OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (440)

Jesús recibe a Pedro que se hunde en el agua

Siglo XIV

Evangeliario

Armenia

Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números

Homilía IV (Nm 3,39 - 4,49)

Los misterios secretos

3.1. Ahora volvamos a este tabernáculo de la Iglesia del Dios viviente (cf. Hb 12,22) y veamos cómo cada una de estas cosas debe ser cumplida en la Iglesia de Dios por los sacerdotes de Cristo. Si uno es verdaderamente sacerdote, al cual se encomiendan los vasos sagrados, esto es, los secretos de los misterios de la sabiduría, que aprenda de esto y observe de qué modo conviene custodiarlos dentro del velo de la conciencia, sin sacarlos fácilmente al público. O, si la ocasión exige sacarlos y entregarlos a los inferiores, esto es, a los ignorantes, que no los muestre desnudos, que no los presente abierta y totalmente patentes; de otro modo, comete un homicidio y extermina al pueblo (cf. Nm 4,18). Porque se extermina a todo el que toca los misterios secretos e inefables sin haber sido todavía promovido, por méritos y ciencia, al orden y grado del sacerdocio. Puesto que sólo a los hijos de Aarón, esto es, a los sacerdotes, ha sido concedido el ver el arca misma del Testamento, la mesa, el candelabro y cualquier otro de esos objetos que hemos citado arriba, desnudos y sin velos. Los demás en cambio los ven cubiertos, e incluso más bien los llevan cubiertos sobre sus hombros (cf. Nm 7,9).

La distribución de los oficios en el servicio divino

3.2. Y los hijos de Caath, que aunque no son sacerdotes, están sin embargo próximos a los sacerdotes, pueden llevar esos (objetos) sobre sus hombros; en cambio, los otros no ponen sus bagajes y los objetos de sus servicios sobre los hombros, sino en carros (cf. Nm 7,3). Para anticiparnos en la lectura, digamos algo también sobre estas cosas, porque el lugar lo requiere. Cuando son ofrecidos los carros por cada tribu, los hijos de Merarí recibieron cuatro, mientras que los hijos de Gersón recibieron dos (cf. Nm 7,7-8); pero los mejores entre ellos no reciben carros.

3.3. Fíjate, entonces, ahora, cómo se realiza la división de los oficios en el ministerio divino y de qué modo las cosas que son santas no se entregan para transportar a los animales mudos, sino que deben ser los hombres racionales los que lleven sobre sus hombros los vasos que están al servicio del Santo de los Santos; sin embargo, las cosas que son más duras y pesadas, no se cargan tanto sobre los seres racionales, cuanto sobre los mudos animales para que los lleven. Pero también en esto hay alguna diferencia. Puesto que aquellos que ejercen ministerios más duros y onerosos, tienen muchos animales; ya que cuatro carros se dan a los hijos de Merarí, mientras que a los hijos de Gersón, que estaban cerca de los hijos de Caath, les bastan dos carros (cf. Nm 7,7-9). Por lo cual se muestra que para las obras más duras, y, por decirlo así, para las más pesadas, hay muchos que sirven como animales, mientras que para las que se ofrecen a los seres racionales, pocos acceden de entre los que parecen menos instruidos o eruditos. Porque a aquellas cosas que son místicas y escondidas en los lugares secretos, y que sólo se muestran a los sacerdotes, no sólo no accede a ellas ningún hombre animal (cf. 1 Co 2,14), sino que tampoco aquellos que parece que tienen algo de ejercicio y de erudición, pero que todavía no han conseguido[1] por sus méritos y vida la gracia sacerdotal. No sólo ven esas cosas como en un espejo y en enigma (cf. 1 Co 13,22), sino que las reciben cubiertas y veladas y las llevan sobre los hombros, de modo que las conocen más por el ejercicio de las obras que por la revelación de la ciencia.

“Somos sacerdocio real y pueblo adquirido”

3.4. Porque, entonces, ya que es de este modo la dispensación de los misterios de Dios (cf. 1 Co 4,1; Ef 3,9) y del ministerio que se ejerce en las cosas santas, nos debemos mostrar de tal forma que nos hagamos dignos del orden del sacerdocio, para que no nos impongan cosas pesadas como a los seres irracionales, sino que, como seres racionales y santos, seamos destinados a los oficios sacerdotales.

Puesto que somos “estirpe (y) sacerdocio real y “pueblo adquirido” (cf. 1 P 2,9), en la medida en que, conjugando la gracia recibida con los méritos de la vida, nos hagamos dignos para el santo ministerio, para que, cuando salgamos de esta vida, merezcamos ser recibidos, como lo dijimos antes, entre los sacerdotes de Dios y administradores del Arca del Testamento, o sea, (servidores) de los arcanos y recónditos misterios, para que contemplemos a cara descubierta la gloria del Señor (cf. 2 Co 3,18) y entremos en la tierra santa, cuya heredad nos concederá nuestro Señor Jesucristo, a quien sean la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén (cf. 1 P 4,11).



[1] Lit.: subido (conscendo).