OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (451)

Moisés recibe la Ley en el Sinaí

Hacia 1320

Lago de Constanza, Alemania

Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números

Homilía VII (Nm 12,1-15; 13,18-34; 14,1-8)

De nuevo sobre la mujer etíope y lo restante sobre la lepra de María.

El terrible mal de la injuria

1.1. Como dice el Apóstol: “Todas estas cosas les acontecieron en figura, pero han sido escritas para advertencia nuestra” (1 Co 10,11), busco qué advertencia recibimos de eso que se nos ha leído, que Aarón y María murmuraron de Moisés (cf. Nm 12,1), por lo cual fueron corregidos, mientras que María incluso se volvió leprosa (cf. Nm 12,10). La preocupación por este castigo fue tanta, que, mientras María completaba el tiempo de una semana con lepra, el pueblo de Dios no realizó el camino hacia la tierra de promisión ni se movió el Tabernáculo del Testimonio.

Mientras tanto, se me amonesta en primer lugar, y de modo útil y necesario, a no denigrar al hermano (cf. Sal 49 [50],20), a no hablar mal de mi prójimo, a no abrir la boca para denigrar no sólo a los santos, sino a cualquiera de mis prójimos, viendo cuánta ha sido por ello la indignación de Dios, cuánta venganza se sigue. Además también en los Salmos vemos que Dios se altera contra este pecado con una indignación semejante, y dice: “Sentándote denigrabas a tu hermano, y ponías una trampa al hijo de tu madre” (Sal 49 [50],20). Pero de modo semejante, en otro salmo, de parte del justo que sabe lo mucho que desagrada a Dios, se dice: “Perseguiré al que denigra a escondidas a su prójimo” (Sal 100 [101],5). Por tanto, a partir de todas estas palabras de la Divina Escritura, como con ciertas espadas de doble filo (cf. Hb 4,12; Ap 1,16), terminemos con el vicio de denigrar a los hermanos y de difamar a los santos, porque la lepra persigue a los denigrantes y maledicentes.

Quienes denigran al prójimo tienen lepra en su alma

1.2. Pero después de esto, pasemos de la consideración moral a la comprensión mística. Aunque también en la precedente exposición ya hayamos dicho unas pocas cosas, sin embargo añadiremos algunas que parecen faltar. Veamos, por tanto, quién es el que denigra a Moisés (cf. Nm 12,1), quién habla mal de él.

No sólo los judíos, sino también los herejes, que no reciben la Ley y los Profetas: también ellos denigran a Moisés. Asimismo suelen imputarle un delito los que dicen que Moisés fue homicida porque mató a un egipcio (cf. Ex 2,12), y, con boca blasfema, componen muchas otras cosas contra él o contra los profetas. Ésos, por consiguiente, que denigran a Moisés (cf. Nm 12,1), tienen lepra en su alma y son leprosos en el hombre interior, y por eso están fuera del campamento (cf. Nm 12,14) de la Iglesia de Dios. Sean ellos heréticos, que denigran a Moisés, sean de la Iglesia, que difaman a los hermanos y hablan mal de sus prójimos, no hay duda de que todos los que se dejan conducir por ese vicio son leprosos en su alma.

Peligros de una lectura “carnal” de la Sagrada Escritura

1.3. Y María, por intervención del pontífice Aarón, fue curada el séptimo día (cf. Nm 12,15); pero nosotros, si por el vicio de la maledicencia caemos en la lepra del alma, permaneceremos leprosos en el alma e inmundos hasta el fin de la semana del mundo, esto es, hasta el tiempo de la resurrección; a no ser que, mientras es tiempo de penitencia, nos corrijamos, y, convertidos al Señor Jesús y, suplicándole, mediante la penitencia seamos purificados de la inmundicia de nuestra lepra. Pero yo pienso que no sólo aquel pueblo antiguo ni solos los herejes, sobre los cuales hemos hablado antes, denigran a Moisés, sino que todo el que comprende mal sus escritos y que recibe carnalmente la ley espiritual, denigra a Moisés, porque enseña carnalmente a los hombres acerca de las palabras del Espíritu.

Han oído qué juicio y qué condena se procuran los detractores y maledicentes; oigan ahora cuánto beneficio ofrecen a aquéllos a los que denigran. Nunca hemos encontrado que Dios profiriese tantas alabanzas de Moisés, su siervo, cuantas ahora vemos que le son dichas cuando es denigrado por los hombres.