OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (374)

La última cena

Siglo XIV

Vaspurakan, región que antiguamente perteneció a Armenia

Orígenes, Dieciséis homilías sobre el Levítico

Homilía VII: La prohibición de beber vino y bebidas fermentadas a Aarón y sus hijos cuando ofician en la carpa del encuentro

Nos esperan todas las santas y todos los santos

Pero evitemos omitir[1] aquello que no sólo se dice sobre Aarón, que no bebe vino, sino también de sus hijos cuando ingresan en el santuario (cf. Lv 10,9). Porque los apóstoles ciertamente todavía no recibieron su alegría, sino que ellos mismos también esperan, para que incluso yo tenga parte en la alegría de ellos. Porque tampoco los santos partiendo de aquí consiguen de inmediato los premios completos de sus méritos; sino que también nos esperan, aunque nos demoremos, aunque tardemos. Porque no es perfecta la alegría para ellos, mientras se afligen por nuestros errores y lloran nuestros pecados. Tal vez, no me creas a mí que te digo esto; ¿quién soy yo, en efecto, para atreverme a confirmar la sentencia de un dogma tan importante? Pero invoco un testigo de esos de los que no podrás dudar, porque es “el Maestro de los gentiles en la fe y la verdad” (cf. 1 Tm 2,7), el apóstol Pablo. Él mismo, escribiendo a los hebreos, después de enumerar a todos los santos padres que fueron justificados por la fe, a continuación agrega esto: “Pero todos esos, dice, teniendo un buen testimonio por la fe, todavía no obtuvieron la promesa; Dios, que preveía algo mejor para nosotros, no (quiso) que consiguieran la perfección sin nosotros” (Hb 11,39-40). Ves, por tanto, por qué Abraham aún espera para conseguir las realidades perfectas. También aguardan Isaac y Jacob, y todos los profetas nos esperan, para recibir con nosotros la perfecta beatitud.

La alegría de todo el cuerpo reunido

Por esto, entonces, también aquel misterio del diferido juicio en el último día es conservado en secreto. Porque uno es el cuerpo (cf. Rm 12,5) que espera ser justificado; uno es el cuerpo que se dice resucitará para el juicio. «Puesto que aunque son muchos los miembros, el cuerpo es uno; no puede el ojo decirle a la mano: “No te necesito”» (1 Co 12,20. 21). Incluso si el ojo está sano y no está perturbado en cuanto pertenece a la visión, si le faltan el resto de los miembros, ¿cuál será la alegría para el ojo? ¿O cuál sería[2] su perfección, si no tiene manos, si carece de pies, o si le faltan los restantes miembros? Porque si hay también para el ojo una cierta gloria muy excelente, está sobre todo en esto: o que él mismo es guía del cuerpo, o que no está privado de los servicios del resto de los miembros. Pero esto pienso que también nos lo enseña el profeta Ezequiel en aquella visión, cuando dice: “Debe unirse el hueso al hueso, la juntura a la juntura, y los nervios, las venas y la piel” (cf. Ez 37,7. 8), y que cada parte sea restablecida en su lugar. En suma, mira lo que agrega el profeta: “Estos huesos, afirma -no dice: todos los hombres son, sino que dice: ‘Estos huesos’)-, son la casa de Israel” (Ez 37,11). Por tanto, tendrás alegría a la salida de esta vida, si has sido santo. Pero entonces la alegría será plena, cuando no te falte ninguno de los miembros del cuerpo. Pues tú también esperarás a los otros, como asimismo tú mismo fuiste esperado.

El Señor habita en medio de su pueblo

Si a ti, que eres un miembro, no te parece perfecta la alegría si falta otro de los miembros, cuánto más al Señor y Salvador, que es la cabeza y el autor de todo el cuerpo (cf. Ef 4,15. 16), no considera que haya para sí alegría perfecta mientras falta alguno de los miembros de su cuerpo. Y por eso, tal vez, la oración que derramaba delante de su Padre: “Padre santo, glorifícame con aquella gloria que tenía junto a Ti antes que el mundo existiera” (Jn 17,5). No quiere, por consiguiente, recibir su gloria perfecta sin ti, esto es, sin su pueblo, que es su cuerpo y que son sus miembros. Porque quiere, en este cuerpo de su Iglesia y en estos miembros de su pueblo, habitar Él mismo como en el alma, para que todos los movimientos y todas las obras sean según su voluntad[3], para que se cumpla verdaderamente en nosotros aquello que dice el profeta: “Habitaré y caminaré en (medio) de ellos” (cf. Lv 26,12).

La edificación del santo cuerpo de la Iglesia

Pero ahora mientras todavía no somos todos perfectos, sino que aún estamos en los pecados (cf. Flp 3,15; Rm 5,8), está sólo en parte en nosotros y por eso “parcial es nuestro conocimiento y parcial nuestra profecía” (1 Co 13,9), hasta que merezcamos llegar a aquella medida de la que dice el Apóstol: “Pero ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Ga 2,20). Por tanto, en parte, como dice el Apóstol, ahora somos sus miembros (cf. 1 Co 12,27) y parcialmente somos sus huesos.

Pero cuando “sean unidos los huesos a los huesos y las junturas a las junturas” (cf. Ez 37,7. 8), conforme a lo que dijimos más arriba, entonces también se dirá sobre nosotros aquella (palabra) profética: «Todos mis huesos dicen: “¿Señor, quién como tú?”» (Sal 34 [35],10). Porque todos estos huesos hablan, cantan un himno y dan gracias a Dios. Porque recuerdan sus beneficios y así «todos mis huesos dicen: “¿Quién como tú, Señor? Libras al pobre de la mano del más fuerte”» (Sal 34 [35],10). Sobre estos huesos, cuando todavía están dispersos, antes que venga el que los recoge y reúne en uno (cf. Jn 11,52), también está dicha aquella (palabra) profética: “Nuestros huesos están dispersos cerca del infierno” (Sal 140 [141],7). Y puesto que estaban dispersos, por eso se dice por otro profeta: “Debe unirse el hueso al hueso, la juntura a la juntura, y los nervios, las venas y la piel” (cf. Ez 37,7. 8). Porque cuando esto se realice, entonces «todos esos (huesos) dirán: “¿Señor, quién como tú? Libras al pobre de la mano del más fuerte”». Porque cada hueso de esos huesos era débil y quebrantado por la mano del más fuerte. No tenía, en efecto, la juntura de la caridad, ni los nervios de la paciencia, ni las venas del espíritu vital, (ni) el vigor de la fe. Pero cuando vino el que reuniría lo disperso y juntaría lo disociado, asociando hueso con hueso y juntura con juntura, comenzó a edificar el santo cuerpo de la Iglesia.

Revestirse del hombre nuevo

Se ha llegado a consideraciones ciertamente extrínsecas a (nuestra) cuestión, pero era necesaria la explicación, para que se hiciera manifiesto el ingreso en el santuario de mi pontífice, que no bebe vino en tanto que cumple con el sacerdocio. Sin embargo, después de esto bebe vino, pero el vino nuevo; y “el vino nuevo en el cielo nuevo y en la tierra nueva; y hombre nuevo con hombres nuevos, y con ésos que le cantan el cántico nuevo” (cf. Mt 9,17; 2 P 3,13; Ef 2,15; Ap 5,9). Ves, por tanto, por qué es imposible que la nueva copa de la nueva vid sea bebida por quien todavía “está revestido del hombre viejo con sus actos” (cf. Col 3,9). “Porque nadie, dice (el Señor), pone vino nuevo en odres viejos” (Mt 9,17). Por consiguiente, si tú también quieres beber de este vino nuevo, renuévate y di: “Incluso si nuestro hombre exterior se corrompe, el que está en el interior se renueva día tras día” (2 Co 4,16). Y sobre esto sin duda es suficiente lo dicho.



[1] Lit.: no omitamos (non omittamus).

[2] Videbitur ese.

[3] “Ut omnes motus atque omnia opera secundum ipsius habeat voluntatem”; otra traducción: para tener todos los movimientos y todos los actos en su voluntad.