OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (464)

Jesús cura a un hombre poseído por un espíritu inmundo

Hacia 1410-1416

Liturgia de las Horas

Chantilly, Francia

Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números

Homilía IX (Nm 17,1-28 LXX)

La propiciación y “el misterio del incienso”

5.1. Pero en primer término, si parece bien, describamos la imagen de esta historia, para que, cuando se muestre la apariencia del hecho, busquemos también entonces si hay algo misterioso en el texto. Imagínate, por tanto, a aquel pueblo de Israel, dispuesto en el campamento por órdenes de tribus y de familias (cf. Nm 1,2), y considera a la Potencia enviada por Dios, que comienza a devastar al pueblo con la muerte, no aquí y allá[1], sino comenzando por una parte concreta y siguiendo por orden la matanza de la muerte; después de esto, el Pontífice, revestido con la vestidura pontifical, que avanza y, llevando el incensario y el fuego con incienso, se dirige a aquel lugar al que había llegado la muerte, causada por el ángel exterminador (cf. Ex 12,23), y permanece en aquel lugar en el que la muerte había terminado con los primeros y estaba próxima de los últimos. Contempla al Pontífice puesto en pie, que, por una especie de interposición, separa los vivos de los muertos; pero que, en virtud de su propiciación y el misterio del incienso, avergüenza al ángel devastador (cf. Ex 12,23), y con esto ciertamente se detuvo la muerte y se regeneró la vida.

Jesucristo: el verdadero Pontífice

5.2. Si has comprendido el orden de la historia y has podido ver, por así decir, con los ojos al Pontífice parado en medio, entre los vivos y los muertos, sube ahora a la cumbre más elevada de este relato, y mira cómo el verdadero Pontífice, Jesucristo, asumido el incensario de la carne humana y superpuesto el fuego del altar, aquella alma sin duda magnífica, con la que nació en la carne, añadido también el incienso, que es el Espíritu inmaculado, estuvo en medio de los vivos y de los muertos y no permitió que la muerte pasara más allá, sino que, como dice el Apóstol, “destruyó al que tenía poder sobre la muerte, esto es, al diablo” (Hb 2,14), para que quien cree en Él ya no muera, sino que viva eternamente (cf. Jn 3,15).

5.3. Este fue, por tanto, el misterio futuro, que ya entonces dejó espantado a quien devastaba al pueblo. Porque él reconocía la figura del incensario y del fuego y del incienso; y preveía qué víctima debería ofrecer a Dios el que se había colocado en medio de los muertos y de los vivos (cf. Nm 17,13). Y a aquellos sin duda los salvó entonces la imagen prefigurada, en cambio a nosotros nos alcanzó la verdad misma de la salvación. Aquel ángel devastador no fue confundido por las vestimentas compuestas de púrpura, lana y fino lino del pontífice, sino que comprendió las que debían ser en el futuro las indumentarias del Sumo Pontífice, y retrocedió ante esas, respecto de las cuales toda criatura debe ceder[2].

La segunda venida de Jesucristo

5.4. Pero creo que no sólo en la primera venida de nuestro Señor y Salvador se haya cumplido esta forma, sino que quizás se mantenga también en la segunda. Porque vendrá de nuevo, el Hijo del Hombre, y, cuando venga, encontrará sin duda a algunos ciertamente muertos, y, en cambio, a otros vivos. Lo cual podemos entenderlo así: que algunos todavía serán hallados en el estado de vida en que ahora estamos, mientras que muchos les habrán precedido ya en la muerte. Pero también puede tomarse de otro modo, si entendemos por muertos los cuerpos, y por vivos las almas. Sin embargo, recuerdo que, algunos de los que han interpretado este pasaje antes que nosotros[3], dijeron que eran muertos aquellos que, por el exceso de manchas de sus pecados, se consideran muertos, mientras que (denominan) vivos a aquellos que han permanecido en las obras de la vida. Con todo, en uno y otro sentido estará también en el futuro este Gran Pontífice y Salvador nuestro, en medio de los vivos y de los muertos. Pero entonces también quizás se deba decir que estará en medio de los vivos y de los muertos cuando “situará las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda” (cf. Mt 25,33), y dirá a los que están a su derecha: “Vengan, benditos de mi Padre, reciban el reino que está preparado para ustedes desde el origen del mundo” (cf. Mt 25,34), y lo que sigue. En cambio a los que están a su izquierda, dirá: “Vayan, obradores de iniquidad, al fuego eterno, que ha preparado mi Padre para el diablo y sus ángeles, porque no los conozco” (cf. Mt 25,41). Y son muertos los que son enviados al fuego eterno, en tanto que son vivientes aquellos que son enviados al Reino.



[1] Lit.: sparsim: esparcidamente.

[2] Lit.: era inferior (inferior erat).

[3] Seguramente se refiere a Filón de Alejandría (cf. SCh 415, pp. 246-247, nota 2).