OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (368)

La entrada de Jesús en Jerusalén

Siglo XV

Khizan, Armenia

Orígenes, Dieciséis homilías sobre el Levítico

Homilía VI: Sobre las vestimentas del pontífice y de los sacerdotes

Aplicarse día y noche a la meditación de la palabra de Dios

1. La causa por la que estas (lecturas), que se nos han leído, pueden ser comprendidas o no comprendidas, brevemente nos la muestra el Apóstol diciendo que “el velo del Antiguo Testamento puede ser quitado de los ojos de quien se convierte al Señor” (cf. 2 Co 3,14. 16); por donde Él quiso que se sepa que cuanto menos claras nos resulten esas (lecturas), tanto menor es nuestra conversión a Dios. Y por eso (debemos) procurar con toda (nuestra) fuerza que, libres de las ocupaciones seculares y de las acciones mundanas, y dejando, si fuera posible, también las superfluas conversaciones con los compañeros, nos apliquemos a la palabra de Dios[1] y “meditemos en su Ley día y noche” (cf. Sal 1,2); para que, convertidos de todo corazón, podamos mirar sin velo y abiertamente el rostro de Moisés (cf. 2 Co 3,7). Y sobre todo en estos (pasajes) que ahora se nos han leído, sobre las vestimentas sacerdotales o sobre la consagración de los pontífices, en los cuales lo que se dice (es) de una cualidad que aparta por completo de una compresión histórica incluso al mismo Israel según la carne[2]. Y por ello debemos esforzarnos para exponer esto no con las fuerzas del ingenio humano, sino con las oraciones y las preces presentadas ante Dios. Para lo cual también necesitamos de la ayuda de ustedes, para que Dios, el Padre del Verbo, nos dé (su) palabra para abrirnos la boca (cf. Ef 6,19), a fin de que podamos considerar las maravillas de su Ley.

Recapitulación sobre el rito de la unción

2. Por tanto, el inicio de lo que hoy se nos leyó son estas palabras: “Esta es la unción de Aarón y la unción de sus hijos (dándoles derecho) sobre los sacrificios para el Señor, el día en que los destinó para sacrificar para el Señor, como ordenó que se les diera, el día en que los ungió de entre los hijos de Israel, ley eterna para sus descendientes. Esta es la ley de los holocaustos por el pecado y por la falta, y de la consumación y del sacrificio de salvación, como lo ordenó el Señor a Moisés en el monte Sinaí, el día en que mandó a los hijos de Israel presentar sus ofrendas ante el Señor en el desierto del Sinaí” (Lv 7,25-28 [7,35-38]).

Cuando el legislador afirma su propósito: “Esta es la unción de Aarón y la unción de sus hijos” (Lv 7,25 [7,35]), no agrega cuál era (esa) unción, ni de qué modo se ungía, sino que esto lo hace en lo que sigue; pero aquí después de decir: “Esta es la unción de Aarón y la unción de sus hijos”, nada agrega sobre la unción. Ciertamente para mostrar por qué esto, que dijo más arriba, o sea “el pecho de la imposición y el hombro separado” (cf. Lv 7,24 [7,34]), constituía la unción de Aarón y sus hijos, para que no pensemos que se trata de la carne, sino para enseñar también eso mismo que está oculto bajo el sacramento de la unción. Y además en lo que sigue repite lo que había expuesto más arriba: “Esta es la ley de los holocaustos, del sacrificio y (de la víctima) por el pecado” (Lv 7,27 [7,37]). Esto, que es lo que fue expuesto más arriba, y que parece ser una anakephalaíosis, es decir una recapitulación, de los ritos[3], que en las (secciones) superiores fueron explicados más ampliamente.

Las vestimentas impuestas por Moisés a Aarón, conforme a la orden del Señor

Pero después de eso añade: «Y habló -dice- el Señor a Moisés diciendo: “Toma a Aarón y a sus hijos, las vestimentas, el aceite de la unción, el ternero para (el sacrificio) por el pecado, dos carneros y el canasto de los ázimos; y convoca toda la asamblea a la puerta del tabernáculo del testimonio”. E hizo Moisés como le había ordenado el Señor, y convocó toda la asamblea en la puerta del tabernáculo del testimonio. Y dijo Moisés a la comunidad: “Ésta es la orden que el Señor mandó realizar”. E hizo aproximar Moisés a su hermano Aarón y a su hijos, y los lavó con agua, le vistió la túnica, le ciñó con un cinturón; lo vistió con la túnica interior, le impuso el humeral, le ciñó según la hechura del humeral y se lo ató; impuso sobre él el pectoral[4], e impuso sobre el pectoral la manifestación y la verdad; colocó sobre su cabeza la mitra, y sobre la mitra puso, a su frente, la lámina de oro sagrada (y) santa, como el Señor había ordenado a Moisés” (Lv 8,1-9).

Jesucristo mismo nos lava en el sagrado bautismo

Con atentos oídos y corazón vigilante, escuchen la consagración del pontífice y sacerdote, puesto que también ustedes según la promesa de Dios son sacerdotes del Señor: “Porque ustedes son pueblo santo y sacerdotal[5]” (1 P 2,9). Recibió, dice (la Escritura), Moisés, según el precepto del Señor, a Aarón y sus hijos, y primero sin duda les lavó, después les vistió. Consideren diligentemente el orden de las palabras: primero lavó, luego vistió. En efecto, no puedes (ser) vestido si antes no fueras lavado. “Lávense, por tanto, y serán puros, y quiten de sus almas sus maldades” (Is 1,16). Porque si no fueras lavado de ese modo, no podrás revestir al Señor Jesucristo, según lo que dice el Apóstol: “Revistan al Señor Jesucristo, y no cuiden la carne para satisfacer las concupiscencias” (Rm 13,14). Por consiguiente, que el mismo Moisés te lave y te vista.

¿Cómo puede lavarte Moisés? Frecuentemente lo has escuchado. Porque a menudo los hemos dicho: Moisés en las Escrituras santas representa la Ley, como se dice en el Evangelio: “Tienen a Moisés y a los profetas, que los escuchen” (Lc 16,29). Por consiguiente, es la Ley de Dios la que te lava, ella misma limpia tus impurezas; ella misma, si la escuchas, lava las manchas de tus pecados; es éste mismo Moisés, es decir la Ley, el que consagra a los sacerdotes; (y) no puede haber sacerdote a quien la Ley no haya constituido sacerdotes. Porque muchos son los sacerdotes, pero a los que no lava la Ley, que la palabra de Dios no hace puros y que la palabra divina no limpia de las manchas de los pecados.

Necesidad de la conversión para recibir el Espíritu Santo. La unidad de los dos Testamentos

Pero también ustedes, que desean recibir el sagrado bautismo y merecer la gracia del Espíritu, primero deben ser purificados por la Ley, primero deben escuchar la palabra de Dios, cortar los vicios naturales y reformar las costumbres bárbaras y feroces, para que, recibidas la mansedumbre y la humildad, también puedan dar cabida a la gracia del Espíritu Santo. Porque así dice el Señor por el profeta: “¿Sobre quién reposaré sino sobre el humilde, el pacífico[6] y el que tiembla ante mis palabras?” (Is 66,1. 2). Si no fueras humilde y pacífico, no puede habitar en ti la gracia del Espíritu Santo, si no recibes con temblor las palabras divinas. Porque el Espíritu Santo huye el alma soberbia, contumaz e hipócrita. Por tanto, primero debes meditar la Ley de Dios para que, si tus acciones fueran inmoderadas y tus costumbres desordenadas, la Ley de Dios te enmiende y te corrija. ¿Quieres ver por qué Moisés está siempre con Jesús, esto es la Ley con los Evangelios? Que te enseñe el Evangelio, puesto que cuando Jesús se transfiguró en gloria, también Moisés y Elías aparecieron en gloria junto con Él (cf. Mc 9,2 ss.), para que sepas por qué la Ley, los profetas y el Evangelio vienen siempre juntos y permanecen en una (sola) gloria. En fin, también Pedro, cuando quiso hacer tres carpas, es tachado de ignorante, como no sabiendo lo que decía. Porque la Ley, los profetas y el Evangelio no son tres, sino una sola carpa, que es la Iglesia de Dios.

Las vestiduras de vida

Por consiguiente, Moisés primero lavó al sacerdote del Señor, y cuando lo hubo lavado y purificado de las impurezas de los vicios, entonces después lo vistió. Pero consideremos cuáles son esas vestimentas con las que Moisés vistió a su hermano, primer pontífice; tal vez, sea posible que tú también te vistas con esas vestimentas y seas pontífice. Hay ciertamente un pontífice magno, nuestro Señor Jesucristo, pero Él no es pontífice de los sacerdotes, sino pontífice de los pontífices, ni príncipe de los sacerdotes, sino príncipe de los príncipes de los sacerdotes, como asimismo no se (le) dice rey del pueblo, sino rey de reyes, y Señor no de los servidores, sino Señor de los señores (cf. 1 Tm 6,15). Puede, por tanto, suceder que si tú también fueras lavado por Moisés, y fueras purificado así como aquél fue lavado por el ilustre Moisés, incluso puedas llegar a esas vestimentas que presenta Moisés, y a esas ropas con las con que vistió a su hermano Aarón y a sus hijos. Pero no sólo vestimentas se necesitan para las funciones sacerdotales, sino también cíngulos.

Pero antes de comenzar a hablar sobre esta clase de vestimentas, quiero comparar aquellas ropas infelices, con las que el primer hombre fue vestido cuando pecó, con éstas vestimentas santas y de fidelidad. Y en verdad se dice sobre aquellas que Dios las hizo: “Porque Dios hizo, dice (la Escritura), túnicas de piel, y los vistió” (Gn 3,21). Por consiguiente, aquellas túnicas de piel fueran tomadas de animales. Convenía, en efecto, que el pecador fuera vestido con ésas túnicas de piel -dice (la Escritura)-, que eran (signo) de la mortalidad, que por el pecado había obtenido, y de su fragilidad, que provenía de la corrupción de la carne. Pero si ya te has lavado de eso y purificado por la Ley de Dios, Moisés te vestirá con la vestimenta de la incorrupción, para que nunca “aparezca tu vergüenza” (cf. Ex 20,26) y para que “eso que es mortal sea absorbido por la vida” (cf. 2 Co 5,4).



[1] Verbo Dei operam demus.

[2] Lit.: carnal (carnalem Istrahel).

[3] Sacramentorum.

[4] Logium.

[5] O: y un sacerdocio (et sacerdotium).

[6] O: manso, dulce (quietus).