OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (363)

Jesús tentado por Satanás

Siglo XII

Salterio

St. Alban’s Abbey, Inglaterra

Orígenes, Dieciséis homilías sobre el Levítico

Homilía V: Sobre el sacrificio por el pecado y por la falta. El sacrificio de salvación

Sobre el sacrificio por la falta. Diferencia entre falta y pecado

4. “Y esta, dice (la Escritura), es la ley sobre el carnero que se ofrece por la falta, es algo muy santo. En el lugar en que se degüellan los holocaustos, también se degollará el carnero, (ofrecido) por la falta, ante el Señor” (Lv 6,31-32 [7,1-2]), y lo demás.

Parece que en las divinas Escrituras con frecuencia se denomina pecado a la falta[1] y falta al pecado indiferentemente y sin ninguna distinción. Sin embargo, en este lugar se encuentra que hay una diferencia. En efecto, cuando más arriba refería el rito del sacrificio y el orden (del sacrificio) de la víctima “por el pecado” (cf. Lv 6,24-25 [6,17-18]), ahora ordena un sacrificio separado “por el delito”; y aunque (todo) sea prescrito en el mismo orden y en la misma observancia, y que se agregue al final: “Así es el sacrificio por el pecado, así también por la falta; una sola ley para ellos” (Lv 6,37 [7,7]), sin embargo, se ha querido mostrar alguna diferencia entre estos, ordenando sacrificios distintos. Sobre lo cual yo pienso que la falta cometida es más leve que el pecado. Puesto que encontramos dicho sobre el pecado, que hay un pecado que (conduce) a la muerte (cf. 1 Jn 5,16-17); sobre la falta no leemos que se diga que (conduce) a la muerte. Con todo, conozco también aquella diferencia que ha sido manifestada por algunos sabios: hay delito cuando no hacemos lo que debemos hacer; hay pecado, cuando cometemos lo que no se debe cometer. Pero como no siempre encontramos esta distinción en las divinas Escrituras, por tanto no la podemos afirmar en general. Por ende, el sacrificio que se ofrece por la falta se debe comprender del mismo modo y conforme a la misma tradición, expuesta más arriba, que el (ofrecido) por el pecado.

Quitar la grasa de las entrañas

De forma semejante se ordena poner sobre el altar “la grasa del carnero, que está alrededor de los riñones y la que cubre las entrañas” (cf. Lv 6,33 [7,3]); para que tú, que oyes esto, sepas que todo lo que está dentro de ti es grasoso[2], cubre tus entrañas y debes ofrecerlo al fuego del altar, para que todas tus entrañas sean purificadas y digas tú también, como decía David: “Bendice alma mía al Señor, y todas mis entrañas (bendigan) su santo nombre” (Sal 102 [103],1). Porque si esa crasitud, que cubre tus entrañas, no fuera quitada, no podrán contener el sentido sutil y espiritual, ni podrán soportar la inteligencia de la sabiduría, y por ello no podrán alabar al Señor. Pero si fuera quitado todo lo que es graso de los riñones y de todas las vísceras interiores, entonces verdaderamente purificado de todo vicio de la sensualidad, degollarás una víctima por tu falta y ofrecerás a Dios un sacrificio “en olor de suavidad” (cf. Ef 5,2).

La misión de los sacerdotes es la conversión de los pecadores

“Al sacerdote, dice (la Escritura), que ofrece la víctima y hace el sacrificio de propiciación[3] por la falta, para él será (la oblación)” (Lv 6,37. 38. 35 [7,7. 8. 5]). Sepan los sacerdotes del Señor que presiden las Iglesias que se les da tener parte con aquellos  por cuyas faltas hacen la ofrenda. Pero, ¿qué es hacer la ofrenda propiciatoria por la falta? Si tomas un pecador y amonestándolo, exhortándolo, enseñándole, instruyéndolo, lo conduces a la penitencia, lo corriges del error, lo enmiendas de (sus) vicios y lo formas[4] de tal modo que, convertido, Dios le sea propicio, se dirá que (haz hecho) la ofrenda propiciatoria por la falta. Por tanto, si eres un tal sacerdote y tal fuera tu doctrina y tu palabra, a ti se te dará la parte de aquellos que corriges; el mérito de ellos es tu recompensa y la salvación de ellos tu gloria. ¿O no muestra también esto el Apóstol donde dice: “El que edificó sobre el fundamento, recibirá una recompensa” (cf. 1 Co 3,14)? Por eso, sacerdotes del Señor, comprendan dónde está la porción que se les da, dedíquense a ella y ocúpense de ella. No se impliquen en obras vanas y superfluas, sino sepan que no tendrán parte junto a Dios a no ser que hagan la ofrenda por los pecados, es decir, que conviertan a los pecadores del camino del pecado. Hay que notar asimismo que lo que se ofrece en holocausto son las entrañas; pero lo que es exterior no se ofrece al Señor. La piel no se ofrece al Señor ni se entrega para los holocaustos. Tal fue también aquel hijo de Judá, que se llamaba Her, que se traduce por piel. Por eso “era malvado, y Dios le hizo morir” (cf. Gn 38,7), porque estos hombres no son ofrecidos al Señor.

Horno, parrilla y sartén: su sentido espiritual

5. “Y todo sacrificio que se haga en el horno, y todo lo que se haga en la parrilla o en la sartén, será del mismo sacerdote que lo ofrende” (Lv 6,39 [7,9]). ¿Qué decimos? ¿Pensamos que Dios omnipotente, que desde el cielo daba los oráculos a Moisés, dio preceptos sobre el horno, la parrilla y la sartén, para que el pueblo aprenda por medio de Moisés que por estas cosas Dios le será propicio: por (las ofrendas) fritas en la sartén, cocinadas en el horno, asadas en la parrilla? No, los hijos de la Iglesia no han conocido[5] de este modo a Cristo, ni tampoco han sido instruidos así por los apóstoles sobre Él (cf. Ef 4,20-21), para recibir sobre el Señor de la majestad (cf. Sal 28 [29],3) algo tan bajo y tan vil. ¿Cómo no ver más bien, conforme al sentido espiritual que el Espíritu da a la Iglesia, lo que se debe comprender sobre ese sacrificio que se cocina en el horno, o qué (es) este horno? 

En el horno del corazón se cocina la palabra de Dios

¿Pero dónde encontraré al presente rápidamente (un pasaje) en la divina Escritura que me enseñe qué es un horno? Necesito invocar a mi Señor Jesús, para que (a mí) que busco, me haga encontrar, y (a mí) que golpeo, me abra (cf. Lc 11,10); a fin de que encuentre en las Escrituras un horno donde pueda cocinar mi sacrificio, para que Dios lo acepte. Y sin duda creo encontrarlo en el profeta Oseas, donde dice: “Todos los adúlteros (son) como un horno encendido para quemar enteramente” (Os 7,4); y de nuevo: “Se inflamaron, dice, sus corazones como un horno” (Os 7,6). Por tanto, el corazón del hombre es un horno. Pero este corazón si lo inflaman los vicios o lo enciende el diablo, no cocinará sino que se quemará enteramente[6]. En cambio, si lo abrasa el que dijo: “He venido a traer fuego a la tierra” (Lc 12,49), los panes de las Escrituras divinas y de las palabras de Dios que recibo en mi corazón no los quemo enteramente para su destrucción, sino que los cocino para el sacrificio. Y quizá se diga “cocinar en el horno” a aquellos sentidos que son interiores y ocultos, que no pueden manifestarse fácilmente a la muchedumbre; porque hay muchos (pasajes) de este género en las divinas Escrituras, como en Ezequiel en su descripción de los querubines o de Dios y su magnífica visión (cf. Ez 1 y 10). Estos (textos) si no se cocinan en el horno no pueden comerse así, ya que están crudos. Puesto que no se puede creer que haya en la especie de león un animal que en cierto modo transporte a Dios, u otro con la forma de ternero o de águila (cf. Ez 1,10). Por consiguiente, estas realidades y las que son del mismo género, no se pueden presentar crudas, sino que deben ser cocinadas en el horno del corazón.

“La canasta de la perfección”

Y así, tres son esos utensilios, en los que se dice que se deben preparar los sacrificios: el horno, la parrilla, la sartén; y creo que el horno, por su forma, significa las realidades más profundas e inenarrables que están en las divinas Escrituras. En cambio, la sartén, (los textos) que, si con frecuencia y a menudo se examinan, pueden comprenderse y explicarse; la parrilla, (los pasajes) que son manifiestos y se perciben sin ningún impedimento. Porque a menudo hemos dicho que se encuentran en las divinas Escrituras tres modos de comprensión: histórico, moral, místico; por donde entendemos que hay en ella un cuerpo, un alma y un espíritu (cf. Hom. V,1). Esta triple forma de comprensión se muestra por ese triple modo de preparar los sacrificios.

Pero también encontramos en otro lugar, esto es en esos mismo (pasajes) que sobre los sacrificios, que se dice: “Una canasta santa de perfección” (Lv 8,26), en la cual se ordena poner tres panes. ¿Ves la consonancia entre las formas de todos los misterios[7]? Canasta de perfección en la que se ordena poner tres panes, ¿qué otra cosa debemos entender sino los alimentos que las divinas Escrituras sirven a los oyentes de tres formas? ¿Quieres que también te presente ejemplos de los Evangelios de un similar (sentido) misterioso? Recordemos las palabras del Señor, donde dice que a medianoche alguien (fue a ver) a su amigo, golpeó a su puerta y dijo: “Amigo, préstame tres panes, porque ha llegado un amigo de viaje, y no tengo que ofrecerle” (Lc 11,5). En lo cual, para decirlo brevemente, la noche es el tiempo de esta vida (cf. Rm 13,2; Hom. IV,10), y los tres panes son los que se cocinan uno en el horno, otro en la sartén y el tercero en la parrilla.



[1] Delictum, que también podría traducirse, más literalmente, por delito.

[2] Crassus: grueso, grosero.

[3] El verbo latino utilizado es repropitio: hacer de nuevo favorable.

[4] Efficio: hacer, construir, hacer progresos. “Hacer de tal modo…” (Cicerón; cf. MACCHI, op. cit., p. 174).

[5] Lit.: aprendido (didicerunt).

[6] O: se incendiará.

[7] Sacramentorum.