OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (415)

El sermón de la montaña

Hacia 1330-1340

Salterio

Avignon, Francia

Orígenes, Dieciséis homilías sobre el Levítico

Homilía XIV: Sobre el hijo una mujer israelita y de un padre egipcio que “pronuncia el Nombre y maldice” (cf. Lv 24,11), y sobre la sentencia de Dios dictada en su contra

Poner atención a la letra del texto

1. Se nos ha leído una historia, la cual aunque parezca una narración clara, sin embargo, sino se entiende diligentemente su contenido según la letra, no nos será fácil descubrir el sentido interior. Este es, entonces, el texto de la Escritura sobre el que debemos discurrir: «Y salió, dice, el hijo de una mujer israelita, y este era hijo de un egipcio entre los hijos de Israel; y discutieron en el campamento, este que era (hijo) de una israelita y un hombre de Israel. Y el hijo de la mujer israelita pronunció el Nombre (y) maldijo; y lo condujeron ante Moisés; el nombre de su madre era Salomit, hija de Dabri, de la tribu de Dan. Y lo pusieron en la cárcel, para juzgarlo conforme al precepto del Señor. Y el Señor habló a Moisés diciendo: “Saca al que maldijo fuera del campamento, y le impondrán todos los que lo oyeron sus manos sobre su cabeza, y toda la comunidad lo lapidará”» (Lv 24,10-14 LXX).

El contenido de la historia

Por tanto, veamos primero que quiere (decir) la historia propuesta; y aunque parezca simple, con todo, tratemos todavía de ponerla ante nuestros ojos más claramente. Supongamos, por consiguiente, a un hombre gozando de la nobleza del nombre israelita por el padre y por la madre, y otro sólo por la madre, pero no por el padre, noble por una parte, mas no ciertamente por la parte del padre, la cual parece ser la mejor, sino por la de la madre, que es inferior. Porque si el padre fuera israelita y la madre egipcia, la condición sería superior; puesto que este fue el caso de Manasés y Efrén (cf. Gn 41,50 ss.). En cambio, de hecho está escrito que era hijo de una mujer israelita y de padre egipcio. Si, por tanto, has seguido diligentemente a estos dos hombres, uno por entero noble, el otro en parte, míralos ahora litigar entre ellos; en esta disputa, el que era hijo de padre egipcio y sólo de madre israelita, pronunció el Nombre y maldijo; y por esto, el que maldijo, fue conducido ante Moisés. Pero Moisés no se atrevió ni a absolverlo ni a condenarlo sin (consultar) a Dios, y lo hizo poner bajo custodia, hasta que recibiera una respuesta de Dios sobre qué quería que se hiciera con él (cf. Lv 24,10 ss.). Este es el contenido de la historia; veamos ahora cuál sea la explicación espiritual, que debe edificar a la Iglesia.

Dos clases de salida

2. Primero que todo el texto dice que “salió el hijo de una mujer israelita” (cf. Lv 24,10) y de un padre egipcio; y de dónde o para ir dónde no lo refiere. Porque ambos hombres se encuentran en el campamento, como lo indica la palabra del Señor, que dice: “Lleva al hombre que maldijo fuera del campamento” (Lv 24,14). Por tanto, si se lo conduce desde el campamento, era necesario que estuviera en el campamento. ¿Qué significa entonces, cuando todavía no había salido del campamento, lo que dice sobre él la Escritura divina: “Y salió el hijo de una mujer israelita”? Yo creo que la palabra divina quiere enseñarnos que el que peca se dice que sale de dos maneras. Porque primero sale de un propósito bueno y de una recta resolución, sale del camino de la justicia, sale de la Ley de Dios. Pero después cuando es avergonzado por su pecado, también sale de la asamblea y de la comunidad de los santos. Digamos que, por ejemplo, algunos de los fieles ha pecado, si este aún no ha sido expulsado por la sentencia del obispo, sin embargo ya ha sido expulsado por el mismo pecado que cometió; y si tal vez entra en la iglesia es expulsado, y está fuera, separado del consorcio y de la unanimidad de los fieles.

La pelea entre el israelita y el hijo de un egipcio

Sale, por consiguiente, el hijo de un padre egipcio y de una madre israelita. Quien está totalmente fuera de la fe, es todo entero egipcio. Pero el que está entre nosotros y peca, parece por una cierta parte, por la cual cree en Dios, de origen israelita; pero la otra parte, por la que peca, desciende de un egipcio. La Escritura presenta a dos litigantes, uno totalmente israelita, que pelea pero no ha pecado; en cambio, el otro, cuyo pecado indica, señala que está en gran parte mezclado con la raza egipcia; contra este pelea el israelita, y litiga muy conveniente y justamente. Porque también en el Éxodo pelearon un israelita y un egipcio, y el israelita venció y sucumbió el egipcio (cf. Ex 2,11).

La letra y el espíritu de las Escrituras

Luego, también hoy si yo defiendo la verdad, si lucho por la fe de la Iglesia contra quien, por una parte cree en Cristo y recibe las Escrituras, pero no recibe ni íntegramente ni fielmente su sentido, combato contra aquel que es israelita por la madre, pero egipcio por el padre. Por tanto, si alguien es por la credulidad de la fe y la profesión del nombre cristiano y católico, este es por una y otra parte israelita. En cambio, quien es cristiano por la profesión, pero por la inteligencia de la fe es hereje y perverso (cf. Tt 3,10 ss.), este ciertamente tiene una madre israelita, pero un padre egipcio. ¿Cómo sucede esto? Cuando lee las Escrituras y sin duda sigue la letra, pero rechaza la interpretación espiritual, este tiene una madre israelita, es decir la letra, mas no sigue el sentido espiritual sino el carnal, tiene un padre egipcio y por eso litiga contra el hombre de Iglesia, contra el católico, que de ambas partes es israelita, quien también es israelita según la letra e israelita según el espíritu; porque aquel, que es israelita según la letra, en cambio es egipcio según el espíritu. ¿Qué (sucede) con estos dos litigantes? Necesariamente aquel que sigue el sentido carnal, que desciende de un egipcio, “pronuncia el Nombre y maldice” (cf. Lv 24,11). Pronuncia, en efecto, el Nombre de Dios y lo pronuncia con maldición; porque niega que sea el Creador del mundo, niega que sea el Padre de Cristo. Nosotros, en cambio, que somos israelitas por ambos padres, defendemos la letra y el espíritu en las Escrituras santas y luchamos contra ellos, que parecen israelitas sólo a medias; y decimos que no se debe maldecir según la letra, ni blasfemar según la inteligencia espiritual.

Gravedad del pecado de maldición

Porque el que maldice no sólo a Dios, sino también contra al prójimo es excluido, conforme a la sentencia del apóstol Pablo del reino de Dios. Mira, en efecto, cómo lo dice el Apóstol: “No se engañen: ni los fornicarios, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los pederastas, ni los ladrones, ni los avaros, ni los que maldicen poseerán el reino de Dios” (1 Co 6,9-10). Mira entre cuáles pecados, entre los adúlteros, entre los pederastas, entre los avaros, que en otro lugar llama “idólatras” (cf. Ef 5,5), pone también a los que maldicen y con ellos los excluye igualmente del reino de Dios. Vean, por tanto, quienes han habituado su boca a este vicio con una práctica casi cotidiana qué peligro les amenaza. Piensan, en efecto, que es un pecado leve y sin gravedad, no se cuidan con precaución, pero consideren que el Apóstol excluye del reino de Dios al que de ese modo maldice, y que Dios por medio de Moisés ordena que sea castigado quien de esa forma maldiga.

Por ningún motivo se debe maldecir

Por lo cual también yo mucho me admiro que en este pasaje que tenemos entre manos, la Escritura no diga abiertamente que ese, que descendía de un egipcio, maldijo a Dios, sino que solamente pone que “pronunció el Nombre y maldijo”, y deja abierta la cuestión si se trataba de Dios o del hombre. Por donde me parece que no quiso afirmar abiertamente sobre Dios, para que no pareciera que daba licencia si se trataba de los hombres, y así guarda silencio sobre Dios y sobre los hombres, para que se evite una y otra maldición.