OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (458)

San Juan Bautista

1408

Liturgia de las Horas

París

Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números

Homilía VIII (Nm 13,18-34; 14,1-38)

La penitencia sana las heridas

1.8. Así, por consiguiente, la equidad y benignidad de Dios se harán evidente también en los propios suplicios del alma; y el pecador al oír esto, vuelva en sí y no peque más. Porque la conversión en la vida presente, y la penitencia fructuosamente realizada, confieren rápida medicina a las heridas de este género, puesto que la penitencia no solo sana la herida pretérita, sino que también en adelante no permite que el alma sea herida por el pecado. Más todavía, añadiré esto: por ejemplo, si soy pecador, ¿acaso me corresponderá la misma pena, si he pecado una sola vez, que si peco por segunda y tercera vez o todavía con más frecuencia? No será de ese modo, sino que, según la importancia, el número y la medida del pecado, así también se medirá la cantidad de la pena. Porque Dios nos dará el pan de las lágrimas, y nos dará a beber lágrimas, pero con mesura (cf. Sal 79 [80],6). Pero esta mesura será la que haya buscado cada uno para sí en esta vida, pecando más o menos. Pero también el cáliz de vino puro en la mano del Señor, se dice que está lleno de mixtura (cf. Sal 74 [75],9). Se mezclará, por tanto, sin duda, para cada uno, y se hará el juicio no sólo de los males que hizo, sino también de los bienes. Y con todo, cuando se mezclen entrambos, sus heces, que yo considero expresan la parte de los males, no serán totalmente eliminadas (cf. Sal 74 [75],9).

Jesús es nuestro gran intercesor ante el Padre

1.9. Pero eso, como dijimos, están en las manos de Dios; lo nuestro, en cambio, será correr rápido hacia la enmienda, convertirnos sin simulación a la penitencia, llorar lo pasado, precaver lo futuro, invocar el auxilio de Dios; porque, apenas gimas una vez convertido, serás salvado (cf. Is 45,22). Encontrarás un abogado que intercederá por ti al Padre, el Señor Jesús (cf. 1 Jn 2,1; Rm 8,34), mucho más poderoso de lo que ha sido Moisés, quien oró por aquel pueblo (cf. Nm 21,7) y fue escuchado. Y quizás por eso está escrito que Moisés intervino en favor de los pecados del primer pueblo e impetró la venia, para que nosotros confiemos mucho más en que nuestro abogado Jesús nos obtendrá del Padre el indudable perdón, con tal que nos convirtamos a Él y no se vuelva atrás nuestro corazón (cf. Sal 43 [44],19, como dice Juan en su carta: “Les digo esto, hijitos, para que no pequen; pero, si alguno de ustedes pecara, tenemos un abogado ante el Padre, Jesús el justo, que intercede por nuestros pecados” (cf. 1 Jn 2,1-2). A Él la gloria en la eternidad por los siglos de los siglos. Amén (cf. 1 P 5,11).