OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (467)

Jesucristo es tentado por el demonio

Hacia 1240

Salterio

Oxford, Inglaterra

Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números

Homilía IX (Nm 17,1-28 LXX)

Los brotes que germinarán de nuestro cuerpo en la resurrección

8.1. Luego, las palabras de la Escritura, sobre las que ahora hablamos, así expresan[1]: “Y será -dice- que la vara del hombre al que yo elija, germinará” (cf. Nm 17,20). Esto solo prometió Dios, que la vara de aquel al que Él elija, germinará. Cuando se acude a la realidad, para que se muestre cumplido lo que se prometió, no se dice que se haya realizado lo único que había sido prometido, sino que fíjate cuánto se añade. Porque dice: “Y he aquí que germinó la vara de Aarón en la casa de Leví” (Nm 17,23a); sin duda es esto solo lo que se había prometido, pero se añaden otras cosas, y se dice: “Y produjo hojas, hizo brotar flores y germinó nueces” (Nm 17,23b). Por tanto, dado que había prometido sólo el germen, mira cuánto da Dios, puesto que no sólo produjo el germen, sino también las hojas, y no sólo hojas, sino también flores, y no sólo flores, sino también frutos. ¿Qué es, por consiguiente, lo que de esto debemos colegir y contemplar? Lo primero de todo, el misterio de la resurrección de los muertos: pues la vara seca germina cuando el cuerpo extinguido empieza a revivir. ¿Y cuáles son estos cuatro dones que se concederán al cuerpo que resucita? Que “lo sembrado en la corrupción resucite en la incorrupción; lo sembrado en la debilidad resurja en la fuerza, lo sembrado en la ignominia resurja en la gloria y el cuerpo sembrado como animal resurja como cuerpo espiritual” (1 Co 15,42-44). Éstos son los cuatro brotes que germinará la vara de nuestro seco cuerpo en la resurrección.

Los bienes espirituales que se nos prometen

8.2. Pero también en segundo lugar, diremos que, como en estos casos hizo Dios su promesa cuadruplicada, y dio muchos más y más preciosos dones que lo que había prometido, cuánto más en todos los lugares de la Escritura donde se contiene alguna promesa de Dios, sin con todo alguien merece llegar a ella, será preparada con generosidad en el futuro, y así se cumplirá verdaderamente aquello que dice el Apóstol: “El ojo no vio ni el oído oyó ni ha subido al corazón del hombre lo que Dios ha preparado para los que le aman” (1 Co 2,9). Mira, entonces, cuántas y cuáles son aquellas realidades que no solo a nadie le es lícito ver y oír, sino que ni siquiera pudieron subir al corazón, esto es, al pensamiento humano. Por consiguiente, ya se refiera uno a la tierra o al cielo, o a este sol y al fulgor de la luz visible, todo esto lo vio el ojo y lo oyó el oído, y no pueden ser de aquellas cosas que el ojo no vio ni el oído oyó ni subió al corazón del hombre. Pasa, por tanto, más allá de todas estas cosas y transciende todo lo que ves, lo que oyes, incluso lo que puedes pensar, y conoce aquello que está reservado para los que aman a Dios, lo que ni (siquiera) al pensamiento de tu corazón pudo subir. De lo cual yo concluyo que nada en estas promesas puede pensarse de las cosas corporales. En efecto, la razón de la materia corporal no escaparía del todo al sentido del pensamiento humano, pero aquellos son (bienes) que no pueden subir al pensamiento de nadie ni al corazón de nadie, que se contienen en la sola sabiduría de Dios.

Aprovechar los tiempos de penitencia y reparación

8.3. Y por la misma razón por la que los bienes de las promesas se dan con mayor medida que las promesas, de modo análogo también las penas con las que se amenaza a los pecadores han de ser aplicadas con tormentos multiplicados, como hemos expuesto más arriba, donde se establece como castigo un año por cada día (cf. Nm 14,34). A menos que se piense que puede haber una tercera posibilidad, tomando cierta mitigación (de los términos) que se contienen en la amenaza que se le hizo a David, cuando le fue anunciada la futura devastación de la muerte en «tres días», y el tiempo de suplicio parece que se redujo a seis horas (cf. 2 S 24,13-15). Pero esto puede resultar de provecho cuando se concede tiempo de penitencia y ocasión de reparar. Está escrito, sin embargo, que Dios retribuye a los malos hasta la tercera y cuarta generación (cf. Ex 20,5-6); en cambio a los buenos hace misericordia no solo hasta la tercera y cuarta generación, sino, como dice la Escritura, por mil generaciones (cf. Dt 7,9).



[1] Ita se habet.