OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (366)

El retorno del hijo menor

1461

Hainaut, Bélgica

Orígenes, Dieciséis homilías sobre el Levítico

Homilía V: Sobre el sacrificio por el pecado y por la falta. El sacrificio de salvación

Normas de pureza e impureza

10. “Y cualquier carne que hubiera tocado algo impuro[1], no se la comerá, sino que será cremada. Todo el que (esté) puro, comerá la carne[2]; y cualquier persona que coma la carne del sacrificio de salvación, que es para el Señor, y tuviera impureza en sí, esa persona será separada[3] de su pueblo. Y cualquier persona que toque algo impuro, o impureza del hombre, o un cuadrúpedo impuro, o cualquier abominación impura, y coma la carne del sacrificio de salvación, que es para el Señor, esa persona será separada de su pueblo” (Lv 7,9-11 [7,19-21]).

El legislador ha expuesto aquí tres causas de impureza. Una, que la carne de los sacrificios sea tocada por algo impuro. Otra, el que come la carne del sacrificio está impuro y tiene su impureza en sí mismo. La tercera, que aunque la carne esté pura y también el que la come esté puro, sin embargo toquen algo impuro, o del ganado, o de las aves o de cualquier cosa que es declarada impura. Y esta es sin duda la voluntad de la Ley en (sus) prescripciones sobre los ritos de sacrificios corporales.

La impureza que consiste en negar la resurrección de Cristo

Conforme al orden de nuestra exposición, en la que la carne santa se entiende como la palabra divina, hay que hacer esta observación: sucede con frecuencia que la carne pura es tocada por algo impuro. Pongamos un ejemplo: si alguien hace un sermón puro y sincero sobre Dios Padre, sobre su Unigénito y el Espíritu Santo, misterio digno de la Divinidad, y de manera semejante, sobre todas las criaturas racionales en tanto que hechas por Dios, para recibirlo y comprenderlo; pero no afirma también el misterio consecuente: la resurrección de la carne; ciertamente en su primer sermón diserta perfecta y santamente, es un alimento sólido (cf. Hb 5,14), es una carne santa. Pero eso que agrega, negando la resurrección de la carne, es algo ajeno a la fe, que se añade a las palabras precedentes, perfectas y fieles, que contamina y mancha la carne santa. Por ello el legislador ordena no comer de esta carne, a la que se ha unido la impureza de algunas infidelidades. Por eso también dice el Apóstol: “Porque celebramos el día de fiesta no con la levadura antigua, ni con la levadura de la maldad y de la perversidad, sino con los ázimos de la sinceridad y la verdad” (1 Co 5,8).

Sobre el segundo tipo de impureza

El segundo género de impureza es comer la carne estando impuro y teniendo la impureza en sí mismo (cf. Lv 7,10 [7,20]). Lo que puede comprenderse de este modo: si por ejemplo, alguien es de naturaleza impulsiva[4] y de carácter ardiente, no se lo verá de inmediato apto para recibir los misterios del Verbo de Dios, sino que se buscará esto: que se aparte primero de las acciones profanas y de las obras impuras, y así después se haga capaz de la instrucción, si primero fue capaz de la santidad. De modo semejante leemos que esto está escrito en (el libro) de los Números, cuando el Señor dio la carne del cielo a los hijos de Israel y dijo: “Santifíquense para mañana, para comer carne” (Nm 11,18), mostrando con esto que si primero no estaban santificados y se habían purificado, Dios no les daría carne. Pero el legislador muestra bien la clemencia del Señor, puesto que no dice que no coma carne a quien tiene una impureza, sino que dice: “En quien tenga en sí mismo su impureza” (cf. Lv 7,10 [7,20]). Porque no se encuentra casi nadie en quien no haya impureza. Pero se puede encontrar (alguien) en quien la hubo, pero después de escuchar la Ley de Dios, ya no existe. Si permanece en él su impureza y escuchado esto no quiere convertirse y enmendarse, dice (la Escritura) que “esa persona será separada de su pueblo” (Lv 7,11 [7,21]).

El tercer género de impureza

La tercera especie de impureza es la de quien siendo puro toca algo impuro (cf. Lv 7,11 [7,21]), y no se mancha tanto por su pecado cuanto por un contacto exterior. Como si por ejemplo, alguien se asocia por amistad y por la cercanía con un hombre envidioso o iracundo o adúltero, y él mismo ciertamente no participa con sus propias acciones en los crímenes de (ese) hombre, pero ve y comprende cómo odia a su hermano y es un homicida (cf. 1 Jn 3,15), o cómo acecha a la mujer de otro y es un adúltero, o cómo en otras ocasiones es un sacrílego, y descubierto (esto), no se aparta de su consorcio: éste es el que toca algo impuro (cf. Lv 7,11 [7,21]), o un animal, o un ave, o un cadáver (cf. Lv 5,2), y se mancha con una impureza ajena. Pero sobre la diversidad de impurezas que pueden presentarse, ya hablamos más arriba (cf. Hom. III,3). ¿O también el Apóstol no dio una orden de la misma especie cuando dijo: “En verdad les escribí en la carta no mezclarse con alguien que es llamado fornicario, o avaro, o idólatra, o ebrio, o ladrón, con tal persona no deben comer” (1 Co 5,11). En todos estos casos qué otra cosa ordena sino no mancharnos con los pecados y las impurezas de otros?

La verdadera descendencia de Abraham

11. «Y el Señor, dice (la Escritura), habló a Moisés, diciendo: “Habla a los hijos de Israel diciéndoles: No coman todo lo que sea grasa de buey, de oveja o de cabra. Y la grasa de un cadáver o de una fiera capturada no se usará para ninguna acción, y no se usará como alimento[5]. Toda el que coma la grasa de los animales, de los que se ofrece un sacrificio al Señor, esa persona será separada de su pueblo. Y toda sangre de animales o de aves no será consumida, en cualquier lugar en que ustedes habiten. Toda persona, cualesquiera sea, que consuma sangre, será separada de su pueblo”» (Lv 7,12-17 [7,22-27]).

La grasa de esos animales que se ofrecen en sacrificio y de otros cualesquiera, el legislador prohíbe comerla o utilizarla; pero (también) proscribe consumir la sangre de toda carne. Tratamos más arriba el sentido místico del pasaje (cf. Hom. III,5) donde el ternero se ofrecía en holocausto por el pecado, y la grasa se ponía sobre el altar; con una parte de la sangre se ungían los cuernos del altar, y lo que sobraba se derramaba en la base el altar (cf. Lv 4,3-8); en estos (ritos) vimos una figura del que se llama “Resto de Israel”, que después de “la entrada de la totalidad de los gentiles” (cf. Is 10,20; Rm 11,25), espera la salvación en los últimos días. Pero de la grasa dijimos que (figuraba) el alma de Cristo, que es la Iglesia “de sus amigos, por quienes entrega su vida[6]” (cf. Jn 15,13). Por consiguiente, también es posible que en este lugar, en que se manda no comer la grasa de las víctimas que se ofrecen al Señor, se relacione con aquello mismo que dice el Señor[7]: “Que nadie escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí” (Mt 18,6). Y la orden de no consumir la sangre de ningún animal, tal vez corresponde a aquello que afirma el Apóstol sobre los israelitas: «Por tanto, tú dices: “Si las ramas fueron quebradas, (fue) para que yo fuera insertado”. Muy bien, por su incredulidad fueron quebradas. En cambio, tú estás por la fe. No te envanezcas[8], sino teme» (Rm 11,19-20). Y también: “No te gloríes contra las ramas” (Rm 11,18); es claro (que lo dice) para que nadie insulte la falta de ellos; no sea que, como igualmente lo dice el Apóstol: “También tú seas cortado y ellos, sino persisten en la incredulidad, sean insertados” (Rm 11, 22. 23). Pero de la sangre creo que se debe entender a ése pueblo. Porque no desciende ni de la fe ni del espíritu de Abraham, sino sólo de la sangre.



[1] Lit.: inmundo (immundus).

[2] Se refiere evidentemente a la carne pura (cf. SCh 286, p. 249, nota 1).

[3] Lit.: cortada (peribit).

[4] Florentis: floreciente.

[5] Lit.: no se comerá como comida (in esca non edetur).

[6] Lit.: anima.

[7] “… hoc sit quod et Dominus dicit”.

[8] Altum sapere.