OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (476)

Cristo Buen Pastor

1525

Francia

Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números

Homilía XI (Nm 18,8-32)

Las tres posibilidades del “escriba sabio y docto”

2.1. Será, entonces, propio de un escriba “sabio y docto en el Reino de Dios, que sabe sacar de estos tesoros cosas nuevas y viejas” (cf. Mt 13,52), saber de qué forma en cada lugar de la Escritura o rechaza totalmente la letra que mata y busca el espíritu que vivifica (cf. 2 Co 3,6), o bien confirma de todos modos y estima útil y necesaria la doctrina de la letra, o, manteniendo el relato de los hechos, introduce también, oportuna y convenientemente, el sentido místico.

Se debe colaborar a la subsistencia de los ministros de la Iglesia 

2.2. Es lo que también lo que considero que conviene en este pasaje que tenemos entre manos; puesto que procede y es también útil ofrecer las primicias a los sacerdotes del Evangelio. En efecto, “el Señor dispuso que los que anuncian el Evangelio vivan del Evangelio y los que sirven al altar participen del altar” (cf. 2 Co 9,14. 13). Y, como esto es digno y decente, así por el contrario es indecente e indigno, más aun, impío, que aquel que venera a Dios y entra en la Iglesia de Dios, que sabe que los sacerdotes y ministros asisten al altar y sirven a la palabra de Dios o al ministerio de la Iglesia, no ofrezca a los sacerdotes las primicias de los frutos de la tierra, que dio Dios haciendo salir su sol y proporcionando sus lluvias. No me parece que una persona de ese talante se acuerde de Dios ni piense ni crea que Dios le haya dado los frutos que recogió, que esconde de ese modo como ajenos a Dios; porque si creyese que le habían sido dados por Dios, sabría honrar a Dios por sus dones y regalos, gratificando a los sacerdotes.

Quien sigue a Cristo debe cumplir más perfectamente la Ley

2.3. Y, para mostrar todavía con más amplitud, con palabras del propio Señor, que estas prescripciones han de observarse también según la letra, añadamos incluso esto. Dice el Señor en los Evangelios: “¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas!, que diezman -esto es, dan los diezmos- de la menta, del comino y del eneldo, y abandonan en cambio lo más importante de la Ley. ¡Hipócritas: procede hacer esto y no omitir aquello!” (cf. Mt 23,23). Mira, por consiguiente, con mayor diligencia, cómo la palabra del Señor quiere que se cumplan de todos modos las cosas más importantes de la Ley, pero sin omitir tampoco aquellas que se designan según la letra. Y, si tú replicases que estas cosas las decía a los fariseos, no a los discípulos, escucha de nuevo al mismo (Señor), que le dice a los discípulos: “A no ser que la justicia de ustedes fuera más grande que la de los escribas y fariseos, no entrarán en el reino de los cielos” (Mt 25,20). Lo que, por tanto, quiere que sea hecho por los fariseos, mucho más y con mayor abundancia quiere que sea cumplido por sus discípulos; por el contrario, lo que no quiere que sea realizado por sus discípulos, tampoco se lo manda hacer a los fariseos. Sin embargo, de qué modo quiere que sus discípulos hagan más de lo que hacen los fariseos, lo manifiesta cuando dice: “Ha sido dicho a los antiguos: no matarás” (Mt 5,21). Esto lo observaban también los fariseos; en cambio dice a los discípulos: “Pero yo les digo que, si uno se encoleriza con su hermano, será reo de juicio” (Mt 5,22). Del mismo modo, respecto de lo que está escrito: “No adulterarás” (Mt 5,27), a tal punto quiere de sus discípulos que abunden más en justicia, que ni siquiera miren a una mujer para desearla (cf. Mt 5,28). 

Necesidad de discernir el contenido de la Ley 

2.4. Así, las personas que son estudiosas de las Divinas Escrituras, habrán podido deducir muy fácilmente de estas pocas cosas que hemos aducido, las distinciones contenidas en otros pasajes. “Porque si el sabio escucha, dice (la Escritura), no sólo alabará la palabra, sino que (algo) le añadirá” (Si 21,15). ¿Qué añadirá?: Discutirá y discernirá, en cada uno de los capítulos de la Ley, dónde hay que huir de la letra de la Ley, dónde hay que abrazarla, también dónde la narración de los hechos concuerda con la exposición mística. “Cristo, en efecto, nos redimió de la maldición de la Ley” (Ga 3,13), no nos redimió de la maldición del mandato ni de la maldición del testimonio, ni de la maldición de los juicios, sino de la maldición de la Ley, esto es, para que no estuviésemos sujetos a la circuncisión de la carne (cf. Rm 2,28), ni a la observancia de los sábados y a otras cosas semejantes (cf. Col 2,16), de las que hay que decir que no se contienen en los mandatos, sino en la ley. 

“El mandato de las primicias de los frutos o del ganado debe también mantenerse según la letra”

2.5. Por tanto, “¿cómo supera nuestra justicia a la de los escribas y fariseos” (cf. Mt 5,20), si estos no osan probar de los frutos de su tierra antes de ofrecer las primicias a los sacerdotes y de separar los diezmos para los levitas, pero yo, no haciendo nada de eso, hago uso de los frutos de la tierra hasta el punto de que el sacerdote los desconozca, el levita los ignore y no los perciba el altar?

2.6. Debemos por fuerza recordar que ley se utiliza en doble sentido, puesto que generalmente todas estas cosas, esto es el mandato, las prescripciones, los preceptos, los testimonios, los juicios, se denominan ley, pero especialmente una parte de los que están escritos en la Ley se denominan ley, como son aquellos de los que hemos tratado más arriba. Pero en general, la ley se significa, por ejemplo, cuando se dice del Salvador que no vino a abolir la Ley, sino a cumplirla (cf. Mt 5,17); y de nuevo, en otro lugar: “Por consiguiente, el amor es la plenitud de la Ley” (Rm 13,10), con lo que denominó ley a todas las cosas que están escritas en la Ley. Hemos dicho esto para demostrar que el mandato de las primicias de los frutos o del ganado debe también mantenerse según la letra.