OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (482)

Procesión de Corpus Christi

Hacia 1400-1410

Leccionario

Glastonbury (?), Inglaterra

Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números

Homilía XI (Nm 18,8-32)

Condiciones para el acceso a la Asamblea de Dios

7.2. Pienso que uno puede decirse Israelita en cuanto que le es lícito entrar en la Iglesia de Dios, porque está escrito: “No abominarás al Idumeo, porque es tu hermano, ni al Egipcio, ya que fuiste forastero en tierra de Egipto. Si les nacieran hijos, a la tercera generación entrarán en la Iglesia de Dios” (Dt 23,7-8). Mientras, por tanto, no dé fruto el Egipcio o el Idumeo ni haya hecho hijos de la primera, la segunda y la tercera generación, no puede entrar en la Iglesia del Señor; pero la procreación de hijos los hace entrar en la Iglesia del Señor.

La diversidad de almas

7.3. Extreme la atención quien lee las Divinas Letras y no pase a su antojo por las palabras de la Escritura, sino contemple cada palabra y vea de qué modo no dijo la Escritura “si les nacieran hijos o hijas”, sino “si les nacieran hijos, a la tercera generación entrarán en la Iglesia del Señor” (cf. Dt 23,8). Y considera, si puedes, según el sentido místico, por qué solo son los hijos, no son también las hijas, a quienes hacen entrar los padres en la Iglesia del Señor. Después encuentras que también los santos, de los cuales se da por parte de Dios un testimonio eximio, difícilmente engendraron hijas, sino hijos. Abraham no engendró hijas, ni siquiera el propio Isaac, solo Jacob engendró una, y (ella) fue una carga para sus hermanos y sus padres, ya que, deshonrada por Emor, hijo de Siquem, causó el oprobio de la familia y el furor de la venganza en sus hermanos (cf. Gn 34). Pero también se manda que todo varón se presente ante el Señor tres veces al año (cf. Ex 23,17); la mujer no es llamada a presentarse al Señor. Así, por tanto, si alguien se aplica diligentemente a las divinas Escrituras, encontrará que no es sin motivo el que en algún lugar se mencionen con los hijos también las hijas, mientras que en otro lugar no se hace mención de las hijas. Y aquí, por consiguiente, las primicias que se ofrecen, se manda que sean ofrecidas por los hijos de Israel consagrados, pero no por las hijas[1]; lo cual, sin embargo, según el entendimiento espiritual, no hay que referirlo al sexo, sino a la diferencia de las almas.

“Legítimo eterno”

7.4. “Te he dado esto, dice (la Escritura), a ti y a tus hijos después de ti, en privilegio legítimo eterno” (Nm 18,8). A ti, dice: ¿A quién? Responderás sin duda que a Aarón. Pero el texto que sigue, aconseja que se entienda más bien del verdadero Pontífice, Cristo, y de sus hijos los apóstoles y los doctores de las Iglesias. Porque dice: “legítimo eterno”. ¿Cómo, entonces, puede ser eterno lo que es visible, cuando dice el Apóstol: “Las cosas que se ven son temporales; las que no se ven, son eternas” (2 Co 4,18)? Si, por tanto, son visibles las primicias que se ofrecen a Aarón, en cuanto que son visibles no pueden decirse eternas; de modo semejante la circuncisión visible y los ácimos visibles y la pascua visible, necesariamente no pueden ser eternos sino temporales, porque las cosas que se ven son temporales. Y de nuevo: “Si las que no se ven son eternas”, por consiguiente, la invisible circuncisión, que está en lo oculto (cf. Rm 2,29), es eterna, y también el ácimo de la sinceridad y de la verdad (cf. 2 Co 5,8), por el hecho de que procede de las cosas que no se ven. Por tanto, de modo semejante también estas cosas se dicen legítimas eternas para el judío -no para el que lo es manifiestamente-, sino para el que lo es en lo secreto y el que lo es en el espíritu, no en la letra, según el hombre interior (cf. Rm 7,22).

“Y esto es lo que será para ustedes de las cosas santas que se consagran” (Nm 18,9).

Solamente Dios es verdadera y plenamente santo 

8.1. Recorriendo este pasaje de los sacrificios, alguna vez me pregunté a mí mismo sobre cuáles serían las cosas santas santificadas, y me parece como si estas se dijeran santas santificadas, para distinguirlas de aquellas santas que no son santificadas. Pienso, por consiguiente, que el Espíritu Santo es de tal modo santo, que no es santificado; porque la santificación no le vino de afuera ni de ninguna parte como si antes no existiese, sino que fue siempre santo, y su santidad no tuvo comienzo. De igual modo hay que entender sobre el Padre y del Hijo: la sustancia de la Trinidad es la única que no recibe la santificación de afuera, sino que por su propia naturaleza es santa. En cambio, cualquier criatura se dirá santa santificada, por dignación del Espíritu Santo o por razón de sus méritos. Así, entonces, leemos que está escrito: “Sean santos, porque yo soy santo, dice el Señor Dios” (cf. Lv 20,7). No se ha de poner sin más la semejanza de la santidad en Dios y en los hombres; puesto que de Dios se dice que es santo, mientras que los hombres, como si no lo fueran siempre, se les manda que se hagan santos. En griego, donde nosotros tenemos sean santos, esta expresión más bien suena háganse santos. Pero nuestros traductores pusieron indiferentemente sean por háganse. Cada uno de nosotros, por tanto, desde que llega al temor de Dios y recibe en sí la divina doctrina, desde que se consagra a Dios, si de corazón se ha consagrado, se vuelve por ello santo. Este puede decirse santo santificado; pero verdaderamente y siempre santo solo es Dios.



[1] Lit.: no también por las hijas (non etiam a filiabus).