OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (373)

La traición de Judas

1405-1410

Utrecht, Holanda

Orígenes, Dieciséis homilías sobre el Levítico

Homilía VII: La prohibición de beber vino y bebidas fermentadas a Aarón y sus hijos cuando ofician en la carpa del encuentro

El vino nuevo que beberemos con Jesucristo

2. Por consiguiente, si hemos comprendido qué sea la ebriedad de los santos, y de qué modo se les da en promesa para su alegría[1], veamos ahora de qué forma nuestro Salvador no bebe vino hasta cuando beberá aquel vino nuevo con los santos en el reino de Dios (cf. Mt 26,29).

Mi Salvador, también ahora, llora mis pecados. Mi Salvador no puede alegrarse, mientras yo permanezco en la iniquidad. ¿Por qué no puede? Porque Él mismo “es el abogado por nuestros pecados ante el Padre”, como lo afirma Juan, su iniciado en los misterios[2], diciendo: “Y si alguien peca, tenemos un abogado junto al Padre, Jesucristo el Justo; y Él mismo es la víctima propiciatoria por nuestros pecados” (1 Jn 2,1-2). ¿Cómo, por tanto, puede Aquél, que es el abogado por mis pecados, beber el vino de la alegría cuando yo lo entristezco pecando? ¿Cómo puede Éste, que accede al altar (cf. Lv 10,9) como víctima propiciatoria por mí, pecador, estar en la alegría cuando siempre sube hacia Él la tristeza de mis pecados? “Con ustedes, dice, lo beberé en el reino de mi Padre” (cf. Mt 26,29). Hasta tanto no obremos de modo que podamos ascender al reino, Él no puede beber solo ese vino, que prometió beber con nosotros. Está, por ende, en la tristeza, mientras que nosotros persistimos en el error. Porque si su mismo Apóstol “llora por algunos que antes pecaron y no hicieron penitencia por sus acciones” (cf. 2 Co 12,21), qué decir sobre Él, que es llamado “Hijo del amor” (cf. Col 1,13), que se entregó[3] a sí mismo (cf. Flp 2,7) por el amor que tenía hacia nosotros y no buscó su provecho (cf. 1 Co 13,5), aunque era igual a Dios, sino que buscó nuestro bien, y por eso se vació a sí mismo (cf. Flp 2,6-7). Cuando, por tanto, así buscó muestro bien, ¿ahora ya no nos busca, ni piensa en nuestras cosas, ni se entristece por nuestros errores, ni llora nuestras equivocaciones y ofensas, Él que lloró sobre Jerusalén y le dijo: “Cuántas veces quise reunir a tus hijos como la gallina reúne a sus polluelos, y no quisiste” (Mt Mt 23,37)? Por tanto, quien recibió nuestras heridas y por nosotros sufrió como médico de las almas y los cuerpos, ¿descuida ahora la infección de nuestras heridas? Porque como dice el profeta: “Infectadas y corrompidas están nuestras cicatrices, a causa de nuestra necedad” (Sal 37 [38],5).

Jesucristo desea beber con nosotros el vino de la alegría en el reino de Dios

Por eso, entonces, “ahora está presente ante el rostro de Dios intercediendo por nosotros” (cf. Hb 9,24; 7,25); está delante del altar para ofrecer a Dios por nosotros una víctima propiciatoria; y por ello cuando se acercaba a ese altar, decía: “Porque ya no beberé del fruto de esta vid, hasta que beba con ustedes el (vino) nuevo” (cf. Mt 26,29). Espera, por tanto, que nos convirtamos, que imitemos su mismo ejemplo, que sigamos sus huellas, para que Él también se alegre con nosotros y beba el vino con nosotros en el reino de su Padre. Ahora, puesto que “el Señor es misericordioso y compasivo” (cf. Sal 102 [103],8), con mayor afecto que su Apóstol, Él mismo “llora con los que lloran y quiere alegrarse con los que se alegran” (cf. Rm 12,15). Y mucho más, “Él mismo llora por los que antes pecaron y no hicieron penitencia” (cf. 2 Co 12,21). Porque no hay que pensar que Pablo se aflija por los pecadores llore por quienes delinquen, pero que mi Señor Jesús se abstiene de llorar cuando accede al Padre, cuando está ante el altar y ofrece por nosotros una víctima propiciatoria; es decir, que accediendo al altar no bebe el vino de la alegría, porque todavía sufre la amargura de nuestros pecados. No quiere, por consiguiente, beber solo el vino en el reino de Dios; nos espera; puesto que así dice: “Hasta que lo beba con ustedes” (cf. Mt 26,29). Somos nosotros, entonces, quienes con la negligencia de nuestra vida retrasamos su alegría.

Por nuestra culpa la obra de Cristo aún no ha sido consumada

Nos espera para beber el fruto de esa vid. ¿Qué vid? Aquella de la cual Él mismo era figura: “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos” (Jn 15,5). De donde también dice: “Mi sangre es verdadera bebida, y mi carne es verdadera comida” (Jn 6,55). Porque verdaderamente “lavó en la sangre de la uva su vestidura” (cf. Gn 49,11). ¿Qué significa esto? Espera la alegría. ¿Cuándo la espera? “Cuando haya consumado, dice, tu obra” (cf. Jn 17,4). ¿Cuándo consuma esta obra? Cuando a mí, que soy el último y el peor de todos los pecadores, me haya consumado y (hecho) perfecto, entonces habrá consumado su obra; porque ahora todavía su obra es imperfecta, mientras yo permanezco imperfecto. En consecuencia, todavía yo no estoy sometido al Padre, ni Él puede decir que está sometido al Padre (cf. 1 Co 15,28). No porque Él mismo carezca de la sumisión al Padre, sino que (es) por mi causa que su obra aún no ha sido consumada, que dice no estar sometido; puesto que así lo leemos: “Somos el cuerpo de Cristo y sus miembros en parte[4]” (cf. 1 Co 12,27).

La perfecta sumisión

Pero veamos qué es lo que significa “en parte”. Yo ahora, por ejemplo, estoy sometido a Dios según el espíritu, esto es, en intención[5] y voluntad; pero en tanto que en mí “la carne deseas contra el espíritu y el espíritu contra la carne” (Ga 5,17), y que todavía no puedo someter la carne al espíritu, ciertamente estoy sometido a Dios, pero no completamente, sino “en parte”. En cambio, si también puedo arrastrar mi carne y todos mis miembros a (estar) en consonancia con el espíritu, entonces apareceré perfectamente sometido.

Si has comprendido qué sea estar sometido en parte y qué estarlo íntegramente, vuelve ahora a lo que propusimos sobre la sumisión al Señor, y observa que puesto que está dicho que todos somos su cuerpo y sus miembros, mientras haya algunos de entre nosotros que todavía no se han sometido con una sumisión perfecta, se dice que Él mismo no está sometido. Pero cuando haya consumado su obra y conducido toda su creación a la suma perfección, entonces se dice que Él mismo se someterá en ésos que habrá sometido al Padre (cf. 1 Co 15,28), y en quienes “consumará la obra que le dio el Padre, para que Dios sea todo en todos” (cf. Jn 17,4; 1 Co 15,28).

En qué sentido Cristo no bebió vino y en qué sentido sí lo hizo

Pero, ¿hacia qué apuntan estas consideraciones? A hacernos comprender lo que más arriba tratamos: de qué modo no bebe vino o de qué modo bebe. Bebe antes de entrar en el tabernáculo, antes de acceder al altar (cf. Lv 10,9); pero no bebe ahora, porque está ante el altar y llora mis pecados; y de nuevo beberá después, cuando todas las cosas le serán sometidas, todos salvados y destruida la muerte del pecado (cf. 1 Co 15,28. 26; Rm 6,6), ya no será más necesario ofrecer víctimas por el pecado (cf. Lv 6,30). Porque entonces será la alegría y entonces “exultarán los huesos humillados” (Sal 50 [51],10), y se cumplirá aquello que está escrito: “Se retirarán el dolor, la tristeza y los gemidos” (Is 35,10).



[1] Lit.: para alegría de los santos (pro laetitia sanctis).

[2] Otra traducción: su íntimo. El vocablo latino utilizado por Rufino es: symmista; en latín symmysta es el sacerdote iniciado en los misterios. Pero posiblemente se trata aquí de una transliteración del término griego proveniente del verbo symmísgo: unirse con.

[3] Lit.: vació, despojó (exinanivit).

[4] Corpus sumus Christi et membra ex parte. El texto griego lee: “y miembros en parte (lit.: de una parte)”. Otra traducción podría ser: “y cada cual, uno de sus miembros”.

[5] O: propósito (propositum).