OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (395)

La Sabiduría
 
Hacia 1160-1170
 
Misal
 
Hildesheim, Alemania

Orígenes, Dieciséis homilías sobre el Levítico

Homilía IX: Sobre los sacrificios de propiciación, los dos cabritos y el ingreso del pontífice en el Santo de los santos

Hay dos clases de fuego 

8. “Y tomará, dice (la Escritura), un incensario lleno de carbones” (Lv 16,12). No todos son purificados por ese fuego que se toma del altar (cf. Lv 16,12). Aarón es purificado con ese fuego, e Isaías, y los que se les asemejan. Pero otros que no son semejantes, entre los cuales me cuento, seremos purificados por otro fuego; temo que por aquel sobre el que está escrito: “Un río de fuego corría delante de él” (Dn 7,10). Este fuego no es el del altar. El fuego que está sobre el altar es el fuego del Señor; en cambio, el que está fuera del altar no es del Señor, sino que es propio de cada uno de los pecadores, sobre el cual se dice: “El gusano de ellos no morirá, y el fuego de ellos no se extinguirá” (Is 66,24). Por consiguiente, éste es el fuego que ellos mismos encendieron, como también está escrito en otra parte: “Caminen en su fuego y en la llama que ustedes encendieron” (Is 50,11). Pero a Isaías no se le aplica su fuego, sino el fuego del altar, que purificará sus labios (cf. Is 6,7); lo mismo también sobre el que se dice: “Tomará el incensario lleno de carbones de fuego del altar, que está delante del Señor, y llenará sus manos con una mezcla de incienso fino” (Lv 16,12). Lo que ciertamente nuestro Señor hizo en plenitud. Porque llenó sus manos con un incienso fino[1], sobre lo cual está escrito: “Que se eleve mi oración como incienso en tu presencia” (Sal 140 [141],2). Llenó, en efecto, sus manos con santas obras realizadas a favor del género humano.

“Una mezcla de incienso fino”

Pero ¿por qué se habla de una mezcla[2] de incienso? Porque no hay una sola especie de obras, sino que las hay compuestas de justicia, de piedad, de continencia, de prudencia y de todas las virtudes de este género, y esto es lo que agrada a Dios. Pero también agrega: “fino” (cf. Lv 16,12), lo que entiendo no es superfluo[3]. Puesto que no quiere que quien tiende a la perfección, comprenda la palabra de Dios grosera y carnalmente, sino que busque en ella el sentido fino y sutil, de modo que si tal vez oye que está escrito: “No pondrás bozal al buey que trilla” (1 Co 9,9), entienda que esto se dice no sobre los bueyes, “porque de los bueyes no se ocupa Dios” (1 Co 9,9), sino de los apóstoles. Pero también, si se puede exponer el plan de la providencia de Dios, que es muy fino y muy sutil, se dice que esto (es) llenar su mano con incienso fino. ¿Quién, entonces, de entre nosotros esté pronto y preparado para ofrecer al pontífice que está por ingresar en el santo de los santos una mezcla de incienso fino? Porque es necesario que cada uno de nosotros ofrezca algo en el tabernáculo de Dios, una ofrenda (hecha) asimismo con las vestimentas pontificales, pero una ofrenda que asciende por las manos del pontífice hacia Dios mismo con “olor de suavidad” (cf. Lv 2,9). Por eso nuestro Pontífice, (nuestro) Señor y Salvador abre sus manos y quiere recibir de cada uno de nosotros una mezcla de incienso fino; y es necesario que nosotros busquemos las variedades de incienso.

Lo que nos pide el Pontífice

Debemos buscar incienso[4] para nosotros, no un incienso cualquiera, sino uno resplandeciente. El Pontífice no quiere recibir de ti algo oscuro o sórdido, busca lo resplandeciente. Pero también exige el gálbano[5], que por su naturaleza, por la intensidad de su olor, pone en fuga a las serpientes dañinas. Busca asimismo el aceite de mirra[6], porque quiere que todas nuestras palabras y nuestras obras sean honradas y puras. Busca también el ónix[7], con el cual el animal que lo posee se cubre como con un escudo y permanece ileso. Así igualmente te quiere protegido con el escudo de la fe, “con el cual podrás detener todas las flechas ardientes del maligno” (cf. Ef 6,16). Sin embargo, de todo esto quiere una composición (o: mezcla) hecha por ti, sin nada desordenado, nada inquieto, nada indecente, sino que quiere esto: “Que todos nuestros actos se hagan ordenada y honestamente” (cf. 1 Co 14,40).

Los ángeles de Dios miran y escrutan nuestras almas

También ahora está de pie nuestro verdadero Pontífice, Cristo, y quiere llenar “sus manos con una mezcla de incienso fino” (cf. Lv 16,12). Y considera lo que ofrece cada una de las Iglesias que están bajo el cielo, con cuánta integridad y diligencia componen su incienso, cómo lo hacen fino; es decir, de qué modo cada uno de nosotros ordena sus obras y de qué forma explica el sentido y las palabras de la Escritura por medio de una interpretación espiritual. Y no falta el ministerio de los ángeles para estos oficios: “Porque los ángeles de Dios ascienden y descienden sobre el Hijo del hombre” (Jn 1,51), buscan y proceden diligentemente para encontrar en cada uno de nosotros qué pueden ofrecer a Dios (cf. Mt 13,41). Miran y escrutan el alma de cada uno de nosotros, si tiene una determinada disposición, si piensa algo tan santo que merezca ser ofrecido a Dios. Examinan y consideran si alguno de nosotros, por las palabras que se leen en la Iglesia, tiene el corazón compungido y convierte su espíritu hacia la penitencia, si oyéndolas piensa corregir sus caminos (cf. Sal 118 [119],9; Pr 21,29), y “olvidando el pasado se prepara para lo porvenir” (Flp 3,13); por lo menos al modo de aquel muy impío Ajab, sobre el cual dice el Señor: “¿Has visto cómo se ha arrepentido el corazón de Ajab?” (cf. 1 R 20 [21],29).

La maldad de nuestras acciones no supera la bondad del Señor

Pero en todas estas cosas, ¿qué diré sobre aquellos que no oyen eso con sus oídos ni lo reciben con su corazón? Para ellos, ¿qué esperanza de arrepentimiento, qué indicio de conversión, qué camino de corrección? Porque si también sobre esos que escuchan dudamos, ¿qué esperamos de aquellos que nada absolutamente oyen? Pero utilicemos las palabras del Señor y digamos: “Los que tengan oídos para oír, que oigan” (cf. Mt 11,15), y los que oigan, sepan lo que está escrito, puesto que “cuando te conviertas gimiendo, entonces serás salvado y sabrás donde estás” (cf. Is 30,15). Y si “tú mismo primero dices tus pecados” (cf. Is 43,26), yo te escucharé como a un pueblo santo. ¿Has escuchado de qué forma, incluso si fuiste pecador y te apartaste del pecado, ahora eres llamado santo? Por consiguiente, ninguna desesperación para esos que se han arrepentido y se han convertido al Señor; porque la maldad de sus delitos no supera la bondad de Dios.



[1] Minutus: diminuto, pequeño, menudo, tenue. La versión de los LXX dice: leptós: menudo, fino, delicado, sutil.

[2] O: combinación, composición, confección (compositio; en la LXX: synthesis).

[3] Lit.: otiose (ociosamente).

[4] Lit.: libanus: el árbol que produce el incienso; cf. Ex 30,34; Si 39,14 [18] (líbanos en la versión de los LXX; y libanus en la Vulgata).

[5] Cf. Ex 30,34: galbanum (chalbáne en griego): resina de fuerte olor.

[6] Stacta o stacte (stakté en griego): estacte o aceite de mirra; cf. Ex 30,34.

[7] U ónice; ónyx (griego: garra, o uña), onyx (latín); cf. Ex 30,34.