OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (483)

San Marcos

Siglo VI

Evangeliario

Rossano, Italia

Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números

Homilía XI (Nm 18,8-32)

Nosotros, mujeres y hombres, somos santos y santificados

8.2. ¿Quieres que, por medio de las divinas Escrituras, te muestre la diferencia? Escucha de qué modo se expresa Pablo, escribiendo a los Hebreos: “El que santifica y los que se santifican, proceden todos de uno solo” (Hb 2,11). ¿Quién, por ende, santifica? Sin duda alguna, Cristo. ¿Y quiénes son santificados? Los creyentes en Cristo. Está claro, por tanto, que el que santifica es santo, puesto que siempre es santo; y los que son santificados, no deben decirse simplemente santos, sino santos santificados. 

Cristo santifica y es santificado

Ni debes considerar que es contrario a este pensamiento lo que vemos escrito acerca de Cristo: “Al que el Padre santificó y envió a este mundo” (Jn 10,36). Este, por tanto, que es santificado, es Cristo según la carne, no según el espíritu. Porque Cristo dice, tanto según el espíritu como según la carne: “Yo me santifico a mí mismo por ellos” (Jn 17,19), de modo que el que santifica se entienda según el espíritu, mientras que el que es santificado (se entienda) en favor de los discípulos según la carne; sin embargo, uno y el mismo Cristo es tanto el que entonces santifica en el Espíritu, como el que ahora es santificado en la carne.

Las primicias espirituales que debemos ofrecer

8.3. De todos los frutos, por consiguiente, hay que ofrecer primicias santas santificadas, pero al Pontífice espiritual. ¿De qué frutos, entonces, ofreceremos primicias espirituales? Escucha qué frutos enumera el Apóstol: “Frutos del Espíritu, dice él, caridad, gozo, paz, paciencia” (Ga 5,22), etcétera. ¿Qué primicias, por tanto, del fruto de la caridad, que es el primer fruto del Espíritu, ofreceré al verdadero Pontífice? Yo pienso que son éstas las primicias de la caridad: “Que yo ame al Señor mi Dios con todo el corazón y con toda mi alma y con toda mi mente” (cf. Mt 22,37). Estas son las primicias. Entonces, ¿qué es lo que debo poner en segundo lugar de este fruto de la caridad? “Que ame a mi prójimo como a mí mismo” (Mt 19,19). Aquellas primicias de la caridad, por ende, son ofrecidas a Dios por el Pontífice, mientras que estas que están en segundo lugar, se dejan para mis usos. Considero que todavía hay algo de este fruto, que ha de ponerse en tercer lugar: “Que ame también a mis enemigos” (cf. Mt 5,44).

El gozo que procede del Espíritu Santo 

8.4. Mira si, de modo semejante, puedes encontrar primicias parecidas de los otros frutos del Espíritu. El gozo es el fruto del Espíritu que está escrito en segundo lugar (cf. Ga 5,22). Si, por tanto, me gozo en el Señor y me gozo en la esperanza (cf. Rm 15,13) y me alegro en el sufrir injuria por el nombre del Señor (cf. Mt 5,11), en todas estas cosas y en otras semejantes a estas habré ofrecido primicias de alegría a Dios, por medio del verdadero Pontífice. Pero también, si soporto con gozo el expolio de mis bienes (cf. Hb 10,34), y si tolero con gozo las tribulaciones, la pobreza o cualquier injuria, residirá en mí, en segundo lugar, de los frutos del Espíritu, el fruto del gozo. Puesto que si me alegro de las cosas del mundo, de los honores, las riquezas, estos gozos son falsos: vanidad de vanidades (cf. Qo 1,1). Y, si gozo con los males y exulto con las desventuras de otros, ya no solo hay que denominarlos gozos vanos, sino diabólicos; peor aun, ni gozos pueden llamarse. “No hay gozo para los impíos, dice el Señor” (Is 57,21). Quiero buscar todavía otro fruto del gozo, o más bien otras primicias de los gozos. Si me alegro en la palabra del Señor, si me alegro de la ciencia de los misterios de Dios, si me alegro de haber sido considerado digno de conocer los secretos y los arcanos de la sabiduría de Dios, si me alegro de que, dejadas todas las cosas que hay en el mundo, no solo las inútiles, sino también las útiles, no solo las vanas, sino también las necesarias, me entrego a la sola palabra de Dios y a su sabiduría, en todas estas cosas, según pienso, se ofrecen abundantemente las primicias del gozo, agradables a Dios. Pero también sobre los otros frutos del Espíritu, cada uno podrá hacer las aplicaciones que a su gusto procedan, para no prolongar ahora más de lo justo nuestra predicación.