OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (465)

Jesucristo cura a la suegra de Pedro

Hacia 1020

Evangeliario

Colonia, Alemania

Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números

Homilía IX (Nm 17,1-28 LXX)

“El quebranto”

6.1. “Y cesó -dice (la Escritura)- la devastación”, o, como hemos indicado que se lee en otros ejemplares, “el quebranto” (cf. Nm 17,15), que conviene mejor con la interpretación de la verdad: puesto que es quebranto lo que se realiza en los vasos de arcilla. Los pecadores, por consiguiente, se hacen vasos de arcilla, como indica el profeta Jeremías en las Lamentaciones, cuando dice: “¿Cómo los hijos de Sión, que eran honorables y valorados como el oro, han sido considerados vasos de arcilla, obras de las manos del alfarero?” (Lm 4,2). Y, como dice el Apóstol, “en una casa grande no hay solo vasos de oro y de plata, sino también de madera y de arcilla, y unos para honor, otros para desprecio (2 Tm 2,20). Los vasos de arcilla son, por tanto, para desprecio, y pueden quebrantarse.

El vaso útil

6.2. Pero consideremos con más atentamente lo que afirma el Apóstol en lo que sigue sobre esos mismos de los vasos de arcilla: “Si alguien -dice- se purifica a sí mismo de tales cosas, será vaso de honor, santificado y útil para el Señor, preparado para toda obra buena” (2 Tm 2,21). En lo cual también parece indicarse que el propio vaso, tanto el que se hace como por quien se hace, es una y la misma persona. Comprende, entonces, que en realidad es el propósito del hombre el que actúa, mientras que la otra parte del hombre es el vaso mismo, que se hace para honor o para desprecio. Cuando, por tanto, nuestro pensamiento elige cosas buenas y nos lleva a una buena conducta, nos hace un vaso útil; cuando, en cambio, se abandona y aparta nuestro propósito de las cosas buenas, nos volvemos vaso para el desprecio. Si, por consiguiente, nuestro entendimiento es fangoso, de modo que tiene siempre pensamientos de lodo y de cosas terrenas, nos hacemos vaso de arcilla y obra de manos de alfarero. Y quizás por esto el que es así es increpado por el Apóstol, como quien tiene un pensamiento fangoso y terreno, e indagara y hablara de realidades grandes, que no puede entender:

“¿A qué viene ahora el lamentarse? ¿Quién puede resistir a su voluntad?” (Rm 9,19); al cual el Apóstol, como a un fangoso, responde: «¿Quién eres tú, hombre, para replicar a Dios? ¿Acaso dice la arcilla a quien la hizo: “Por qué me hiciste así”?» (Rm 9,20).

“Llevamos nuestro tesoro en vasos de arcilla”

6.3. Además se dice que, tanto nuestro cuerpo (es) un vaso de arcilla, como también la letra de la Ley, en lo que afirma el Apóstol: “Llevamos, sin embargo, este tesoro en vasos de arcilla” (2 Co 4,7). Ambas acepciones pueden aceptarse en este pasaje; lo que el Señor, por medio del Espíritu Santo, también a nosotros, puestos en el cuerpo, nos concede generosamente: el tesoro de su gracia; y lo que, en las palabras de la Ley, consideradas viles y despreciables por el hecho de que no parecen adornadas por ninguna arte gramática, está escondido: el tesoro de la sabiduría y de la ciencia de Dios; así puede decirse con razón que en ellas están escondidos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia de Dios (cf. Col 2,3).

Conclusión de esta sección de la homilía; anuncio de lo que sigue

6.4. Esto es lo que teníamos que decir acerca del quebranto, que la Escritura recuerda que cesó (cf. Nm 17,15). Pero ahora digamos también algunas (palabras) sobre la continuación de la historia, en la cual se introduce la conmemoración de las varas.