OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (392)

La parábola del Padre misericordioso
 
1155-1160
 
Salterio
 
Canterbury, Inglaterra

Orígenes, Dieciséis homilías sobre el Levítico

Homilía IX: Sobre los sacrificios de propiciación, los dos cabritos y el ingreso del pontífice en el Santo de los santos

Otra interpretación de “las dos suertes”

¿Pero quieres todavía ver también otra figura de estas dos suertes? Considera aquellos dos ladrones que en la hora de su cruz, pendían uno a la derecha y otro a la izquierda (cf. Lc 23,33), y mira cómo aquél que confesó al Señor, fue hecho suerte del Señor y conducido sin demora al paraíso; en cambio, el otro, que blasfemó (cf. Lc 23,39-43), se hizo suerte del chivo expiatorio, que será conducido al desierto del infierno. Pero también en lo que se dice: “Clavó en su cruz a los principados y potestades contrarias y triunfó sobre ellos” (cf. Col 2,14. 15), cumplió en estos la suerte del chivo expiatorio, y como el hombre preparado los condujo al desierto. Y también en el Evangelio dice el Señor: “Porque cuando el espíritu inmundo sale de un hombre, vaga por lugares desiertos buscando reposo, y no lo encuentra” (cf. Mt 12,43). En consecuencia, así también puede ser entendido nuestro Salvador como el hombre preparado, que ha hecho de su Iglesia “la herencia (lit.: suerte) del Señor” y la ha consagrado en el altar divino; pero la parte (lit.: suerte) del chivo expiatorio la ha hecho de las potestades contrarias, “espíritus del mal y rectores de este mundo de tinieblas” (cf. Ef 6,12), los cuales, como dice el Apóstol: “Llevándolos con poder, triunfando sobre ellos por sí mismo” (cf. Col 2,15). Los llevó. ¿Y dónde los llevó sino al desierto, a los lugares desiertos?

Solamente Cristo podía abrir el acceso al paraíso

Porque así como aquel que ha profesado su fe[1] le ha abierto las puertas del paraíso diciendo: “Hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23,43), y por esto a todos los que creen y confiesan les dio acceso a la entrada, que antes Adán, pecando, había cerrado. En efecto, ¿qué otro podía apartar “la llama de la espada zigzagueante, que se había puesto para custodiar el árbol de la vida” (cf. Gn 3,24) y las puertas del paraíso? ¿Qué otro tenía poder para mover a los Querubines de su guardia incesante, sino sólo aquel mismo a quien “ha sido dada toda potestad en el cielo y en la tierra” (cf. Mt 28,18)? Por eso digo que fuera de Él mismo ningún otro podía hacer eso, ni los principados, o las potestades, o los jefes (cf. Col 2,15; Ef 6,12), que enumera el Apóstol, ningún otro podía triunfar y conducirlos al desierto del infierno sino sólo Él que dijo: “Tengan confianza, yo he vencido al mundo” (Jn 16,33).

“El verdadero día de la propiciación”

Por eso, entonces, fue necesario que mi Señor y Salvador no sólo naciera entre los hombres, sino que también descendiera a los infiernos, para conducir como el hombre preparado la parte del chivo expiatorio al desierto del infierno, y regresando de allí, consumada su obra, ascendiera al Padre, y allí ser perfectamente purificado junto a al altar celestial, a fin de donar en perpetua pureza la prenda de nuestra carne, que había llevado consigo. Por consiguiente, éste es verdadero día de la propiciación, cuando se hizo propicio a los hombres; como también lo dice el Apóstol: “Porque Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo” (2 Co 5,19); y de nuevo sobre Cristo dice: “Pacificando por la sangre de su cruz tanto lo que está en el cielo como en la tierra” (Col 1,20).

Las solemnidades de la Pascua y los Ázimos

Se manda, por tanto, en la Ley que en el día de la propiciación todo el pueblo humille su alma (cf. Lv 16,29). De qué modo el pueblo humilla su alma, Cristo lo dice: “Vienen días, afirma, en que les será quitado el esposo, y entonces en esos días ayunarán” (Mt 9,15). Por consiguiente, se celebran muchos días de fiesta según la Ley. Hay sin duda una solemnidad en el primer día del mes (cf. Ex 12,3. 15. 18), y otra en el segundo (cf. Nm 9,11). Pero también en el primer mes, otra solemnidad (es) la de la Pascua, otra la de los Ázimos, aunque parece que la solemnidad de Pascua está unida a la de los Ázimos; porque el principio de los Ázimos se une al final de la Pascua (cf. Ex 12,15. 18). Pero Pascua designa solo el día en que se mata al cordero (cf. Ex 12,6), en cambio los demás son llamados días de los Ázimos; puesto que así lo dice: “Harás la solemnidad de los Ázimos durante siete días” (cf. Ex 23,15). Por tanto, esta es la primera solemnidad.

Sólo al pontífice le es lícito entrar en el santuario interior, sino sólo al pontífice

Después de esto dice: “Cuando hayas levantado tu cosecha, y recogido los frutos de tu campo, harás un día de fiesta por las primicias de tus frutos” (Ex 23,16). Este día es después de las siete semanas de Pascua, es decir Pentecostés, cuando también se te ordena: “Y purificarás las cosas santas de tu mi casa” (cf. Ex 29,36).

Después de esto, en el séptimo mes, se celebran otras solemnidades. “En el primer día del mes” (cf. Nm 10,10; 29,1 ss.), el novilunio con trompetas, como se dice en el Salmo: “Toquen la trompeta al inicio del mes” (Sal 80 [81],4). Pero “en el décimo día del séptimo mes” (cf. Lc 16,29), se (celebrará) esa solemnidad de la propiciación. Sólo en este día el pontífice se revestirá con todas las vestimentas pontificales, entonces se revestirá con “la manifestación y la verdad” (cf. Ex 28,30), entonces entrará hasta el inaccesible, al que solamente le es lícito entrar una vez al año (cf. Ex 30,10), esto es, al Santo de los santos. Porque es la única vez en el año en que el pontífice, dejando a la gente, ingresa en el lugar donde están el propiciatorio y sobre el propiciatorio los Querubines, donde están el arca de la alianza y el altar del incienso (cf. Ex 25,18-21; 27,1; 29,37), adonde a nadie le es lícito entrar, sino sólo al pontífice (cf. Hb 9,7).

Jesucristo: propiciación por nuestros pecados

Por tanto, si considero de qué modo el verdadero pontífice, mi Señor Jesucristo (cf. Hb 4,14), puesto en la carne, sin duda por todo un año estaba con el pueblo, aquel año sobre el cual él mismo dice: “Me ha enviado a evangelizar a los pobres y proclamar el año de gracia del Señor y el día de la remisión” (Is 61,1-2), advierto de qué forma en ese año una sola vez, en el día de la propiciación, entra en el Santo de los santos (cf. Ex 30,10), esto es cuando cumplido su dispensación penetra en los cielos (cf. Hb 4,14) y entra junto al Padre, para hacerle propicio al género humano e interceder por todos los que creen en Él. Esta propiciación de Él por la cual hace al Padre propicio a los hombres, conociéndola el apóstol Juan dice: “Esto les digo, hijitos, que si pecamos tenemos un abogado junto al Padre, Jesucristo el justo; y Él mismo es propiciación por nuestros pecados” (1 Jn 2,1-2). Pero Pablo también rememora de manera semejante esta propiciación, cuando dice sobre Cristo: “Dios lo puso como propiciación por su sangre, por medio de la fe” (Rm 3,25).

Meditar la palabra de Dios día y noche

Ahora bien, el día de la propiciación permanece para nosotros hasta la caída del sol (cf. Lv 11,25), esto es, hasta que llegue el fin del mundo. Porque nosotros estamos afuera (cf. St 5,9), esperando que abra nuestro pontífice, que se demora dentro del Santo de los santos, es decir, junto al Padre (cf. 1 Jn 2,1-2), e intercede por los pecados de quienes lo esperan (cf. Hb 9,28), (pero) no intercede por los pecados de todos. Puesto que no intercede por esos que vienen de la parte (lit.: suerte) del chivo que se manda al desierto (cf. Lv 16,9-10). Él intercede sólo por quienes son “la parte del Señor”, que lo esperan afuera, que no dejan el templo, dedicados al ayuno y la oración (cf. Lc 2,37). ¿O piensas, tú que apenas vienes a la iglesia en los días de fiesta, que no te esfuerzas por escuchar las palabras divinas, ni te entregas a la tarea de cumplir los mandamientos, que puede venir sobre ti “la suerte del Señor”? Sin embargo, deseamos que, oído esto, no sólo se apliquen a escuchar las palabras de Dios en la iglesia, sino que también las practiquen en sus casas y “mediten en la Ley del Señor día y noche” (cf. Sal 1,2). Porque incluso allí está Cristo, y está en todas partes presente para quienes lo buscan. Por eso también se manda en la Ley que se la medite cuando vamos de camino y cuando nos sentamos en casa, cuando yacemos en el lecho y cuando nos levantamos (cf. Dt 6,7); y esto es verdaderamente esperar afuera al pontífice que se demora en el Santo de los santos y entra en la heredad (lit.: suerte) del Señor.



[1] Lit.: ha confesado (confessus est).