OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (391)

Los doce apóstoles
 
Siglo XVII
 
Biblia
 
Etiopía

Orígenes, Dieciséis homilías sobre el Levítico

Homilía IX: Sobre los sacrificios de propiciación, los dos cabritos y el ingreso del pontífice en el Santo de los santos

El lugar desierto

4. Pero veamos quién es este que recibe al que la suerte ha hecho (chivo) expiatorio para enviarlo al desierto. “Un hombre, dice (la Escritura), preparado recibe el chivo que viene, sobre el cual ha caído la suerte de chivo expiatorio, y lo conduce al desierto” (cf. Lv 16,10. 21). El final de esta suerte es el desierto, es decir, un lugar desierto, desierto de la virtudes, desierto de Dios, desierto de justicia, desierto de Cristo, desierto de todo bien.

Las diferencias entre una y otra “suerte”

Y para nosotros, por tanto, no queda sino una de esas dos suertes. Porque o hacemos el bien (y) somos “suerte del Señor”, o hacemos el mal y nuestra suerte nos conduce al desierto. ¿Quieres te muestre con evidencia cómo estas dos suertes siempre obran, y que cada uno de nosotros deviene o la parte del Señor o (parte) “del chivo expiatorio” o del desierto? Considera en los evangelios aquel rico que vivía espléndida y lujuriosamente, y a “Lázaro yacente a su puerta, lleno de úlceras y queriendo saciarse de las migas, que caían de la mesa del rico” (cf. Lc 16,19-21), y qué fin se señala para uno y otro: “Lázaro murió, dice, y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. De manera semejante (murió) también el rico y fue conducido a un lugar de tormentos” (Lc 16,22-23). Adviertes evidentemente que distintos (son) los lugares de una y otra “suerte”.

Dos modos de proceder

Ves también quiénes son los que conducen. Los “ángeles”, dice (el Evangelio), que siempre están preparados para conducir. Porque son ministros de Dios a eso destinados, que cumplen la suerte que tú mismo te preparaste. Puesto que si viviste bien, si de corazón partiste tu pan con el hambriento, vestiste al desnudo (cf. Is 58,10. 7), juzgaste rectamente (cf. Jn 7,24), te opusiste al inicuo (y) a su iniquidad (cf. Sal 93 [94],16), y no compartiste el consejo con esos que preparan trampas para los inocentes (cf. Sal 56 [57],7), tendrás tu “suerte con el Señor”. Pero si sirves a la sensualidad, “si eres amante de la voluptuosidad más que de Dios, si amas el mundo” (cf. 2 Tm 3,4; 4,10), no odias la maldad (cf. Sal 44 [45],8), harás tuya “la suerte del chivo expiatorio”; para ser conducido al desierto por manos del ministro de Dios, encargado para eso por Dios; y por eso se le llama “preparado”, porque a ninguna persona respetó: ni rico, ni poderoso, ni rey, ni sacerdote.

Consagrados por la gracia del bautismo

¿Pero quieres saber que lo que se dice a nosotros nos concierne? Esos animales sobre los que cae la suerte, no son impuros ni ajenos a los altares de Dios, sino que son puros y los que suelen ofrecerse en los sacrificios; para que tú sepas que son figura no de los que están fuera de la fe, sino de los que están dentro de la fe. Porque el chivo es un animal puro y consagrado a los altares divinos. Y tú, por consiguiente, consagrado por la gracia del bautismo para los altares de Dios te has convertido en un animal puro. Pero si no cumples el mandato aquel del Señor que dice: “He aquí que has quedado curado; no peques más, no sea que te ocurra algo peor” (Jn 5,14); pero si has sido purificado, (y) de nuevo te manchas con la iniquidad del pecado, y pasas de la virtud a la sensualidad, de la pureza a la impureza, por tu vicio, aunque hayas sido un animal puro, te entregas a “la suerte del chivo expiatorio y del desierto”.

Jesucristo cargó con todas nuestras miserias

5. Es posible también otra interpretación: “el hombre preparado” y puro que es conducido al desierto, aquel a quien le ha tocado esa suerte, y del que se dice que es conducido, como si hubiera tocado algo impuro, se afirma que “lava sus vestimentas” (cf. Lv 16,26) al atardecer y queda puro, esto también se comprende de nuestro mismo Señor y Salvador, quien asumiendo nuestra naturaleza, esto es la vestimenta de la carne y la sangre, la lavó al atardecer (cf. Lv 11,25). Por eso también el profeta hace tiempo dijo sobre Él: “Y vi a Jesús, el gran sacerdote, vestido con vestimentas impuras, y al diablo de pie a su derecha para acusarlo” (Za 3,1. 3). Entonces, “lavó con vino -es decir con su sangre- su estola” (cf. Gn 49,11) al atardecer y quedó puro. Y por eso tal vez le decía a María, que quería tener sus pies después de la resurrección: “No me toques” (Jn 20,17).