OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (479)

La Ascensión de Cristo

1450-1475

la Haya, Holanda

Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números

Homilía XI (Nm 18,8-32)

Los ángeles y los servidores de las fuerzas benignas

4.3. Y así todo esto, que ha sido bosquejado en la Ley, porque la Ley contiene la sombra de los bienes futuros (cf. Hb 10,1), de tal modo que se cumplirá en la verdad de los bienes futuros por el ministerio de los ángeles, que lo que fue prefigurado en aquel Israel, que se dice Israel según la carne (cf. 1 Co 10,18), se cumple en los israelitas verdaderos y celestiales; puesto que el nombre de Israel alcanza hasta los órdenes angélicos, o más bien porque ellos se llamarán Israel con mucha más verdad cuanto más sean ellos espíritu[1] que ve a Dios, porque así se traduce Israel. Porque pienso, en efecto, que, del mismo modo que vemos referidos en la Escritura algunos nombres de pueblos o de príncipes, que, sin duda alguna, designan a los ángeles malos y a las fuerzas contrarias, como el Faraón rey de Egipto y Nabucodonosor de Babilonia o de Asiria, así también los nombres que se escriben de los varones santos y de la gente religiosa, debemos referirlos a los santos ángeles y a las potencias benignas. En cuanto a que el rey de la gente impía sea relacionado por la Escritura con alguna fuerza maligna, escucha de qué modo habla Isaías sobre Nabucodonosor: «Y blandiré -dice- la espada sobre una gran nación, sobre el príncipe de los Asirios. Porque ha dicho: “Con mi fuerza lo haré, y con la sabiduría de mi inteligencia destruiré los confines de las gentes, y depredaré su poderío”» (Is 10,12. 13). Y de nuevo en otro lugar, como hablando al príncipe de una determinada gente, dice: “¿Cómo cayó Lucifer del cielo, (la estrella) que se alzaba de mañana?” (Is 14,12). Por tanto, si la razón de la verdad requiere que todo esto se refiera a ciertos ángeles de fuerza maligna, las realidades que se consignan sobre los buenos, sean de los príncipes o de los pueblos, por la misma lógica, ¿no habrá que referirlas también, como hemos dicho más arriba, a los ángeles y ministros de las fuerzas buenas?

Los ángeles aparecen a nuestros ojos como los inventores de las diversas lenguas

4.4. Pero también sobre lo que leemos escrito en el Génesis que dice Dios, hablando sin duda con los ángeles: “Vengan, confundamos sus lenguas” (Gn 11,7), ¿qué otra cosa se puede pensar sino que los distintos ángeles han infundido[2] en los hombres diversas lenguas y hablas? Que, por ejemplo, uno de ellos fuera entonces el que inculcara la lengua babilónica a un hombre y otro la egipcia a otro, y otro el que inculcara la griega, y así fueran hechos príncipes de las diversas naciones, que parecieran ser inventores de las lenguas y hablas, aunque permaneciera sin embargo la lengua transmitida en el principio por Adán, que pensamos sea la hebrea, en aquel sector de la humanidad que no ha se ha vuelto parte de algún ángel o príncipe, sino que permaneció como porción de Dios (cf. Dt 32,9).

El ministerio de los ángeles de los pueblos y de las Iglesias

4.5. Entretanto, como habíamos comenzado a decir, también los ángeles ofrecen las primicias, según creo, cada uno de su pueblo y asimismo cada uno de su Iglesia. A esos ángeles parece escribir Juan en el Apocalipsis, por ejemplo, cuando dice: “Al ángel de la Iglesia de los Efesios o de los Esmirniotas o de los Laodiceos” (cf. Ap 2,1. 8), y de otras (Iglesias) que están en las Escrituras. Ofrece, por consiguiente, cada uno de los ángeles las primicias de su Iglesia o de su nación, a la que se le encomendó administrar; y quizás haya aparte otros ángeles que reúnan a los fieles de entre todos los pueblos. Y pongamos por ejemplo, que en otra ciudad, donde no hay todavía cristianos, llegue alguien y comience a enseñar, trabaje, instruya, conduzca a la fe y él mismo más adelante se vuelva príncipe y obispo de aquellos a los que enseñó. Así también sus santos ángeles, que los han congregado de entre las diversas naciones y que los hicieron caminar mediante su trabajo y ministerio, estos también en un futuro se volverán príncipes, de modo que Cristo no se diga tanto rey, cuanto rey de reyes y ya no Señor, cuanto Señor de los Señores (cf. Ap 19,16). Así, entonces, si estos se hacen reyes de aquellos a los que rigen y promueven, ellos mismos ofrecen, por tanto, algunos al Pontífice, y otros a los hijos del Pontífice (cf. Nm 18,10), esto es, a las virtudes superiores y a los arcángeles, y otros también a los levitas (cf. Nm 18,24), esto es, a las potencias un poco inferiores, en el caso de que parezca razonable que en tal sentido sean también distintos los órdenes angélicos, como lo son los israelíticos, ya que se dice que los israelitas sirven a la sombra y ejemplar de las realidades celestiales (cf. Hb 8,5).

El Señor recompensa nuestros méritos aunque sean pocos

4.6. Podemos, entonces, decir que quizás en el futuro, cuando todos los frutos se congreguen en la era, habrá algunos que serán porción del Pontífice, pero del verdadero Pontífice, Cristo. Otros serán porción de los levitas, reservada a los ángeles o a otras virtudes celestiales, como ya hemos dicho más arriba. Pienso también que cierta porción será de los hombres, al menos de aquellos que en esta vida fueron prudentes y fieles dispensadores del verdadero Dios. Considero que esto es lo que quiere indicar el Señor en los Evangelios, cuando dice a aquel al que había confiado cinco talentos y que los había convertido en diez: “Recibe el poder sobre diez ciudades” (Lc 19,17); y al que había confiado un0 y de él había obtenido cinco: “Recibe el poder sobre cinco ciudades” (Lc 19,19). ¿De qué modo, en efecto, hay que entender aquí esta potestad sobre las ciudades, sino como el gobierno de las almas? Por ello me parece que no sin causa también algunos de entre los mismos ángeles ejerzan la potestad y el principado sobre otros, mientras que otros se sometan y obedezcan al poder. Como al que se le da poder sobre diez ciudades o al que se le da (poder) sobre cinco no se le da sin motivo, sino que llegó de aquel modo al poder, porque multiplicó el dinero que se le había confiado. Porque todas las cosas tienen su razón y su juicio ante Dios, y no acontecen por un favor, sino que por mérito uno es constituido príncipe sobre muchos, mientras que otro está sujeto al principado.

Cristo es llamado Primicias

4.7. Quizás parezca que nos hemos extendido en una prolija digresión; pero, para explicar las primicias, era necesario tratar también estas cosas, ya que ese vocablo está revestido de tanto honor en las divinas Escrituras, que el propio Cristo es denominado Primicias (cf. 1 Co 15,23) y Primicias de los que duermen (cf. 1 Co 15,20). Y, como Cristo es Rey de reyes y Señor de los Señores (cf. 1 Tm 6,15; Ap 29,26), y Pastor de los pastores (cf. 1 P 5,4), y Pontífice de los pontífices (cf. Hb 4,15), así consiguientemente se dice Primicias de las primicias. Primicias que se ofrecen no ya al Pontífice, sino a Dios, según aquello de que se ofreció a sí mismo a Dios como víctima (cf. Ef 5,2), y, resucitando de entre los muertos, está sentado a la derecha de Dios (cf. Col 3,1). Y es llamado Primicias y Primogénito de toda criatura (cf. Col 1,15), lo que, si ha de entenderse de cada una de las criaturas del mismo modo que se dice y entiende entre los hombres primicias de los que duermen, o en un sentido más excelso y divino, no es ahora el tiempo de averiguarlo.



[1] Lit.: mens, mente, entendimiento.

[2] El verbo es inoperor: obrar, hacer.