OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (433)

San Mateo

Hacia 1504-1505

Etiopía

Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números

Homilía II (Nm 2,1-34)

Avancen según sus signos

2.1. Pero veamos qué es lo que dice: “Y según sus signos[1]” (cf. Nm 2,2). Yo pienso que signos son (las notas) por las cuales se designa la identidad[2] de cada uno; por ejemplo, todos los hombres somos semejantes, pero hay una peculiaridad propia de cada cual, sea en el propio rostro sea en la estatura, en el modo de presentarse o en el hábito, en virtud de la que, por ejemplo, Pablo se designa de un determinado modo por ser Pablo, y del mismo modo Pedro porque es Pedro y no es Pablo. Sin embargo, algunas veces se concede también a los no videntes una diferenciación de cada signo, de modo que por la voz y la palabra conozcan que es uno u otro el que habla; y se conoce a cada uno según el signo de su peculiaridad, incluso sin la visión corporal. De este modo considero que también hay diversos signos en las almas; y el movimiento de algún alma es suave, humilde, plácido, tranquilo, proporcionado; el otro turbulento, engreído, más áspero, más vehemente, más petulante. Otro es prudente, cauto, previdente, solícito, diligente; otro es perezoso, remiso, negligente, incauto; y en esto hay quien lo es más y quien lo es menos. Y me atrevo a manifestar que, quizás tanta diferencia se encuentra en las almas cuanta diversidad existe en el rostro de los hombres; como recuerda en algún lugar el muy sabio Salomón, cuando dice: “Como son diversos los rostros de los rostros, así también son diversos los corazones de los hombres” (Pr 27,19). Pero cada cual, como dice Moisés, “proceda según sus signos” (cf. Nm 2,2), esto es, que aquel cuyas insignias sean humildes y despreciables, no avance más engreído y altivo que lo que requieran los signos de su alma.

La diversidad de los signos

2.2. Y para que todavía aparezca más clara la razón de la diversidad de los signos, añadimos también esto:

Es cierto que todos los que conocen las letras han aprendido los elementos del alfabeto, las veinticuatro del griego, o las veintitrés del latino; y con ellas escriben todo lo que han de escribir. Sin embargo uno es, por ejemplo, el signo de la letra alfa que escribió Pablo y otro el de Pedro; y así, por los diversos hombres que conocen las letras, encontrarás diversos signos de escritura para cada una de las letras. Por lo cual también cada uno de los documentos escritos por manos[3] diferentes se reconocen por los propios signos e indicios; y, aun siendo los mismos elementos, sin embargo en esa misma semejanza de las letras hay gran diferencia de signos. Por eso, si el ejemplo de la realidad propuesta te ha resultado totalmente claro, fíjate ahora en el movimiento de la mente y de las almas, las cuales te mueven a realizar algo. Examina los manuscritos (chirographa) y mira cómo, por ejemplo, el alma de Pablo propuso la castidad, y también el alma de Pedro, pero una es la castidad propia de Pedro y otra la castidad de Pablo, aunque parezca una e idéntica. En fin, tal es la castidad de uno de ellos, que exige castigar su cuerpo y someterlo a la servidumbre, y que todavía diga: “No suceda que…” (cf. 1 Co 9,27); con todo, la castidad del otro no teme ese no sea que. De modo semejante, también la justicia tiene algo propio en Pablo y otro tanto en Pedro. Asimismo, de igual forma, la sabiduría y las otras virtudes.

Los signos propios de cada persona

2.3. Y si incluso en esas personas que hemos puesto como ejemplo, puede suceder que, siendo uno por el Espíritu de Dios, haya sin embargo alguna diversidad en ellas mismas por la propiedad de las virtudes, ¡cuánto más todos los restantes hombres mostrarán algunos signos propios en los movimientos de las almas y en las virtudes del alma! Moisés escribe en la Ley, percibiéndolo claramente de modo místico, que “cada uno avance en el campamento según sus signo” (Nm 2,2).

Las posibilidades de la naturaleza humana

2.4. Puede suceder, sin embargo, que, por el deseo de las buenas obras, pasemos de los signos inferiores a otros mejores y más grandiosos. En efecto, si hemos entendido rectamente que todas esas cosas que han sido escritas en la Ley son formas de los bienes futuros (cf. Hb 10,1) y de aquel mundo que esperamos por la resurrección, es realmente cierto que, si en la vida presente tuviéramos deseo de las realidades mejores y, siguiendo el ejemplo del Apóstol, “olvidándonos de las cosas que quedan atrás, tendemos a las que están delante” (cf. Flp 3,13), en la resurrección de los muertos, donde “como una estrella difiere de otra en esplendor, así también resplandezcan los méritos de cada uno” (1 Co 15,41), podremos, sí, trasladarnos desde las cosas inferiores a signos mejores y más resplandecientes, e igualar a las astros más esplendorosos. Y la naturaleza humana puede avanzar tanto en esta vida, que en la resurrección de los muertos no sólo pueda igualar el brillo de las estrellas, sino incluso el esplendor del sol, según lo que está escrito: “Los justos resplandecerán en el reino de Dios como el sol” (Mt 13,43). De aquí, por consiguiente, lo que también dice más abajo: “Según sus signos, por las casas de sus familias” (Nm 2,2).

Asociarnos a la Iglesia de los primogénitos

2.5. Lo que dice: “Por las casas de sus familias” (Nm 2,2), se utiliza en griego la misma expresión a la que también el Apóstol alude (allí) donde dice: “Por tal motivo doblo mis rodillas ante el Padre de Nuestro Señor Jesucristo, del que toma nombre toda paternidad en el cielo y en la tierra” (Ef 3,14-15). Por tanto, esto que aquí Pablo llama paternidad, el intérprete latino puso allí familias, pero una sola e idéntica palabra se halla en griego.

Estas son, entonces, las paternidades o familias a las que Pablo sin duda ya muestra en los cielos; en cambio, Moisés las describe todavía en la tierra bajo las figuras legales; según las cuales nos advierte que debemos avanzar, para que podamos asociarnos a las paternidades celestiales. Porque así como Pablo enunció más arriba, existen familias, o bien paternidades en el cielo, entre las cuales quizás esté también aquella que en otro lugar el mismo Pablo denomina: “Iglesia de los primogénitos inscrita en los cielos” (Hb 12,23), a la cual nosotros debemos asociarnos, si “avanzamos según el orden” (Nm 2,2) y “realizamos todo según el orden” (cf. 1 Co 14,40). Si no se encuentra en nosotros nada desordenado, nada desasosegado, nada deshonesto, entonces también resplandeceremos como el firmamento (cf. Dn 12,3) y, como las estrellas o el mismo sol (cf. Si 50,7) en el reino de Dios, por Cristo nuestro Señor, a quien (sean) la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén (cf. 1 P 4,11).



[1] El vocablo signum admite diversas versiones: signo, señal, indicio, estandarte, insignia; lo traducimos habitualmente por signo, pero en algunos casos optamos por otra de sus acepciones.

[2] Proprietas: propiedad, naturaleza, peculiaridad, virtud propia.

[3] Chirographa, de chirographum: escrito por propia mano (del griego cheirógraphon).