OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (380)

La mujer pecadora lava los pies de Jesús

1250

Evangeliario copto-árabe
 
 
El Cairo, Egipto

Orígenes, Dieciséis homilías sobre el Levítico

Homilía VIII: Sobre la mujer que concibe y da a luz. Sobre la lepra y su purificación

Sobre lo que está escrito: “Cualquier mujer que conciba la simiente y dé a luz un varón estará impura siete días” (Lv 12,2). Y sobre las diversas lepras y las purificaciones de los leprosos (cf. Lv 13 y 14).

Jesucristo médico en los Evangelios. Los médicos y sus medicinas

1. Médico (es) llamado en las divinas Escrituras nuestro Señor Jesucristo, como nos lo enseña también la sentencia del mismo Señor, según lo que dice en los Evangelios: “No necesitan médico los sanos, sino los que están enfermos. Porque no vine a llamar a los justos a la penitencia, sino a los pecadores” (Mt 9,12-13).

Ahora bien, todo médico por medio de jugos de hierbas o de árboles, o también de vetas de metales o de órganos de animales, compone medicamentos que serán útiles para los cuerpos. Pero esas hierbas, si por casualidad, se las ve antes que sean preparadas por medio de un arte racional, en los campos o en las montañas, se las pisa como vil heno y se pasa de largo. En cambio, cuando se las ve dentro de la oficina del médico dispuestas por orden, aunque tengan un olor fuerte o áspero, sin embargo, se sospechará que contienen algo curativo o medicinal, incluso aunque no se conozca qué o cuál sea en ellas la virtud sanitaria y medicinal. Esto decimos sobre los médicos comunes.

La medicina de la palabra de Dios

Ahora ven hacia Jesús, médico celestial; entra en ese hospital[1], su Iglesia; ve yacer allí una multitud de enfermos. Viene una mujer a la que su parto ha hecho impura (cf. Mc 5,25; Lv 12,2. 4), viene un leproso, que está separado, fuera del campamento, por la impureza de su lepra (cf. Mc 1,40; Lv 13,46): buscan del médico un remedio, de qué modo se (pueden) sanar, de qué modo se (pueden) purificar. Y puesto que Jesús, que es ése médico, es también Él mismo el Verbo de Dios, procura para sus enfermos medicamentos (sacados) no de los jugos de las hierbas, sino de los sacramentos de (sus) palabras. Estos medicamentos de las palabras si se los ve desordenados a través de los libros, como dispersos por los campos, ignorando la virtud de cada una de las sentencias, se seguirá de largo, teniéndolas por viles y sin ninguna elegancia de palabra. Pero quien ha aprendido algo de la medicina de las almas que está junto a Cristo, comprende que cada uno debe sacarla de esos libros que se leen en la Iglesia, o sea de la fuerza de las palabras, al modo que se toman de los campos o de las montañas las hierbas salutíferas; de manera que si el alma está enferma, sea sanada por la fuerza extraída no tanto de las hojas exteriores y de la corteza, cuanto del jugo interior. Por consiguiente, contra la impureza del parto y el contagio de la lepra, veamos qué diversidad y qué variedad de medicamentos purificadores trae esta lectura presente.

La impureza decretada por la Ley no se aplica a todas las mujeres

2. «Y el Señor, dice (la Escritura), habló a Moisés diciendo: “Habla a los hijos de Israel y diles: Cualquier mujer que conciba la simiente y dé a luz un varón, estará impura siete días”» (Lv 12,1-2)[2]. Primero consideremos según la historia si no parece casi superfluo lo agregado: “La mujer que conciba la simiente y dé a luz un varón”, como si pudiera concebir un varón de otra forma que no sea recibiendo la simiente. Pero el agregado no es superfluo.

(Es) para distinguir a aquella que concibió y dio a luz sin la simiente que el legislador añade esta palabra a propósito de las otras mujeres, para designar impura no a toda mujer que da a luz, sino a aquella que da a luz después de haber concebido la simiente. A lo que también se puede añadir esto: esta ley escrita sobre la impureza, concierne a las mujeres; en cambio, sobre María se dice que la Virgen (cf. Mt 1,23) concibió y dio a luz. Por tanto, que las mujeres lleven el peso de la Ley, pero que las vírgenes estén exentas de ella[3].

María, virgen y mujer excepcional

Con todo, si un (espíritu) sutil se nos opone y dice que María también es llamada mujer en la Escrituras, puesto que así lo dice el Apóstol: “Pero cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la Ley, para redimir a los que estaban bajo la Ley” (Ga 4,4-5); le responderemos que aquí el Apóstol la llama mujer no por causa de la corrupción, sino para indicar el sexo; de modo que al decir: “Dios envió al Hijo”, simultáneamente expone también aquello: que vino a este mundo por un ingreso común a todos.

Pero este vocablo también designa una edad, sin duda la del sexo femenino que sale de los años de la pubertad y pasa al tiempo en que parece apta para el matrimonio. Así también, en el otro (sexo), se llama hombre al que ha pasado el tiempo de la adolescencia, incluso aunque no tenga esposa de la que se diga que es marido; (y) también se suele llamar con ese nombre a los que se han abstenido de cualquier mancha de relación con una mujer. Por tanto, si rectamente se llama hombre al que lo es sólo por su edad viril, que no ha conocido la unión con ninguna mujer, ¿cómo consecuentemente no se llamará mujer, por la sola madurez de la edad, también a la virgen que ha permanecido intacta? E incluso cuando Abraham envió un servidor a Mesopotamia, a la casa de Batuel[4], para “tomar de allí una mujer para su hijo Isaac”, y el servidor preguntó con diligencia, «diciéndole: “¿Si la mujer no me quiere seguir, debo reconducir a tu hijo allí?”» (cf. Gn 24,4-5); no dijo: si la virgen no quiere seguirme.

Esto, entonces, lo decimos respecto de nuestra observación: el legislador no hizo un agregado superfluo al escribir: “Si una mujer concibe la simiente y da a luz un hijo” (Lv 12,2), sino que hay una excepción misteriosa, que pone aparte sólo a María del resto de las mujeres, cuyo parto no fue por la concepción de la simiente, sino por la presencia del Espíritu Santo y el poder del Altísimo (cf. Lc 1,35).



[1] Lit.: casa de medicina (stationem medicinae).

[2] La edición de W. A. Baehrens: Origenes Werke. Sechster Band. Homilien zum Hexateuch in Rufins Übersetzung. Erster teil. Die Homilien zu Genesis, Exodus und Leviticus, Leipzig, J. C. Hinrichs’sche Buchhandlung, 1920, p. 394 (Die griechischen christlichen Schriftsteller der ernsten drei Jahrhunderte, 29), presenta aquí un fragmento griego: «Parece superfluo: “Si queda encinta y da a luz un hijo”. Pero hay que considerarlo de otro modo: proféticamente se dice todo esto, para que no parezca que María concibió un hijo de una simiente, quedando impura al engendrar al Salvador; puesto que ella no es simplemente mujer, sino virgen» (cf. Procopio de Gaza [+ hacia 530], Comentario al Levítico, 12,2; ver asimismo PG 87,729-730).

[3] Baehrens inserta aquí otro fragmento griego: «Porque es llamada (mujer) por la edad; como también (se llama) hombre al que ya no (es) adolescente, aunque no haya yacido con una mujer. Por eso también Pablo dice: “Envió Dios su hijo nacido de una mujer” (Ga 4,4). Y Abraham al mandar al servidor a Batuel no dice: “Toma” una virgen, sino “una mujer para mi hijo” (cf. Gn 24,4)» (Origenes Werke…, p. 395; cf. Procopio de Gaza, Comentario al Levítico, 12,2; PG 87,729-730).

[4] O: Betuel (Bathuel).