OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (424)

La incredulidad del apóstol Tomás

Siglo XII

Salterio

St. Albans Abbey, Inglaterra

Orígenes, Dieciséis homilías sobre el Levítico

Homilía XVI: Sobre las bendiciones del Levítico

Cosecha y purificación del trigo

5. “La cosecha durará hasta la vendimia” (Lv 26,5). Si está sembrada en nuestra alma la buena semilla, recibe de Dios la lluvia, crece y llega a ser una espiga, necesariamente seguirá también la trilla, en la que se purifica el grano. Incluso el alma que germina por la palabra de Dios y es regada por la lluvia celestial, produce el fruto hasta la cosecha; es necesario que en la cosecha misma lo que produce sea purificado en el aire. Es decir, que los pensamientos que genera el alma los profiera hacia fuera[1], y lo que piensa lo confronte ya sea con otros doctores, ya sea también consigo misma, ya sea con los volúmenes divinos; para que si en ellos hay algo vano y superfluo, si hubiera algo semejante a la paja o a la punta de la espiga, lo aviente en ella con el soplo del discernimiento (cf. Hb 5,14), y retenga el trigo puro, el solo que nutre a los consiervos y (permite) “dispensar la medida de trigo a su tiempo” (cf. Lc 12,42).

Trigo y vino

“Y para ustedes, dice, la trilla durará hasta la vendimia”. Porque como dice la Escritura, “el pan conforta el corazón del hombre y el vino lo alegra” (cf. Sal 103 [104],15), y cualquier cosa que se diga sobre la continencia, sobre las observancias y custodia de los mandamientos, esto puede verse como el trigo, con el cual se hace el pan y conforta el corazón de los oyentes. En cambio, lo que pertenece a la ciencia y explica las realidades ocultas, alegra las almas de los oyentes, y parece que se aplica al vino y a la vendimia. Puesto que le procura la alegría al corazón cuando se explican las realidades que son ocultas y obscuras.

Las semillas para la siembra

“Y la vendimia, dice, durará hasta la siembra” (Lv 26,5). Como si dijéramos: primero sembré (las palabras) que están en la Ley, y después de haber sembrado, oré para que “el Señor diera la lluvia a su tiempo” (cf. Lv 26,4), (y) se hizo la cosecha. Después de esto no permanezco ocioso, sino que siembro de nuevo, tomo la Escritura profética y con ella siembro las tierras y los barbechos de los oyentes. A continuación siembro también otras (semillas tomadas) de las palabras evangélicas. Diversas son (las semillas) que se siembran; podemos sembrar durante todo el año; porque también podemos sembrar muchas semillas (tomadas) de las cartas apostólicas. Siempre hay con que sembrar, en toda nuestra vida ningún tiempo es para la ociosidad. Mientras respiramos, sembremos; es suficiente que “sembremos en el espíritu, para que cosechemos del espíritu la vida eterna” (cf. Ga 6,8).

Comer pan hasta la saciedad

“Y comerán su pan hasta la saciedad” (Lv 26,5). Tampoco esto yo lo entiendo como una bendición corporal, como si el que observa la Ley de Dios se consigue ese pan común en abundancia. ¿Entonces qué? ¿Acaso los impíos y malvados no sólo comen pan en abundancia, sino también con profusión de delicias? Por tanto, cuanto más miremos al que dice: “Yo soy el pan vivo que desciende del cielo; y el que coma este pan vivirá para siempre” (Jn 6,51); y advirtamos que quien decía esto era el Verbo (cf. Jn 1,1), del que se alimentan las almas; porque comprendemos sobre qué pan se dice por Dios en las bendiciones: “Y comerán su pan hasta la saciedad” (Lv 26,5). También Salomón pronuncia (palabras) semejantes en los Proverbios diciendo sobre el justo: “El justo comerá saciando su alma; pero las almas de los impíos estarán en la indigencia” (Pr 13,25). Si esto lo recibes según la letra, que “el justo comerá saciando su alma, pero las almas de los impíos estarán en la indigencia”, aparecerá falso. Porque más bien las almas de los impíos toman el alimento con avidez y procuran la saciedad; en cambio los justos algunas veces tienen hambre. Y Pablo, que era justo, incluso decía: “Hasta ahora tenemos hambre, sed, estamos desnudos y somos golpeados” (1 Co 4,11). Y de nuevo dice: “Con hambre y sed, con múltiples ayunos” (2 Co 11,27). ¿Y cómo Salomón puede decir que: “El justo  sacia su alma comiendo” (cf. Pr 13,25). Pero si consideras  cómo el justo siempre y sin interrupción como ese pan vivo, sacia su alma y la llena con el alimento celestial, que es el Verbo de Dios y su Sabiduría, encuentras cómo por la bendición de Dios el justo como su pan hasta la saciedad.

Seguros sobre su tierra

“Y habitarán seguros sobre su tierra” (Lv 26,5). El inicuo nunca está seguro, sino que siempre se mueve, “fluctúa y es llevado de una parte a otra por todo viento de doctrina, por la falacia de los hombres, hacia la decepción del error” (cf. Ef 4,14). En cambio el justo, que observa la Ley de Dios, “habita seguro sobre su tierra” (cf. Lv 26,5). Porque tiene un pensamiento firme el que dice a Dios: “Confírmame, Señor, en tus palabras” (Sal 118 [119],28). Por tanto, “confirmado, seguro y enraizado habita sobre la tierra, fundado en la fe” (cf. Ef 3,17; Col 1,23), porque “su casa no está puesta sobre arena” (cf. Mt 7,26. 24 ss.), ni su raíz está sobre la piedra, sino que ciertamente su casa está fundada sobre piedra, pero su planta está enraizada en lo profundo de la tierra, esto es en lo íntimo de su alma (cf. Mt 13,5. 21). Por tanto, rectamente se dice a una alma así en las bendiciones: “Y habitarán seguros sobre su tierra; y les daré paz sobre su tierra” (Lv 25.5. 6).

La paz de Dios

¿Qué paz da Dios? ¿Esa que tiene el mundo? Cristo niega que da esa paz. Dice, en efecto: “Les doy mi paz, mi paz les dejo; no como este mundo da la paz se las doy yo a ustedes” (Jn 14,27). Por consiguiente, niega que da la paz del mundo a sus discípulos, puesto que en otro lugar también dice: “¿Piensan que he venido a traer la paz sobre la tierra? No vine a traer la paz sino la espada” (Lc 12,51; Mt 10,34). ¿Quieres ver qué paz da Dios sobre nuestra tierra? Si la tierra es buena, aquella que produce fruto, ciento por uno, sesenta por uno, treinta por uno (cf. Mt 13,8), recibirá de Dios aquella paz de la que el Apóstol dice: “La paz de Dios que supera toda inteligencia custodiará sus corazones y sus pensamientos” (Flp 4,7). Esta es, por tanto, la paz que da Dios sobre nuestra tierra.



[1] In medium: a la luz pública (cf. Macchi, op. cit., p. 339).