OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (403)

La Gran Teofanía
 
Siglo XI
 
Sahagún (?), León, España

Orígenes, Dieciséis homilías sobre el Levítico

Homilía XI: Sobre lo que está escrito: “Sean santos, porque yo también soy santo, dice el Señor” (cf. Lv 20,7)

El castigo previsto por la Ley

Esto, que según la Ley, por ejemplo, un adúltero o una adúltera, sean castigados con la muerte presente, por eso mismo de soportar el castigo de su pecado y sufrir los suplicios dignos de la falta cometida, ¿qué habrá después de ello como punición que amenace sus almas si no delinquieron en ninguna otra cosa, si no hubo otro pecado que los condene, sino que sólo ese cometieron y entonces precisamente cuando son castigados soportan también por ello el suplicio de la Ley? “El Señor no castigará dos veces la misma falta” (cf. Na 1,9); porque recibieron (el precio) de su pecado y la pena de su crimen fue pagada. Y así se descubre que este género de preceptos no es cruel, como lo aseveran los herejes que acusan a la Ley de Dios y niegan que en ella se contenga alguna humanidad, sino que (está) llena de misericordia; de modo que por ese medio el pueblo es purificado de los pecados, más que ser condenado.

El Señor es quien nos salva

En cambio, ahora no se inflige un castigo al cuerpo, ni la purificación del pecado consiste en su suplicio corporal, sino en la penitencia; la cual puede cumplirse dignamente para merecer por ella el perdón: es algo para que consideres. Porque muchos son los que ni se inclinan, ni buscan el refugio de la penitencia, sino que cuando caen no quieren levantarse; se deleitan, en efecto, en ese fango al que se han adherido. Nosotros, sin embargo, no olvidemos aquel precepto que dice: “La medida con que midan, con la misma medida serán medidos ustedes” (Mt 7,2). Puesto que también decimos a Dios: “Nos diste un pan de lágrimas y nos abrevaste con lágrimas sin medida” (Sal 79 [80],6). Por consiguiente, son estos pecados de los que se dice que (nos conducen) hacia la muerte (cf. 1 Jn 5,16); por donde, consecuentemente, cada vez que se comete un tal pecado, tantas veces se morirá. Porque hay muchas muertes de pecado, lo cual también lo explica el apóstol Pablo cuando dice: “Él nos ha librado de tantas muertes y nos salvará; en Él esperamos porque también todavía nos librará” (2 Co 1,10). Por tanto, ¿cuáles son esas numerosas muertes que recuerda sino la de los pecados? Puesto que si no dijera esto sobre las muertes de los pecados parecería, según su sentencia, que permanecería inmortal respecto de esta muerte común, porque él dice: “Nos ha librado de tantas muertes, y nos librará; en Él esperamos puesto que también todavía nos librará” (cf. 2 Co 1,10). Si, en efecto, nos ha librado y nos librará, nunca habrá un tiempo en que morirá aquel a quien siempre el Señor librará.

El auxilio de la penitencia

Y así, según lo que hemos expuesto, hay que estar atentos, no suceda que haya incluso algo más grave para nosotros, que no somos castigados por el pecado con la muerte común[1], a la que condenaba corporalmente a aquellos la sentencia de la Ley. Porque para nosotros el castigo será reservado para el futuro, a aquellos los suplicios los absuelven de la falta cometida. Y si acaso alguien es sorprendido en alguno de los pecados de ese género, amonestado ahora por la palabra de Dios, que se refugie en el auxilio de la penitencia para que, si lo cometió una vez, no lo cometa por segunda vez, o si ya fue sorprendido una segunda vez o también una tercera, ya no agregue más. Porque ante el justo juez hay una moderación del castigo, no sólo por la cualidad sino también por la cantidad.



[1] “Orígenes habla de diversas muertes: - muerte común, natural e indiferente, la separación del alma y del cuerpo  (cf. In Joh. 13,140); - la muerte del pecado, enemigo, malvado y malhechor, separación del alma respecto de Dios, del Señor y del Espíritu Santo (ibid.); - la muerte al pecado, amigo de Cristo, bienaventurado (Diálogo con Heraclides, 25,9)” (SCh 278, p. 158, nota 1).