OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (406)

Aparición del ángel a san José

1197

Biblia

Pamplona, España

Orígenes, Dieciséis homilías sobre el Levítico

Homilía XII: Sobre el sumo sacerdote

El Grande de los grandes

Muéstrame por las Escrituras dónde un pecador o uno de pobre mérito sea llamado grande. En ninguna parte, opino, lo encontrarás. En cambio, oye quiénes son los llamados grandes. Sobre Isaac se dice que “crecía mucho, hasta que se hizo grande, muy grande” (cf. Gn 26,13). Moisés fue llamado grande (cf. Ex 11,3). Juan Bautista fue llamado grande (cf. Lc 1,15). Pero ahora Jesús llamado grande (cf. Lc 1,32), y después de Él ya nadie será llamado grande. Porque antes que viniera el que es verdaderamente grande, por comparación el resto de los hombres eran llamados grandes santos, a los cuales mencionamos más arriba. Pero cuando vino el mismo que no tiene comparación con los demás, sino que por su grandeza era el verdaderamente grande, sobre quien también está escrito: “Exultará como un gigante que corre por el camino” (Sal 18 [19],6), ya nadie más será llamado grande. Por tanto, éste sobre quien se escribe: “Sumo sacerdote entre sus hermanos” (Lv 21,10). ¿Cuáles hermanos? Aquellos a los que dijo cuando resucitó de entre los muertos: «Vayan a mis hermanos y díganles esto: “Subo a mi Padre y Padre de ustedes, a mi Dios y Dios de ustedes” (Jn 20,17). Pero si quieres aprender, también por los escritos antiguos, quiénes son los hermanos de Jesús, lee el salmo vigésimo primero donde se hace decir a Cristo: “Anunciaré tu nombre a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré” (Sal 21 [22],23). Por consiguiente, Jesús es grande entre sus hermanos, entre esos que antes fueron llamados grandes, y como es Pastor de los pastores (cf. 1 P 5,4), Pontífice de los pontífices (cf. Hb 4,14), Señor de los señores y Rey de los reyes (cf. 1 Tm 6,15), así también es el Grande de los grandes, y por eso se agrega: “Grande entre sus hermanos” (cf. Lv 21,10).

El aceite de la alegría 

3. Después de esto dice: “Aquel sobre cuya cabeza se ha derramado el aceite de la unción” (cf. Lv 21,10). No busques este aceite sobre la tierra, el que es derramado sobre la cabeza del Sumo Sacerdote, para que sea el Cristo. Pero si te parece, aprende del profeta David cuál sea ese aceite: “Amaste, dice, la justicia y odiaste la iniquidad; por eso te ungió Dios, tu Dios, con el aceite de la alegría por encima de tus compañeros” (Sal 44 [45],8).

Sólo Jesucristo tiene manos perfectas

Pero todavía añade para su alabanza: “Quien tiene, dice (la Escritura), las manos perfectas” (cf. Lv 21,10). ¿A cuál de los hombres, pregunto, conviene esto que afirma? ¿En qué mortal podemos encontrar manos perfectas? Incluso si Aarón sea de quien parece que se hace mención, ¿cómo se pensará que tiene manos perfectas, con las cuales fabricó un ternero (cf. Ex 32,4), con las que esculpió un ídolo? También si mencionas a Moisés mismo, ¿cómo aparecerá que tiene manos perfectas quien no glorificó a Dios en las aguas de la contradicción (cf. Ex 17,1-7)? Por el cual delito se le ordenó dejar la vida (cf. Nm 20,24; 27,13 ss.). Si quisieras asimismo recordar a algún otro de los santos, se te opone la palabra de la Escritura que dice: “No hay hombre sobre la tierra que haga el bien y no peque” (Qo 7,20 LXX). Por consiguiente, con justicia sólo Jesús tiene las manos perfectas, Él solo no cometió pecado (cf. 1 P 2,22), es decir, que tiene las obras de las manos perfectas e íntegras.

Los hábitos santos

Y también sobre el mismo rectamente se dice: “Quien tiene las manos perfectas para revestir (las vestimentas) santas” (cf. Lv 21,10). Porque este verdaderamente es revestido con vestiduras santas, no con aquellas que “en figura (in tipo; cf. 1 Co 10,11)” eran santas, sino con esas mismas que realmente son santas. Que si quieres oír sobre sus más excelsas vestimentas, acepta las palabras proféticas: “La luz, dice, lo envuelve como un traje; el abismo lo rodea como su manto” (Sal 103 [104],2. 6). Este es el hábito de mi Sumo Sacerdote, que lo muestra revestido de la luz profunda de la sabiduría y de la ciencia, las cuales son vestiduras verdaderamente santas.

La tiara

“No se quitará, dice (la Escritura), la tiara de su cabeza” (Lv 21,10). Ya más arriba dijimos que la tiara es un tipo de adorno que, colocado sobre la cabeza del pontífice, sirve de ornato. Por tanto, Éste, mi Sumo Pontífice, nunca depone el ornato de su sagrada cabeza. Cuál se la cabeza de Cristo lo enseña el Apóstol, que dice: “La cabeza de Cristo (es) Dios” (1 Co 11,3). Por eso, con razón, nunca depone el ornato de su cabeza, que es Dios, porque siempre “el Padre está en el Hijo, como siempre el Hijo (está) en el Padre” (cf. Jn 10,14).

Vestiduras íntegras

“Y nunca desgarrará sus vestimentas” (Lv 21,10). Esto es verdad, que no romperá sus vestiduras, sino que siempre las conservará puras, siempre íntegras, siempre sin mancha. 

“Alma muerta”

“No se acercará a ninguna alma muerta[1]” (Lv 21,11). ¿Cuál es el alma muerta? Dice el profeta: “El alma que peque, esa morirá” (Ez 18,4). Sobre esta alma muerta, por tanto, Cristo no viene, porque Él es la sabiduría (cf. 1 Co 1,24), y la sabiduría no entra en el alma malvada. Puesto que ella está muerta, porque donde habita la maldad, también habita el pecado. “Mas el pecado una vez consumado, dice (la Escritura), engendra la muerte” (St 1,15). Y por eso Jesús no se acerca a un alma muerta. Pero si el alma vive, esto es: si no tiene pecado mortal en sí, entonces Cristo, que es la vida (cf. Jn 11,25), viene al alma viviente; porque así como “la luz no puede coexistir con las tinieblas, ni la iniquidad con la justicia” (2 Co 6,14), así tampoco la vida puede coexistir con la muerte. Y por eso si alguien es consciente de que tiene en sí un pecado mortal y no lo ha expulsado de sí mismo por la penitencia de una completa satisfacción, no espere que Cristo entre en su alma; Él no entra en ninguna alma difunta, porque es el Sumo Sacerdote (cf. Lv 21,11).



[1] Animam defunctam, que también puede traducirse por: cadáver. Alma muerta es una versión literal del griego psyché (alma, vida).