OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (378)

La Última Cena

Hacia 1175

Corbie (?), Francia.

Orígenes, Dieciséis homilías sobre el Levítico

Homilía VII: La prohibición de beber vino y bebidas fermentadas a Aarón y sus hijos cuando ofician en la carpa del encuentro

Animales terrestres puros e impuros

6. “Todo, dice (la Escritura), animal que tiene pezuña dividida[1], y tiene pezuñas, y que en los rebaños es rumiante, de ése comerán. Además, de estos no comerán: los que rumian y no tienen pezuñas divididas, y tienen pezuñas. El camello, porque es rumiante, pero no tiene la pezuña dividida, (es) impuro para ustedes. Y la liebre, que rumia, pero no tiene la pezuña dividida, (es) inmunda para ustedes; el conejo[2], que es rumiante, y no tiene la pezuña dividida, (es) impuro para ustedes; y el cerdo…” (Lv 11,3-7), y lo demás. Por consiguiente, se ordena no comer esos animales que parecen ser en parte puros y en parte impuros; como el camello, que puesto que rumia parece ser puro, pero como no tiene las pezuñas divididas, se dice que es impuro. Después de éste en seguida nombra la liebre y el conejo, mas también de estos dice que ciertamente rumian, pero no tienen las pezuñas divididas. En cambio, hace otra lista con los que, por el contrario, tienen la pezuña dividida, pero no rumian. 

El camello tortuoso

Primero, entonces, veamos cuáles son esos que rumian y tienen la pezuña dividida, a los que (la Escritura) llama puros. Yo pienso que rumia[3] quien se da a la obra del conocimiento y “medita en la Ley del Señor día y noche” (Sal 1,2). Pero oye de qué modo se lo dice: “Quien tiene, afirma (la Escritura), la pezuña dividida y rumia” (Lv 11,3). Por tanto, rumiar es hacer volver lo que se leyó según la letra, llamarlo de nuevo y subir desde las realidades inferiores y visibles a las invisibles y superiores. Mas si meditas la Ley divina y aquello que lees lo llamas de nuevo para una comprensión sutil y espiritual, pero tu vida y tus actos no son tales que tengan la distinción entre la vida presente y la futura, entre este siglo y el siglo que vendrá (cf. Ef 2,7), si estas realidades no las disciernes y divides de modo conveniente, eres un camello tortuoso; que cuando recibe la comprensión de la Ley divina por medio de la meditación, no divide ni separa lo presente y lo futuro, ni discierne “la vía angosta de la vía espaciosa” (cf. Mt 7,13. 14).

“Dicen y no hacen”

Pero todavía expliquemos más claramente lo que se dice. Hay quienes asumen la alianza de Dios con su boca, y cuando tienen la Ley de Dios en la boca, su vida y sus acciones (están) lejos de sus palabras, y sus discursos discrepan; “porque dicen y no hacen” (Mt 23,3). Sobre los cuales dice también el profeta: «Pero al pecador le dice Dios: “¿Por qué recitas mis justicias y tienes mi alianza en tu boca?”» (Sal 49 [50],16). Ves, por consiguiente, de qué modo tiene éste que rumia la alianza de Dios en su boca. Pero qué se le dice en lo que sigue: “Tú, en cambio, odiaste la disciplina y arrojaste mis palabras detrás de ti” (Sal 49 [50],17). En lo cual muestra que evidentemente es un rumiante, pero que no tiene la pezuña dividida; y por eso alguien así es impuro.

Poner en armonía vida y conocimiento

Y también hay otros, o bien de los que están fuera de nuestra religión, o bien de los que están con nosotros, que tienen sin duda la pezuña dividida y avanzan en sus caminos de modo que preparan sus acciones para el siglo futuro. Porque también muchos de los filósofos piensan así y saben que hay un juicio futuro. Consideran, en efecto, que el alma (es) inmortal y confiesan que hay una recompensa reservada para los que hacen el bien. Esto también hacen algunos de los herejes y, en cuanto esperan, muestran un temor del juicio futuro y arreglan con prudencia sus actos en tanto que serán examinados en el juicio divino. Pero de estos ni unos ni otros rumian ni llaman de nuevo lo rumiado.

Porque oyendo lo que está escrito en la Ley de Dios, no lo meditan ni lo llaman de nuevo con una inteligencia sutil y espiritual; sino que en seguida que escuchan algo lo desdeñan o lo menosprecian, y no buscan el sentido precioso oculto en las palabras comunes. Y se van esos que ciertamente (tienen) la pezuña dividida, pero que no rumian ni llaman de nuevo (lo rumiado). Tú, en cambio, que quieres se puro, pon en concordia y en armonía la vida con el conocimiento y las acciones con la inteligencia, para que seas puro en ambos sentidos, para que llames de nuevo lo rumiado y (tengas) la pezuña dividida, para que dejes crecer o cortes las uñas[4].

Sobre las uñas

Sobre eso examinemos también el precepto[5]: ¿de qué modo dejamos crecer la uñas o, como se lee en otro lugar, las cortamos? Está escrito en el Deuteronomio: “Si, dice, sales para la guerra contra tus enemigos, y vieres una mujer de bella figura, y la deseares, la tomarás, le cortarás todos los cabellos de la cabeza y sus uñas, la vestirás con vestimentas lúgubres; y se sentará en la casa llorando a su padre, a su madre y a su casa paterna; y después de treinta días será tu mujer” (Dt 21,10-13). Pero ahora el propósito no es explicar esto que se ha evocado como precepto, sino a raíz de lo que dijimos, porque también aquí se hace mención de las uñas.



[1] Otra traducción: pezuña partida (ungulam dividit).

[2] Erinacius, trad. del griego: dasypoys (conejo, damán, tejón, según las diversas versiones), y del hebreo: shaphan; cf. Sal 103 [104],18; Pr 30,26.

[3] Illum dici ruminare.

[4] En el texto latino se utiliza la misma palabra para pezuña y uña: ungula.

[5] Requiramus et huius rei testimonium (lit.: indaguemos el testimonio de la cuestión).