OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (370)

La incredulidad de Tomás

1279

Salterio

Francia

Orígenes, Dieciséis homilías sobre el Levítico

Homilía VI: Sobre las vestimentas del pontífice y de los sacerdotes

Los dos cíngulos

4. “Y le ciñó, dice (la Escritura), según la forma del humeral” (Lv 8,7). Ya más arriba también dijo que le ciñó un cinturón sobre la túnica, y de nuevo que fue ceñido “según la forma del humeral” (cf. Lv 8,7). ¿Qué es este doble cíngulo, con el que se quiere que el pontífice esté ceñido por todas partes? Que sea reservado en la palabra, reservado en la acción, pronto para todo, en nada remiso, que nada disoluto tenga. Que esté ceñido con las virtudes del alma, que esté ceñido de los vicios corporales, sin ninguna falta del alma, que nada del cuerpo tema, que utilice siempre uno y otro cíngulo, “para que sea casto en el cuerpo y en el espíritu” (cf. 1 Co7,34). Y también (es) bueno que esté ceñido según la forma del humeral. Porque según sus acciones y según sus obras usará el cíngulo de la virtud.

El pectoral

Y después de esto dice: “Impuso sobre él el pectoral (logium) -que es el racional- e impuso sobre el pectoral la manifestación y la verdad; e impuso sobre su cabeza la mitra” (Lv 8,8-9). Pero veamos qué significa el logium, qué es el racional. Después que es cubierta (su) desnudez y ocultada con la vestimenta (su) vergüenza, después de fortalecerse con las obras y ser afirmado con uno y otro cíngulo, entonces se le entrega el logium, esto es el racional. Logium es el signo de la sabiduría, porque la sabiduría se funda sobre la razón. Pero cuál sea el poder de esa sabiduría y razón, lo muestra (en lo que sigue).

Sentido espiritual de la imposición sobre el pectoral de “la manifestación y la verdad” 

En efecto, “impone sobre el racional la manifestación y la verdad” (Lv 8,8-9). Porque no es suficiente que el pontífice tenga sabiduría y sepa las razones de todas las cosas, sino que pueda asimismo manifestar al pueblo lo que sabe. Por eso, entonces, se le impone (sobre) el racional la manifestación, para que pueda responder a todo el que le pida una explicación de la fe y la verdad. También se impone sobre aquél la verdad, para que no afirme aquello que inventó a partir del propio ingenio, sino lo que contiene la verdad, y no se separe nunca de la verdad, para que en todas sus palabras siempre permanezca la verdad. Por tanto, esto es “poner sobre el racional la manifestación y la verdad” (Lv 8,8-9). Infelices aquellos que, (ante) esta lectura, dilapidan toda su inteligencia hacia el sentido de la vestimenta corporal; que nos digan cuál es la vestimenta de la manifestación, o cuál es el vestido de la verdad. Si alguien nunca vio, si alguien escuchó que las vestimentas son llamadas manifestación y verdad, dígannos quiénes son las mujeres que las tejieron, en qué taller de tejido han sido alguna vez confeccionadas. Pero si quieren oír lo que es verdadero: la sabiduría es la que confecciona este tipo de vestimentas. Ella teje la manifestación de las realidades ocultas, la verdad de todas las cosas. Por consiguiente, oremos al Señor para que merezcamos recibirla, y ella misma nos revestirá con tales vestimentas.

El orden en que se deben revestir las vestimentas sacerdotales

Pero también considera cómo el orden mismo de las acciones es santo y admirable. No (es) primero el pectoral y después del humeral, porque la sabiduría no precede a las obras, sino que primero se deben tener las obras y después hay que buscar la sabiduría. Entonces, en consecuencia no (está) antes la manifestación que el racional, porque no se debe enseñar a otros antes de ser nosotros (mismos) instruidos y racionales. Pero sobre esto se agrega la verdad, porque la verdad es la suma sabiduría. Y así también el profeta conserva este mismo orden cuando dice: “Siembren para ustedes según la justicia y cosechen el fruto de vida; para ser iluminados con la luz del conocimiento” (Os 10,12). Miren cómo no dice primero: “Para ser iluminados con la luz del conocimiento”, sino: “Siembren para ustedes según la justicia”, y no basta con sembrar, sino que dice: “Cosechen el fruto de la vida”, para que después de esto puedan cumplir lo que sigue: “Para que sean iluminados con la luz del conocimiento”. Así, por consiguiente, aquí se impone asimismo el adorno del humeral, y (esto) no es suficiente, sino que también es ceñido con el cinturón. Pero esto ciertamente no es suficiente; todavía se lo ciñe por segunda vez, para que así finalmente se le pueda imponer el racional, para que después de esto le siga en seguida la manifestación y la verdad (cf. Lv 8,7. 8). Estas son las vestimentas que se pone el pontífice; debe revestir tal ornato quien ejerce el sacerdocio.

El ornato de la cabeza del pontífice

5. Pero aún no termina, todavía (hay) que agregar otro ornato: es necesario que también reciba la corona. Por eso primero recibe la tiara[1], que es una especie de cobertura u ornamento de la cabeza. Y después de esto se le pone la mitra. Ante el rostro, es decir sobre la frente del pontífice, “una lámina de oro santificada” (cf. Lv 8,9), en la que se dice que está esculpido el nombre de Dios (cf. Ex 28,32. 36). Pero este ornato de la cabeza, donde se dice que está inscrito el nombre de Dios, se le impone después de todas aquellas cosas con las cuales fueron adornados los miembros inferiores del cuerpo. En lo cual me parece ver indicado que por sobre todas las cosas que, sea del mundo, sea de las demás criaturas, se pueden sentir o comprender, la más eminente, como que (es) la del Autor de todas las cosas, es la ciencia de Dios. Y porque Él mismo es la “cabeza de todas las cosas” (cf. 1 Co 11,3), por ello también ese adorno se coloca por encima de todo, en la cabeza. Y por lo mismo son miserables aquellos sobre quienes dice el Apóstol que no tienen “cabeza, de la cual todas las junturas unidas y enlazadas crecen por el incremento (que reciben) de Dios en el Espíritu” (Col 2,19).

El ejercicio del pontificado interior, en el templo de nuestra alma

Pero si comprendimos bien cuál sea el ornato del sacerdote, o cuál (es) por encima de todo el honor de su cabeza, admirando la profundidad de los misterios divinos, deseemos no sólo saber y oír, sino también cumplir y obrar, porque “no son justificados ante Dios los oyentes de la Ley, sino los que la cumplen” (Rm 2,13). Porque que tú también puedes, debes saberlo, como a menudo ya lo dijimos, si por tus estudios y vigilias te preparas vestimentas de esta clase; si la palabra de la Ley te lava y te hace puro; (si) la unción del crisma y la gracia del bautismo permanecen incontaminadas en ti; si estuvieras revestido[2]con una doble vestimenta, la de la letra y la del espíritu; si también te ciñes doblemente, para ser casto en la carne y en el espíritu; si te adornas con el humeral de las obras y con el pectoral (lit.: racional) de la sabiduría; si también la mitra y la lámina de oro (Lv 8,7 ss.), plenitud de la ciencia de Dios, coronan tu cabeza; aunque oculto entre los hombres e ignorado, sin embargo, ante Dios ejerces el pontificado dentro del templo de tu alma. “Porque ustedes son templo del Dios viviente, si el Espíritu de Dios habita en ustedes” (cf. 2 Co 6,16; 1 Co 3,16). Después de esto lo que dice sobre la consagración y la unción (cf. Lv 8,10-12), lo hemos explicado varias veces y frecuentemente.



[1] Cidaris. El vocablo hebreo correspondiente se traduce habitualmente por “turbante”.

[2] Lit.: si fueras revestido (si indutis fueris indumentis duplicibus).