OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (390)

Ocupar el último asiento en el banquete


Ilustración contemporánea

Orígenes, Dieciséis homilías sobre el Levítico

Homilía IX: Sobre los sacrificios de propiciación, los dos cabritos y el ingreso del pontífice en el Santo de los santos

Las víctimas expiatorias

3. Pero ya sobre las víctimas se ordena que algunas de ellas deben ser ofrendas del pontífice, en cambio otras deben ser recibidas del pueblo (cf. Lv 16,3. 5). Del pontífice mismo, se dice, un ternero, que es entre los animales el más precioso y robusto; y el segundo animal, un carnero, que entre los ovinos sin duda es el más precioso. En cambio, como dones del pueblo se manda ofrecer: un carnero por los jefes, y dos chivos[1] por el pueblo; uno que es enviado al desierto, que también se denomina expiatorio, y otro que es ofrecido al Señor (cf. Lv 16,8 ss.).

El chivo que lleva los pecados del pueblo

Si todo el pueblo de Dios fuera santo, si todos fueran bienaventurados, no se echarían dos veces a suerte los chivos, y uno -sobre el que cayera la suerte-, sería enviado al desierto, el otro en cambio se ofrecería al Señor, sino que una sola vez se echaría a suerte y una sola (sería) la víctima para el único Señor. Pero ahora, puesto que en la multitud de los que se aproximan al Señor ciertamente están los que (son) del Señor, mas hay otros que deben ser enviados al desierto, esto es, que merecen ser echados y separados de la víctima del Señor, por ello una parte de la víctima ofrecida por el pueblo, es decir un solo chivo, es inmolado al Señor; en cambio el otro es echado y enviado al desierto, y se lo llama “expiatorio”. Sin embargo, la suerte cae sobre uno y otro; y aquel que es enviado al desierto, se dice que ése mismo “lleva sobre sí los pecados de los hijos de Israel, sus injusticias y sus iniquidades” (cf. Lv 16,21. 22). Porque no el chivo que deviene “la suerte del Señor”, sino aquel cuya suerte es ser enviado al desierto se dice que los lleva (cf. Lv 16,8-10), según aquello que está escrito: “Di a cambio de ti a Egipto, a Etiopía y a Soen, porque tú eres honorable a mis ojos” (Is 43,3-4). 

Sentido espiritual de “echar a suerte”

Por eso los pecados de los que hicieron penitencia y de los que abandonaron la maldad, los reciben sobre sus cabezas esos en los que cayó la suerte del que es enviado al desierto, los que se hicieron dignos de un tal ministerio o de una suerte semejante. Pero conviene, por el contrario, aplicarles también aquello que está dicho: “Al que tiene, se le dará” (cf. Mt 13,12). Porque así como al que tiene actos justos, se le añadirá, así también al que tiene pecados al extremo de encontrarse en la suerte de aquel (chivo) expiatorio que se envía al desierto, se le añaden los que son quitados de los santos, para que también se cumpla en ellos lo que está escrito: “Pero al que no tiene, se le quitará incluso lo que tiene”, para darle “al que tiene muchas monedas[2]” (cf. Lc 19,26. 24) de pecados.

Muere para purificar al pueblo de Dios

Pero quien está “en la suerte del Señor” administra la esperanza no para el siglo presente, sino para el futuro, y aquel cuya suerte es el Señor, “muere cada día” (cf. 1 Co 15,31); por eso sobre quien ciertamente cayó la suerte del Señor, es inmolado y muere, para purificar con su sangre al pueblo de Dios; pero quien cae bajo la suerte contraria, no es digno de morir, porque quien está bajo la suerte del Señor no es de este mundo, pero aquel otro es de este mundo y el mundo ama lo que es suyo (cf. Jn 15,19). Por ello no es matado, ni es digno de ser inmolado en el altar de Dios, ni su sangre merece ser derramada en la base del altar (cf. Lv 1,15).



[1] Hircus, que también puede traducirse por macho cabrío.

[2] El texto latino dice: mnas (transliteración del griego mnâ), que era una moneda griega equivalente a cien denarios, o 1/10 de un talento.