OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (409)

El bautismo de Cristo

1386

Evangeliario

Lago Van, Turquía

Orígenes, Dieciséis homilías sobre el Levítico

Homilía XII: Sobre el sumo sacerdote

Diferentes géneros de faltas

6. “Pero no tomará una viuda, una repudiada, una profanada” (Lv 21,14). Si alguno de nosotros ha pecado: es repudiado, incluso si no es repudiado por el obispo, ya porque (la falta) sea secreta, ya porque tal vez ha sido admitido al perdón, sin embargo, es repudiado por la misma conciencia del pecado. No aprovecha al hombre el perdón, cuando Cristo no recibe en matrimonio a un alma tal, como abyecta. Así, entonces, no tomará ni la viuda, como antes lo dijimos, no la repudiada, ni la profanada. Se dice profanada a la que, si bien no enteramente colmada por el pecado, con todo por eso mismo que pensó, deseó, eligió, aunque no lo aceptó, está manchada y no es elegida por el sumo sacerdote. Porque muy pura, muy limpia y sincera busca el alma para unirla a sí, puesto que “quien se une al Señor, es un espíritu con Él” (cf. 1 Co 6,17). Por donde también se muestra que hay diferentes pecados: el que comete un pecado que lleva a la muerte (cf. 1 Jn 5,16), es repudiado; pero el que no (comete) un pecado que conduce a la muerte, hace algo menos grave, está manchado. En cambio, la esposa de Cristo no puede ser ni repudiada ni profanada, sino que (es) una virgen incontaminada, incorrupta, pura. Recuerda, en efecto, las palabras del Apóstol, que poco antes propusimos, las cuales dicen: “Para presentarse una Iglesia gloriosa, sin mancha, ni arruga, ni algo semejante, sino que sea santa e inmaculada” (Ef 5,27).

La prostitución del alma

Pero también (se dice): “No tomará una meretriz” (Lv 21,14). ¿Cuál es el alma meretriz? La que recibe a los amantes, sobre los cuales dice el profeta: “Te has prostituido tras tus amantes” (Ez 16,33. 28). ¿Quiénes son estos amantes que entran en el alma de la meretriz, sino las potestades contrarias y los demonios, que son seducidos por el deseo de su belleza? Puesto que el alma ha sido creada hermosa por Dios y muy bella. Oye cómo lo dice Dios mismo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza” (Gn 1,26). Mira cuál es la belleza, cuál la hermosura del alma, que ha sido hecha a imagen y semejanza de Dios. Cuando ven esta belleza, las potestades contrarias, esto es el diablo y sus ángeles (cf. Ap 12,9), desean esa belleza; y porque no pueden ser sus esposos, ambicionan prostituirla. Por tanto, oh hombre, si recibes en el cubículo de tu alma al diablo adúltero, tu alma se prostituye con el diablo. Si recibes a sus ángeles, a los diversos espíritus que persuaden a pecar, tu alma se prostituye con ellos. Si el espíritu de la ira, de la envidia, de la soberbia, de la impureza, ingresa en tu alma y lo recibes, lo aceptas hablando en tu corazón, te deleitas con lo que te sugiere según su pensamiento, te prostituyes con él.

Concebir y dar a luz la palabra de Dios

Por consiguiente, “el sumo sacerdote no tomará una meretriz y no contaminará la simiente en su pueblo” (cf. Lv 21,14). ¿Cuál es esta simiente que no se debe profanar? En los evangelios está escrito: “El sembrador siembra la palabra” (Mc 4,14). Por tanto, no quiere que la palabra de Dios sea profanada por aquellos que la siembran. ¿Quiénes son los que la siembran? Los que exponen la palabra de Dios en la Iglesia. Oigan, entonces, los doctores, no sea que confíen la palabra de Dios a un alma contaminada, a un alma meretriz, a un alma infiel; no sea que arrojen “lo santo a los perros y las perlas a los cerdos” (cf. Mt 7,6), sino que elijan a almas puras, “vírgenes en la simplicidad de la fe, que están en Cristo” (cf. 2 Co 11,3), que a estas les expongan los misterios secretos, anunciándoles la palabra de Dios misma y los secretos de la fe, para que en ellas Cristo sea formado por la fe (cf. Ga 4,19). ¿O no saben que de esta simiente de la palabra de Dios que se siembra, Cristo nace en el corazón de los oyentes? Porque esto también lo dice el Apóstol: “Hasta que Cristo sea formado en nosotros” (cf. Ga 4,19). Por tanto, el alma concibe de esta simiente de la palabra y forma en sí al Verbo que ha concebido, hasta que dé a luz el espíritu del temor de Dios. Puesto que así lo dicen por el profeta las almas de los santos: “Por tu temor, Señor, concebimos en el seno, estuvimos de parto y dimos a luz; hicimos (nacer) sobre la tierra el espíritu de tu salvación” (Is 26,18). Este es el parto de las almas santas, esta es la concepción, estas las santas nupcias, las que convienen y son apropiadas para el Sumo Pontífice, Jesucristo nuestro Señor, “a Él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén” (cf. 1 P 4,11; Ap 1,6).