OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (377)

La Santísima Trinidad

Hacia 1170

Estrasburgo, Francia

Orígenes, Dieciséis homilías sobre el Levítico

Homilía VII: La prohibición de beber vino y bebidas fermentadas a Aarón y sus hijos cuando ofician en la carpa del encuentro

Peces buenos y malos

5. Pero, tal vez, digas: sobre los cuadrúpedos, los reptiles y las aves ciertamente has explicado que deben entenderse como hombres; hazlo también con “esos que están en las aguas” (cf. Lv 11,9). Porque la Ley designa asimismo que de esos mismos hay algunos puros y otros impuros; nada de esto pido que se crea por mis palabras si no ofrezco testigos idóneos. Les daré de entre éstos al mismo nuestro Señor y Salvador Jesucristo, testigo y autor del modo en que los peces se entienden como hombres. “Es semejante, dice, el reino de los cielos a una red arrojada en el mar, que recoge toda clase de peces; y cuando está llena, sentados sobre la orilla, se guardan los que están buenos en recipientes; pero los malos son arrojados fuera” (Mt 13,47-48). Evidentemente enseña que los peces, que se dice son recogidos por la red, son los hombres buenos o malos. Por consiguiente, éstos son los que, según Moisés, son llamados peces puros o impuros.

Cada ser humano tiene su sabor

Después de esta confirmación por la autoridad apostólica y evangélica, veamos de qué modo cada hombre puede mostrarse puro o impuro. Todo hombre tiene en sí algún alimento que presenta al prójimo que se le acerca. Porque es imposible que, cuando los hombres nos acercamos unos a otros y mantenemos una conversación, no recibamos u ofrezcamos algo para degustar entre nosotros: una respuesta, una pregunta, o algún otro gesto. Y si en verdad es un hombre puro y de buen espíritu, de él recibimos un sabor, tomamos un alimento puro; pero si el que tocamos es impuro, tomamos un alimento impuro, conforme a lo que se ha dicho antes. Y por eso pienso que el apóstol Pablo sobre los tales, como de animales impuros, dice: “Con los que son como esos no se debe comer” (cf. 1 Co 5,11).

El primer grado: Jesús es verdadera comida y verdadera bebida

Pero para que aparezca ante tu inteligencia más evidentemente lo que decimos, tomemos un ejemplo de las realidades superiores para descender paulatinamente desde ellas hasta llegar a las inferiores. Nuestro Señor y Salvador dice: “Si no comen mi carne y beben mi sangre, no tendrán vida en ustedes. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida” (Jn 6,53. 55). Por tanto, puesto que Jesús es totalmente puro, toda su carne es comida y toda su sangre es bebida, porque toda su obra es santa y toda su palabra es verdadera. Por eso, entonces, también su carne es verdadera comida y su sangre es verdadera bebida. Porque de la carne y de la sangre de su palabra, como de una comida y una bebida puras, da de beber y alimenta a todo el género humano.

Segundo y tercer grados: reconocer las figuras escritas en la Sagrada Escritura

En segundo lugar, después de la carne de Aquél, como alimento puro están Pedro, Pablo y todos los apóstoles; y en tercer lugar, sus discípulos. Y así cada uno, por la cantidad de los méritos o por la pureza sus sentimientos, se hace para su prójimo un alimento puro. Quien no sabe oír esto, tal vez se aleja y no escucha[1], como aquellos que decían: “¿Cómo éste puede darnos a comer su carne? ¿Quién puede oír esto? Y se alejaron de él” (Jn 6,52. 60. 66). Pero ustedes, si son hijos de la Iglesia, si están imbuidos de los misterios evangélicos, si “la Palabra hecha carne habita en ustedes” (Jn 1,14), reconozcan que lo que decimos son (palabras) del Señor, no sea que “el que ignora, sea ignorado” (cf. 1 Co 14,38). Reconozcan que hay figuras que están escritas en los volúmenes divinos, y por eso examínenlas como espirituales y no como carnales, y comprendan lo que dicen. Porque si las reciben como carnales, les dañan y no les alimentan.

La lectura espiritual de la Sagrada Escritura nos permite evitar “una letra que mata”

Porque también hay en los Evangelios “una letra que mata” (cf. 2 Co 3,6). No sólo en el Antiguo Testamento se descubre una letra que mata; también en el Nuevo Testamento (hay) una letra que mata a quien no escucha espiritualmente lo que se dice. Porque si sigues según la letra eso mismo que está dicho: “Si no comen mi carne y beben mi sangre” (Jn 6,53), esta letra mata. ¿Quieres que también te muestre otra letra del Evangelio que mata? “Quien no tenga, dice, una espada que venda la túnica y compre una espada” (Lc 22,36). He aquí también una letra que es del Evangelio, pero que mata. En cambio, si la recibes espiritualmente, no mata, sino que está en ella “el espíritu vivificante” (cf. 2 Co 3,6). Y así, sea en la Ley, sea en los Evangelios, lo que se dice hay que recibirlo espiritualmente, porque “el hombre espiritual juzga todo, pero él por nadie es juzgado” (1 Co 2,15).

Sacar lo bueno, no lo malo, de nosotros mismos

Por tanto, como dijimos, todo hombre tiene en sí algún alimento, el que lo toma, si en verdad es bueno y “saca del tesoro de su corazón lo bueno” (cf. Lc 6,45), ofrece a su prójimo un alimento puro. En cambio, si (es) malo y “saca lo malo” (cf. Lc 6,45), ofrece a su prójimo un alimento impuro. Porque quien (es) inocente y de recto corazón puede ser visto como una oveja y ofrecer a quien lo escucha un alimento puro, así como la oveja es un animal puro. Y de modo semejante en los demás. Y por eso, como dijimos, todo hombre cuando habla con su prójimo, ya sea que le aproveche por sus palabras, ya sea que le cause daño, deviene para sí un animal puro o impuro; respecto de esas (palabras), se ordena utilizarlas sin son puras, o abstenerse si son impuras.

Una lectura de la Ley digna del Dios que la promulgó

Si, conforme a esa interpretación, decimos que el Dios supremo ha promulgado leyes para los hombres, pienso que se debe considerar su legislación digna de la divina majestad. Pero si nos atenemos a la letra y según esto recibimos lo que está escrito en la Ley o bien como los judíos, o bien como el vulgo lo consideran, me avergüenzo de decir y confesar que tales leyes las dio Dios. Puesto que se verá mayor elegancia y racionabilidad en las leyes de los hombre, por ejemplo en las de los romanos, o atenienses, o lacedomonios. En cambio, si se recibe la Ley de Dios conforme a esta interpretación, que enseña la Iglesia, entonces claramente sobrepasa todas las leyes humanas y se creerá que verdaderamente es la Ley de Dios. Y así con estas premisas para la comprensión espiritual que hemos recordado, tratemos brevemente algunos puntos sobre los animales puros e impuros.



[1] Lit.: aparta (o quita) el oído (avertat auditum).