OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (457)

San Juan Bautista

Hacia 1400-1415

Liturgia de las horas

Artois, Francia

Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números

Homilía VIII (Nm 13,18-34; 14,1-38)

La severidad y la bondad de Dios

1.4. Nosotros, entre tanto, decimos que nuestros padres fueron aquel pueblo anterior, mientras que nosotros somos sus hijos. Por consiguiente, ellos, porque pecaron, fueron expulsados y cayeron; en cambio, nosotros, sus hijos, que no conocíamos el bien ni el mal, resurgimos y fuimos ennoblecidos en lugar de ellos. Somos, en efecto, de los gentiles (cf. Rm 9,24), que ni habíamos conocido las cosas buenas, que vienen de Dios, ni las malas, que se engendran por el pecado. Sin embargo, si les sucedemos en el lugar de los que han sido expulsados, temamos la enseñanza[1] de tan grande caída, escuchando la advertencia de Pablo, que dice: “Mira la severidad y la bondad de Dios: en aquellos que cayeron, la severidad; en ti, en cambio, la bondad de Dios, si permaneces en la bondad; de lo contrario, también tú serás excluido. Y ellos, si no permanecen en la incredulidad, serán reinsertados” (Rm 11,23-23).

Pecados y penas

1.5. Después de esto añade el Señor: “Sus hijos serán habitantes en el desierto durante cuarenta años” (Nm 14,33). Y declara lo que tendría de misterio este número, diciendo: “Según el número -dice- de días en los que han explorado la tierra, cuarenta días, un año por cada día, expiarán sus pecados cuarenta años” (Nm 14,34). Yo temo analizar los secretos de este misterio; porque veo que en esto se encierra la relación entre pecados y penas. Si, en efecto, a cada pecador, se le adscribe un año como pena por un día de pecado, y a razón de los días que peca habrá de pasar en los suplicios el mismo número de años, temo que a nosotros, que pecamos cotidianamente y no pasamos apenas un día de nuestra vida sin pecado, ni siglos ni incluso los siglos de los siglos podrían bastar para expiar las penas. Porque en ese hecho de que aquel pueblo, por el delito de cuarenta días, sea atormentado cuarenta años en el desierto y no se le permita entrar en la tierra santa, parece mostrarse cierta similitud con el juicio futuro, en el que deberá discutirse la cuenta de los pecados; a no ser que quizás también existiese una compensación de buenas obras, o también de los males que cada uno recibió en su vida, como enseñó Abraham acerca de Lázaro (cf. Lc 16,19 ss.). Pero a nadie le es dado conocer esto íntegramente, a no ser a Aquel a quien el Padre entregó todo juicio (cf. Jn 5,22). El que un día de pecado se compute por un año de pena, no sólo se afirma en este libro -en el que no hay nada en absoluto de que se pueda dudar-, sino que se muestran también (realidades) semejantes en el libro del Pastor[2], en el caso de que esa escritura parezca digna de ser recibida.

El ejemplo de lo que sucede en nuestros cuerpos

1.6. Pero quizás niegue alguien que convenga a la bondad de Dios el que al pecado de un solo día corresponda un año de suplicios; o diga incluso que, en el caso de que (Dios) devuelva día por día, aunque justo, no pueda sin embargo considerarse clemente o benigno. Entonces, pon atención a esto, por si podemos aclarar la dificultad del asunto con ejemplos más claros. Si se inflige una herida al cuerpo o se parte un hueso o se sueltan las junturas de los nervios, las heridas a los cuerpos suelen acontecer en el espacio de una hora, mientras que, después de soportar muchos sufrimientos y dolores, solo con mucho tiempo se sanan. ¡Cuántos tumores, en efecto, y cuántos tormentos se generan en aquel sitio! Y, si sucede que de nuevo y repetidamente resulta uno herido en la misma llaga o en la misma fractura y más frecuentemente se quebranta, ¡con cuántas penas podrá curar esto y con cuántos tormentos medicarse! ¿En cuánto tiempo, en caso de que pueda, será devuelto a la salud?; y así, si con dificultad algún día se cura, pero (no) desaparece la debilidad el cuerpo y la fealdad de la cicatriz.

La heridas del alma y su curación

1.7. Pasa ahora del ejemplo del cuerpo a las heridas del alma. Cuantas veces el alma peca, otras tantas resulta herida. Y para que no dudes que ella es herida por los pecados como por dardos y espadas, oye al Apóstol, que nos advierte para que tomemos “el escudo de la fe, con el cual puedan -dice- destruir todos los dardos ígneos del Maligno” (Ef 6,16). Ves, por tanto, que los pecados son dardos del Maligno, dirigidos contra el alma. Pero padece el alma no solo las heridas de los dardos, sino también las fracturas de los pies, cuando se preparan lazos para sus pies (cf. Sal 56 [57],7) y se hacen vacilar sus pasos (cf. Sal 36 [37],31). ¿En cuánto tiempo, por consiguiente, piensas que tales heridas y de tal especie, pueden curarse? ¡Oh, si pudiéramos ver cómo resulta herido nuestro hombre interior por cada pecado, cómo le inflige una herida la palabra mala! ¿No has leído -dicen- que las espadas hieren, pero no tanto como la lengua (cf. Si 28,18)? Se hiere, por tanto, el alma por la lengua, se hiere también por los malos pensamientos y las concupiscencias; pero se fractura y se quebranta por obra del pecado. Lo cual, si pudiésemos verlo todo y sentir las cicatrices del alma herida, resistiríamos ciertamente frente al pecado, hasta la muerte. Pero ahora, como los que están poseídos por el demonio o los de mente alienada, no sienten si son heridos, porque carecen de sentidos naturales, así también nosotros, o privados de la razón por las concupiscencias del siglo, o embriagados por los vicios, no podemos sentir cuántas heridas, cuántas trituraciones infligimos al alma cuando pecamos. Y por eso la consecuencia lógica es ampliar el tiempo de la pena, esto es, de la cura y medicación, y por cada herida prolongar los espacios de curación, según la cualidad de la llaga.



[1] Lit.: ejemplo (exemplum).

[2] HERMAS, El Pastor, Comparación VI,4,4: “El tiempo del placer y del engaño es una sola hora; pero la hora de tormento tiene fuerza de treinta días. Así, por tanto, si un día, y por un día sea también atormentado, la hora de tormento tiene la fuerza de un año. Por consiguiente, cuantos días uno se diere al placer, tantos años es atormentado. Ya ves, entonces -me dijo-, cómo el tiempo del placer y del engaño es brevísimo, y el del tormento, largo”. Orígenes no considera El Pastor como libro canónico, pero le atribuye gran valor (SCh 415, p. 210, nota 1).