OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (423)

Crucifixión, descendimiento, sepultura y resurrección de Cristo

Hacia 1300-1310

Salterio

Londres

Orígenes, Dieciséis homilías sobre el Levítico

Homilía XVI: Sobre las bendiciones del Levítico

La segunda bendición: “La tierra dará sus frutos”

3. Dice por consiguiente: “Les daré la lluvia a su tiempo, y la tierra dará sus frutos” (Lv 26,4). Después de la primera bendición de la lluvia, esta es la segunda, que dice que la tierra recibida la lluvia dará sus frutos. Puesto que encontramos que también Isaac bendiciendo a Jacob dice: “Que Dios te dé el rocío del cielo y de la fecundidad de la tierra, abundancia de trigo y vino” (Gn 27,28). ¿Piensas que en la bendición Isaac daba a su hijo Jacob un trigo semejante al que tienen asimismo los hombres pecadores, y en el cual abundaba también el impío faraón? ¿Era así la bendición de un tan gran patriarca? ¿Quieres que todavía te muestre cómo también otros inicuos tenían abundancia de trigo? Considera en el Evangelio a aquel cuyo «campo había producido muchos frutos, y dice: “Destruiré mis graneros, edificaré unos más grandes y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes guardados para muchos años; come, bebe y alégrate”» (Lc 12,16. 18-19). Creemos, entonces, que tales son los bienes que conceden las divinas bendiciones a cada uno de los santos y los fieles?

La tierra que produce sus frutos según el Evangelio

Yo veo otros frutos de la tierra y considero de otra forma la abundancia de la producción. Porque si mi tierra produce fruto, si por la bendición del Señor produce sus frutos, mi espíritu comprende y puede explicar de qué clase sea esta tierra, la cual recibida la lluvia celestial produce frutos de granos espirituales. Toma el testimonio de los evangelios, cómo “salió el sembrador a sembrar y una parte (del grano) cayó junto al camino, otra sobre la piedra, otra sobre las espinas, pero otra en tierra buena” (cf. Mt 13,3-8). Por tanto, si aquellos (granos) que cayeron sobre tierra buena dieron fruto, la tierra dio su fruto y sus productos, produjo el ciento, el sesenta y el treinta por uno (cf. Mt 13,8; Lv 24,6).

Los árboles que están en nuestro interior

4. “Pero también, dice (la Escritura), los árboles de los campos darán su fruto” (cf. Lv 26,4). Tenemos asimismo dentro de nosotros mismos árboles de los campos que producen sus frutos. ¿Cuáles son estos árboles de los campos que producen sus frutos? Tal vez el oyente dice: ¿Qué hará de nuevo este inventor de palabras[1]? ¿Para qué buscar palabras en cualquier parte para escapar de la explicación de la lectura? ¿Cómo enseñará que dentro nuestro hay bosques y árboles? Si no (eres) un murmurador inconsiderado, oirás ya ahora: “No puede un árbol bueno dar un fruto malo, ni un árbol malo producir un fruto bueno” (Mt 7,18). Por consiguiente, tenemos dentro nuestro árboles buenos o malos; y los que son buenos, no pueden dar frutos malos; así como los que son malos, no dan frutos buenos. ¿Quieres que te haga conocer los nombres y denominaciones de esos mismos árboles que están dentro nuestro? No es una higuera ni un manzano ni una vid, sino que se llama árbol justicia, otro prudencia, otro fortaleza, otro temperancia. Y si quieres, aprende que todavía hay una mayor multitud de árboles, los cuales tal vez se pueda pensar dignamente que también estaban plantados en el paraíso de Dios. Porque allí estaba el árbol de la piedad, estaba otro árbol, el de la sabiduría, y otro árbol, el de la enseñanza, estaba también otro del conocimiento del bien y del mal (cf. Gn 2,9). Pero sobre todo estaba “el árbol de la vida” (cf, Gn 2,9). ¿No te parece mejor que el agricultor, que es el Padre celestial, cultive árboles de esta especie en tu alma, y constituya un almácigo de esta clase en tu espíritu?

Los árboles de nuestro interior

Así, por tanto, dice el Salvador: “El árbol malo un puede producir frutos buenos, ni el bueno frutos malos” (Mt 7,18). Esto es lo que enseña: el árbol de la pureza es bueno, no puede producir frutos de impureza; el árbol de la justicia es bueno y no puede dar frutos de injusticia. Así también, por el contrario, si tienes una raíz de un mal árbol plantada en tu alma, no puedes dar frutos buenos. Porque si está en ti una raíz de malicia, (ella) no dará frutos buenos; si está dentro de tu corazón una planta de necedad, nunca dará la flor de la sabiduría; si está el árbol de la injusticia, de la iniquidad, jamás árboles de esta clase pueden alegrar con buenos frutos. Por tanto, si observamos los mandamientos de Dios, recibida la lluvia de la palabra de Dios, sobre la que hablamos más arriba (cf. Hom. XVI,2), también los árboles que están en el campo de nuestra alma y en la extensión de nuestro corazón producirán fruto abundante y de buen olor.

Las virtudes: árboles y bosques

¿Pero quieres que te muestre por las Escrituras que la apelación de árboles y bosques (se da) a cada una de esas virtudes que antes recordamos? Cito como testigo al sapientísimo Salomón que dice sobre la sabiduría: “Árbol de vida, afirma, es para todos los que la abrazan” (Pr 3,18). Por consiguiente, si la sabiduría es un árbol de vida, sin duda también otro árbol es la prudencia, otro la ciencia y otro la justicia. Puesto que, consecuentemente, no se dirá que de entre todas las virtudes sólo la sabiduría merezca ser llamada árbol de vida, y que las demás virtudes de ningún modo reciban una denominación semejante. Por tanto, “los árboles del campo darán su fruto” (Lv 26,4). Esto, creo, lo pensaba también el bienaventurado David cuando decía. “Yo, en cambio, como olivo fructífero en la casa de Dios” (Sal 51 [52],10). Por lo cual muestra claramente que el árbol del olivo designa al hombre justo y santo.



[1] Lit.: euresilogos: el sofista, el que encuentra fácilmente palabras o razones, el que tiene palabra fácil.