OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (413)

El evangelista san Mateo

Siglo VIII

Canterbury, Inglaterra

Orígenes, Dieciséis homilías sobre el Levítico

Homilía XIII: Sobre los días de fiesta, la lámpara, el candelabro, el aceite para la luz, la mesa y los panes de la proposición

Dos décimas

4. Pero veamos ya cuál sea la preparación de estos panes de proposición, que se ordena poner siempre ante el Señor: “Que cada pan, dice (la Escritura), sea hecho con dos décimas” (Lv 24,8. 5). Sin duda dice dos décimas, pero no explica de cuál medida son estas dos décimas, cuando sería lógico que si quiere conocer la cantidad de flor de harina, de la que se manda tomar las décimas, se nombrara la medida. ¿Cuál es entonces esta realidad cuya medida y cantidad no puede ser precisadas ni nombradas? Diez se encuentra por todas partes y (es) un número perfecto; porque de él surge el principio y origen de todo número. Por eso convenientemente el autor y origen de todas las cosas, Dios, parece designado por este número. Pero si en la Iglesia hablo sólo sobre el Padre, y solamente de Él profiero la alabanza, hago un pan de una décima. O si hago un sermón sobre Cristo, y de Él mismo recuerdo la pasión y predico la resurrección, ofrezco un pan de una décima. Pero si digo que el Padre está siempre con el Hijo y Él mismo hace sus obras, o también si digo que “el Padre está en el Hijo y el Hijo en el Padre” (cf. Jn 14,10), y “el que ve al Hijo, ve al Padre” (cf. Jn 14,9), y que el Padre y el Hijo son uno (cf. Jn 10,30), ofrezco un pan de dos décimas de flor de harina pura, pan verdadero, “que da vida a este mundo” (cf. Jn 6,33).

Hacer un pan de dos décimas

Los herejes no hacen “una pan de dos décimas” (cf. Lv 24,5), puesto que niegan que Dios Creador sea el Padre de Cristo, no hacen del Antiguo y del Nuevo Testamento un pan y no confiesan un solo Espíritu en uno y otro documento. En cambio, nosotros decimos que el único y mismo Espíritu Santo se halla en la Ley y en los Evangelios, y de este modo también ofrecemos un pan de proposición de dos décimas. Por consiguiente, los herejes que separan a Cristo de Dios Creador, su Padre; y los judíos que reciben sólo al Padre, y no reciben a su Verbo y su Sabiduría, a Cristo, no hacen un pan de dos décimas.

Un solo pan y una sola masa

Pero para nosotros sin duda de esa misma medida, esto de la sustancia, no podemos precisar o descubrir el nombre o la definición. Sin embargo, confesando al Padre y al Hijo hacemos un pan de dos décimas, no como se hace un pan de una décima y otro de otra (décima), de modo que las dos décimas estén separadas, sino para que estas dos décimas sean una sola masa y un solo pan. ¿Cómo las dos décimas hacen una sola masa? Porque no separo al Hijo del Padre ni al Padre del Hijo: “Porque quien me ve, dice Él, ve también al Padre” (Jn 14,9).

Dos filas

Por tanto, los panes están hechos cada uno con dos décimas y son dispuestos en dos filas (cf. Lv 24,5 ss.), esto es en dos órdenes. Porque si se hiciera una fila habría confusión y mezcla en el hablar sobre el Padre y el Hijo. De hecho, el pan es uno ciertamente, puesto que una es la voluntad y una la sustancia, pero dos son las filas, esto es, dos las propiedades de las personas. Porque llamamos Padres a Aquel que no es el Hijo, y este Hijo decimos que no es el Padre. Y de este modo conservamos dos décimas en un pan y confesamos dos filas delante del Señor. Pero gran verdad, por así decirlo, de un buen panadero y muy buen artífice (es) conservar diligentemente estas dos medidas, y así equilibrar el discurso sobre el Padre y el Hijo, unirlos donde conviene y por otra parte, separarlos donde corresponde, para que nunca falten las dos medidas, ni jamás deje de aparecer el único pan.

Los doce panes

Está mandado, en efecto, hacer doce panes con esa flor de harina, según el número de las tribus que estaban entonces en el Israel según la carne. En lo cual me parece ver una figura de toda naturaleza racional; porque se cree que hay doce órdenes generales de las criaturas racionales, los cuales estaban figurados en aquellas doce tribus. En las cuales había ciertamente un orden regio, que se llamaba Judá; había un orden sacerdotal, que se denominaba Leví. Había otro orden, cercano al de Judá, que se llamaba Benjamín, y en dicho orden fueron colocados el templo de Dios y el altar. Otro orden: Isacar, Zabulón, Efrén y los otros que la Escritura designa nombrándolos (cf. Gn 35,23 ss.; 48,1 ss.), de los cuales no es ahora el momento de dar la explicación. Sin embargo, cada tribu u orden tiene un pan ante el Señor. Y aunque haya alguna tribu que no desciende de la libre, sino de la concubina de Israel (cf. Gn 30,5 ss.), y que en parte sea libre y en parte servir, con todo por todas es presentado un pan de dos décimas ante el Señor, y en todas existen dos décimas de flor de harina.

La mesa pura

Se manda “ponerlos sobre una mesa pura” (cf. Lv 24,6). ¿Quién de nosotros tiene una mesa tan pura como para que sean ofrecidos sobre ella los panes del Señor? Salomón dice: “Si te sientas a cenar en la mesa de un poderoso, comprende sabiamente lo que te sirven” (Pr 23,1). ¿Cuál es entonces esta mesa del poderoso, sino el entendimiento de quien decía: “Todo lo puedo en aquel que me conforta, Cristo” (Flp 4,13), y: “Cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Co 12,10)? En esta mesa pura, esto es, en este corazón, en esta alma, el pan es ofrecido al Señor. A la mesa de este poderoso Apóstol, si te sientas a cenar, comprende sabiamente lo que se te sirve; es decir, advierte espiritualmente lo que se te dice, para que puedas hacer lo que agrega, porque afirma (la Escritura): “Conoce que debes preparar (alimentos) semejantes” (Pr 23,2 LXX).