OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (460)

La presentación de Jesucristo en el templo

Hacia 1195

Salterio

Norte de Francia

Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números

Homilía IX (Nm 17,1-28 LXX)

Las herejías exigen la afinación de la verdadera doctrina de la Iglesia

1.3. Puede, sin embargo, todavía entenderse aquí de otro modo la orden que se da sobre los braseros de los pecadores, de que se incorporen y se asocien al altar. En primer lugar, no parece superfluo que se denominen metálicos (cf. Nm 17,4). Porque donde hay verdadera fe e íntegra predicación de la palabra de Dios, (los braseros) se dicen de plata o de oro, de modo que el fulgor del oro declare la pureza de la fe y la plata purificada por el fuego signifique las palabras probadas (cf. Sal 11 [12],7). Pero esas cosas que se dicen metálicas consisten solo en el sonido de la voz, no en la fuerza del Espíritu, y son, según dice el Apóstol, como “el metal que resuena o címbalo que retiñe” (1 Co 13,1). Por tanto, si utilizamos estos braseros metálicos, esto es, las voces de los herejes, para el altar de Dios, donde está el fuego divino, donde está la verdadera predicación de la fe, resplandecerá mejor la misma verdad, al compararla con el error. Porque si digo, por ejemplo, que pongo las palabras de Marción o Basílides, o de otro hereje cualquiera y las confuto con las palabras de la verdad y los testimonios de las Divinas Escrituras como con el fuego del divino altar, ¿no aparecerá más evidente su impiedad, por la misma comparación? Puesto que si la doctrina de la Iglesia fuera simple y ninguna afirmación de la doctrina de los herejes la asediara desde afuera, no podría aparecer tan clara y tan probada nuestra fe. Pero por eso la contradicción de los objetores asedia la doctrina católica, para que nuestra fe no se entorpezca por el ocio, sino que se afine con el ejercicio. 

Las herejías hacen resplandecer la recta fe de la Iglesia

1.4. Por eso decía también el Apóstol: “Es preciso que haya herejías, para que sean manifiestos entre ustedes los probados” (1 Co 11,19). Esto equivale a decir: conviene que los braseros de los herejes circunden el altar (cf. Nm 17,3), para que resulte cierta y manifiesta a todos la diferencia entre los fieles y los infieles. Porque cuando la fe de la Iglesia comience a brillar como el oro y su predicación resplandezca a los que la contemplen como la plata probada por el fuego, entonces, por la vileza del oscuro metal, aparecerán sórdidas las voces de los herejes, con mayor torpeza y falta de decoro. 

La oscuridad pone de manifiesto el valor de la luz

1.5. ¿Quieres saber que las cosas que son buenas se conocen mejor por la comparación con las deterioradas? ¿Quién sabría que es buena la luz, si no experimentásemos las tinieblas de la noche?¿Quién conocería la dulzura de la miel, si no hubiera tenido la prueba de lo amargo? En fin, si suprimes al propio diablo y a las potestades contrarias que luchan contra nosotros, no podrían resplandecer, sin adversario, las virtudes del alma. Así, por tanto, la gloria de los sacerdotes fieles no podría resplandecer si no la recomendara la reprobación y el castigo de los infieles.