OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (416)

Cristo arquitecto del universo

Hacia 1220-1230

Biblia

Viena, Austria

Orígenes, Dieciséis homilías sobre el Levítico

Homilía XIV: Sobre el hijo una mujer israelita y de un padre egipcio que “pronuncia el Nombre y maldice” (cf. Lv 24,11), y sobre la sentencia de Dios dictada en su contra

Los grados de las bienaventuranzas

3. Propusimos la sentencia del Apóstol, que dice que los que maldicen son excluidos del reino de Dios. La declaración de esta palabra (necesita) de alguna contemporización, para que no parezca anunciar una completa desesperación para quienes son arrebatados por la costumbre de maldecir casi cotidianamente, y descuidan poner en su boca una custodia o una puerta (cf. Sal 140 [141],3). La promesa futura no tiene un solo modo ni una única forma, sino que como lo enseña el mismo Señor en el Evangelio cuando dice: “Bienaventurados los pobres en el espíritu”, y afirma que “de ellos es el reino de los cielos” (cf. Mt 5,3); y de nuevo: “Bienaventurados, los mansos”, pero no les promete el reino de los cielos, sino “la herencia de la tierra” (cf. Mt 5,4). Llama también bienaventurados a los pacíficos, pero a estos ciertamente no les da el reino de los cielos[1], y sin embargo proclama que ellos son “hijos de Dios” (cf. Mt 5,9). Y cuando hace diversas (promesas) a diversos, llama bienaventurados a todos los que alcanzan los bienes prometidos, pero no a todos les concede el reino de los cielos. Por tanto, puede suceder que acaso alguno sea irreprensible y perfecto en las demás obras y en las acciones, pero que se le escape el vicio de la boca y caiga con la palabra; este, aunque se le niegue -según la sentencia del Apóstol- el reino de los cielos, sin embargo no se le quita el lugar de otra bienaventuranza. Con todo, si es perfecto en las otras realidades, también debe trabajar con mayor cuidado en esto, para que el vicio de una mala costumbre no le quite subrepticiamente el reino de los cielos (cf. Mt 5,3), que es el culmen de toda bienaventuranza, por más que el Señor dijera: “En la casa de mi Padre hay muchas moradas” (Jn 14,2).

Los grados de los pecados

Podemos todavía agregar también esto: la naturaleza del pecado es semejante a la de la materia, que es consumida por el fuego, la cual el apóstol Pablo dice que (es empleada) por los pecadores para edificar, quienes “sobre el fundamento, (que es) Cristo, construyen con madera, heno, paja” (cf. 1 Co 3,12). En lo cual se muestra manifiestamente que hay ciertos pecados que son tan leves que se los compara con la paja, a la que si se le prende fuego no puede durar mucho tiempo; otros en cambio son similares al heno, los cuales también el fuego los consume sin dificultad, pero que tarda notablemente más que la paja; pero hay otros que se comparan con la madera, en los cuales por la cualidad de las faltas, el fuego encuentra alimento duradero y abundante. Así, por tanto, cada pecado, según su cualidad y cantidad, satisfacerá con las penas justas. Sin embargo, ¿qué necesidad tienen los fieles y quienes conocen a Dios de pensar en las cualidades de las penas? ¿Qué necesidad hay de poner madera, heno, o la paja misma sobre el fundamento, Cristo? ¿Por qué no poner más bien sobre el precioso fundamento oro, plata, o piedras preciosas (cf. 1 Co 3,12), donde el fuego, cuando se acerca, nada encuentra para consumir? Puesto que si se acerca al heno, reduce el pasto a polvo y ceniza; pero si se aproxima al oro hará más puro al oro. Esto sea dicho para nosotros, para quienes descuidan cortar la costumbre de una boca que maldice; que incluso si no maldicen de corazón, si asimismo no con el deseo o con ánimo inicuo profieren maldiciones, sin embargo, incurren en la impureza de los labios, según la palabra de Isaías (cf. Is 6,5), y en las manchas de la boca.

Estar afuera del campamento

Sin embargo, este que, aunque de madre israelita, con todo ha nacido de padre egipcio, “sale, pronuncia el Nombre y maldice” (cf. Lv 24,10. 11). Sobre lo cual pienso que si no hubiera salido no hubiera litigado contra un verdadero israelita, ni pronunciando el Nombre, hubiera maldecido. Porque salió de la verdad, salió del temor de Dios, de la fe, de la caridad, como dijimos más arriba, de modo que por esto salió del campamento de la Iglesia, aunque si no fue expulsado por la voz del obispo. Como, por el contrario, algunas veces sucede que alguien, no por el recto juicio de los que presiden las Iglesias, es echado y enviado fuera. Pero si este mismo no salió antes, esto es si no obró de forma que mereciera salir, no sufre ningún daño, porque no por un recto juicio parece haber sido expulsado por los hombres. Y así sucede en ciertas ocasiones que aquel que es enviado fuera, está dentro, y el que parece estar retenido dentro, esté afuera.

Alejarse de la presencia de Dios

¿Quieres que te muestre también otro, que por nadie fue expulsado, del que se dice que salió? Sobre Caín está escrito: “Salió de al presencia de Dios” (Gn 4,16). ¿Dónde salió de la presencia de Dios? Porque, ¿dónde no estaba la presencia de Dios? Pero se dice que salió puesto que se apartó de la ley de la naturaleza y también fue el primero que infectó la tierra, que desconocía un crimen tan grande, con la sangre fraterna.

En ocasiones es necesario salir

Con todo, hay quienes hacen bien en salir y son bienaventurados, porque salen. En el Éxodo está escrito: “Todos, dice, los que buscaban el nombre de Dios, salieron fuera, después de Moisés, fuera del campamento” (Ex 33,7). Estos hicieron bien en salir fuera del campamento, porque seguían a Moisés, es decir a la Ley de Dios. Y sobre otros se dice: “Sal, pueblo mío, de en medio de ellos, y no toques nada impuro” (Is 52,11).

El hombre interior hecho a imagen de Dios

“Salió, dice (la Escritura), el hijo de una mujer israelita, y este era el hijo de un egipcio entre los hijos de Israel; y pelearon en aquel campamento el hijo de una mujer israelita y un hombre israelita” (Lv 24,10). Mira cuánta cautela de parte de la Escritura divina, si estás atento y la examinas diligentemente: a aquel, que nació de una madre israelita y de un padre egipcio, no le dice hombre; pero al que (nació) de ambos padres israelitas, lo llama hombre. ¿Pensamos que esto fue escrito fortuitamente? ¿Creemos que es un añadido casual que a uno no se le llame hombre y al otro sí? Estas no son casualidades, hay un motivo. Porque nada en las palabras de Dios fue escrito sin una razón profunda. En efecto, aquel que por una parte era egipcio y por la otra israelita, todavía no merecía el nombre de hombre; en cambio, el que era verdaderamente israelita, es decir, que veía a Dios con el espíritu, este es llamado hombre; este hombre interior, hecho a imagen de Dios (cf. Gn 1,27), podía ver a Dios (cf. Mt 5,8).



[1] Caelorum regna: reinos de los cielos; que sin embargo prefiero traducir por: reino de los cielos.