OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (447)

San Mateo

Siglo VIII

Evangeliario

Canterbury (?), Inglaterra

Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números

Homilía VI (Nm 11,16-25; 12,1-15)

El Espíritu que recibieron los setenta ancianos

2.1. Pero veamos también otro capítulo, en el cual se refiere que “Moisés eligió setenta varones de entre los ancianos del pueblo y los puso ante el tabernáculo del testimonio” (Nm 11,24); y, “tomando Dios del espíritu[1] de Moisés, (se lo) dio a los setenta ancianos; y, una vez que reposó –dice– sobre ellos el Espíritu, se pusieron todos a profetizar” (Nm cf. 11,25). El decir que, tomando del espíritu de Moisés, dio espíritu a setenta ancianos, no lo entiendas como si Dios sacara de Moisés una sustancia material y corpórea y la dividiera en setenta porciones, y así diese a cada uno de los ancianos una exigua partícula: es impío entender así la naturaleza del Espíritu Santo. Sino que de este modo has de advertir la figura de esta mística palabra: como si Moisés y el espíritu que estaba en Moisés fuera una lámpara de luz fulgurante, de la cual encendería Dios otras setenta lámparas, a las que llegaría así el resplandor de aquella luz principal, de modo que el origen mismo de la luz no recibiría daño alguno por la comunicación de la derivación. Y de este modo se entiende piadosamente lo que está escrito, que Dios sacó del espíritu de Moisés y se lo dio a los setenta ancianos (cf. Nm 11,25).

Sobre la inhabitación del Espíritu Santo

3.1. Pero veamos qué es lo que dice seguidamente: “Y reposó –dice (la Escritura)- sobre ellos el Espíritu y profetizaron todos” (Nm 11,25). No leemos que repose el Espíritu en cualesquiera de los hombres, sino en los santos y bienaventurados. Porque reposa el Espíritu de Dios en aquellos que son de puro corazón (cf. Mt 5,8), y en los que purifican sus almas del pecado, como, por el contrario, no inhabita en un cuerpo sometido al pecado, aunque haya habitado alguna vez en él; puesto que no puede el Espíritu Santo sufrir el consorcio y la compañía del espíritu del mal. En efecto, es cierto que en el momento de pecar reside en el corazón de cada uno el mal espíritu y realiza sus acciones. Cuando se le da a éste un lugar y se lo recibe en nosotros por los malos pensamientos y las pésimas concupiscencias, el Espíritu Santo, contristado y, por decirlo de alguna manera, coartado, huye de nosotros. Por lo cual también el Apóstol, sabiendo que estas cosas suceden así, amonestaba, diciendo: “No contristen al Espíritu Santo, en el cual han sido sellados en el día de la redención” (Ef 4,30).Por eso, pecando contristamos al Espíritu Santo, pero obrando justa y santamente le preparamos un descanso en nosotros. De donde también lo que ahora dice sobre los setenta ancianos, a los que colmó el Espíritu, manifiesta la alabanza y las virtudes de sus vidas. Finalmente, porque por la pureza de su corazón, por la sinceridad de la mente y la capacidad de inteligencia descansó el Espíritu Santo, en seguida actúa en ellos y no se detiene, debido a que hay materia digna de trabajo, porque dice la Escritura: “Y reposó en ellos el Espíritu y profetizaron” (Nm 11,25).



[1] El texto latino siempre dice: Espíritu (Spiritus).