OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (428)

Jesucristo con los discípulos en la última cena

Siglo XIV

Evangeliario

Ereván, Armenia

Orígenes (+ 253)

Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números

Homilía I (Nm 1,1-54)

El censo de los hijos de Israel

1.1. No todos son dignos de los números divinos, sino que con ciertas y determinadas prerrogativas son designados los que deben incluirse en el número de Dios.

Normas para efectuar el censo

Sobre este asunto contiene un evidente indicio este libro, que se denomina de los Números. En el cual se refiere que, por precepto divino, las mujeres no se incluyan en el recuento (cf. Nm 1,1-4), debido sin duda al obstáculo de la debilidad femenina, ni tampoco ninguno de los esclavos, en cuanto indignos por la vida y las costumbres. Tampoco se cuenta ninguno de los egipcios que se habían entremezclado, evidentemente por ser extranjeros y bárbaros, sino que sólo se enumeran los israelitas, y no todos, sino “los de veinte años para arriba” (Nm 1,3). Y no se tiene en consideración solamente la edad, sino que se busca si también muestra adecuada fuerza para la lucha; puesto que se designa mediante la palabra de Dios que “se cuente todo el que camina con fuerza” (Nm 1,3 LXX). Por tanto, en el israelita no se requiere solamente la edad, sino también la fuerza. La edad pueril no se tiene en cuenta ni se considera apta para los cálculos divinos, a no ser que por ventura se trate de primogénitos o desciendan de la estirpe sacerdotal o levítica: sólo éstos de entre los niños se incluirán en el número. En cuanto a las mujeres, no se incluye ninguna, en absoluto.

Resulta inconveniente quedarse únicamente con la letra

1.2. ¿Y qué les parece? ¿Pueden estar vacíos de misterios estos (textos), y creer que sólo lo ha procurado el Espíritu Santo, quien dictó esto al escriba, para que supiéramos entonces quiénes habían sido enumerados entonces en aquel pueblo y quiénes quedaron sin número? ¿Y qué provecho se les ofrecerá de ello a los que buscan ser enseñados por los sagrados libros? ¿De qué sirve, en efecto, haber aprendido tales cosas? ¿O en qué aprovecha para la salud del alma el saber que una parte del pueblo fue contada en el desierto, mientras que realmente la otra parte quedó sin enumerar?

Provecho de la lectura espiritual de la Biblia

1.3. Pero si, siguiendo la sentencia de Pablo de que la Ley es espiritual (cf. Rm 7,14), creemos y entendemos espiritualmente lo que ella contiene, aparecerá claro un inmenso provecho para el alma en estas cosas que han sido escritas. Porque la presente lectura me enseña que, si supero la ignorancia de la edad pueril, si dejo de ser pequeño en lo referente a los sentidos y, al hacerme hombre, abandono las cosas [propias] de niño (cf. 1 Co 13,11); si he llegado, digo, a ser joven y de tal modo joven que venza al Maligno (cf. 1 Jn 2,13), seré considerado apto por aquellos sobre los que se ha escrito: “Todos los que caminan con la fuerza de Israel” (Nm 1,3), y seré digno de ser contado en los números divinos. Pero mientras haya en alguno de nosotros un sentido pueril e inestable, o una indolencia femenina y disipada, o mientras practiquemos costumbres egipcias y bárbaras, no mereceremos ser incluidos ante Dios en el santo y sagrado número. Innumerables, según dice Salomón, son los que perecen (cf. Sb 18,12; Pr 28,28), pero son contados los que se salvan (cf. Lc 13,23).

Los cabellos de la cabeza

1.4. ¿Y quieres que te muestre que el número de los santos consta ante Dios? Escucha cómo habla David sobre los astros celestiales: “El que cuenta el número de las estrellas, y a todas ellas las llama por su nombre” (Sal 147,4). Pero el Salvador no sólo establece bajo un número a los discípulos elegidos, sino que incluso dice que los cabellos de sus cabezas están numerados, porque dice: “También los cabellos de su cabeza están contados” (Mt 10,30). Con ello no les decía que estuvieran enumerados los cabellos que son cortados con las tijeras y suelen tirarse, o que caen y perecen con el paso del tiempo, sino que ante Dios los cabellos de la cabeza que están numerados son los que había en los nazireos, en los cuales residía la fuerza del Espíritu Santo, para abatir a los extranjeros (cf. Jc 16,15-17). Por tanto, las fuerzas del alma y la multitud de los pensamientos, que se producen en la parte principal de la mente, como sobre la cabeza de los apóstoles, los denominó “cabellos de la cabeza”.

Pero con esto nos salimos del tema, ahora volvamos a él.