápoles, Italia

Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números

Homilía XII (Nm 21,16-23)

Sobre el pozo y su cántico

1.1. La lectura del pozo y del cántico que entonó Israel junto al pozo, que ha sido proclamada del libro de los Números, vemos que, como de ordinario y acaso más ampliamente que de ordinario, rebosa en misterios. Porque dice: «Y desde allí, al pozo: es éste el pozo del que dijo el Señor a Moisés: “Congrega al pueblo y les daré agua para beber”» (Nm 21,16). Pero en estos dichos no me parece que la letra de la historia tenga mucho jugo[1]. ¿Qué significa, en efecto, el que con insistencia haya mandado el Señor a Moisés congregar al pueblo, para darles a beber agua del pozo? ¡Como si el pueblo no acudiera también al pozo espontáneamente, por las ganas de beber! ¿Por qué, entonces, de tal modo se manda al profeta que, con dedicación y esfuerzo, congregue al pueblo para sacar agua del pozo?

El entendimiento espiritual. El pozo al que fue a buscar agua la Samaritana

1.2. Así, la pobreza de la letra nos remite a la riqueza del entendimiento espiritual. Y por ello considero también conveniente recoger de otros lugares de la Escritura los misterios de los pozos, para que, de la comparación de muchos, resplandezca la luz, si el presente discurso contiene algo de oscuridad. Dice, por tanto, el Espíritu de Dios por Salomón en los Proverbios: “Bebe las aguas de tus vasos y de la fuente de tus pozos. Y no se te derramen las aguas fuera de tu fuente -aunque en otros ejemplares leamos: y se te derramen las aguas fuera de tu fuente-: tus aguas sean para ti solo, y ningún extraño participe de ellas” (Pr 5,15-17). Por consiguiente, como en estas palabras se indica, cada uno de nosotros tiene en sí mismo un pozo. Incluso afirmamos algo más: cada uno de nosotros tiene no un pozo, sino muchos pozos, y no un vaso de agua, sino muchos vasos. Porque no dijo: bebe las aguas de tu vaso, sino de tus vasos; y no dijo: y de la fuente de tu pozo, sino de la fuente de tus pozos. Leemos que también los patriarcas tuvieron pozos: los tuvo Abraham, los tuvo también Isaac; pero pienso que también los tuvo Jacob (cf. Jn 4,6). Y, comenzando por estos pozos, recorre toda la Escritura buscando pozos y llega hasta los Evangelios, y allí encontrarás un pozo sobre el que nuestro Salvador estaba sentado, descansando después de la fatiga del camino, cuando, al venir una mujer Samaritana e intentar sacar las aguas del pozo (cf. Jn 4,6 ss.), le expone la virtud del pozo o de los pozos que se encuentra en las Escrituras, y le hace la comparación de las aguas, donde se despliegan los arcanos del divino misterio. 

Fuentes y ríos de vida eterna

1.3. Porque se dice que, si alguien bebiera de estas aguas que contenía aquel pozo terreno, tendría de nuevo sed, mientras que en quien bebiere de aquellas que da Jesús, se hará en él una fuente de agua que brote hasta la vida eterna (cf. Jn 4,13-14). Pero en otro lugar del Evangelio, ya no se habla de fuente ni de pozo, sino de algo más: “Quien cree en Él, como dice la Escritura, ríos de agua viva procederán de su vientre” (Jn 7,38). Ves, por tanto, que, quien cree en Él, tiene dentro de sí no solo un pozo, sino pozos, y no solo fuentes, sino también ríos: pero fuentes y ríos no de los que sostienen esta vida mortal, sino de los que confieren la eterna.

1.4. Así, según las realidades que hemos propuesto, escritas en los Proverbios, en donde se mencionan al mismo tiempo los pozos y la fuente, hay que entender que se trata del Verbo de Dios: pozo ciertamente, si oculta algún misterio profundo; fuente, en cambio, si desborda y fluye hacia los pueblos.



[1] Una traducción más literal sería: “Pero en este texto no me parece que posea mucho derecho la letra histórica”. Pero, ¿podría entenderse iuris como jus-juris: el caldo, la salsa del guiso?