OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (362)

La pesca milagrosa

Hacia 1327-1335

Biblia

Holkham, Inglaterra

Orígenes, Dieciséis homilías sobre el Levítico

Homilía V: Sobre el sacrificio por el pecado y por la falta. El sacrificio de salvación

El sacrificio ofrecido en presencia del Señor

3. Pero estos temas, conforme a lo que pudimos, más arriba los explicamos (cf. Hom. V,2). En cambio, ahora añadimos aquel (pasaje) que dice: “En el lugar en que se degüellan los holocaustos, allí también (se inmolarán) las víctimas por el pecado” (Lv 6,25 [6,18]). Mira qué grande es la misericordia y la benignidad de Dios: en el lugar donde se degüella aquel holocausto que se ofrece sólo a Dios, allí también se ordena inmolar la víctima por el pecado. Evidentemente para que se comprenda que el que peca y hace penitencia, “convirtiéndose a Dios” (cf. 1 Ts 1,9), y degüella la víctima con “espíritu afligido” (cf. Sal 50 [51],19), ya está en un lugar santo y participa en aquello que pertenece a Dios. Por tanto, la víctima por el pecado se inmola allí donde también (es ofrecido) el holocausto: “en presencia, dice (la Escritura), del Señor” (cf. Lv 6,25 [6,18]). Es muy probable que el sacrificio (pueda) ofrecerse en presencia del Señor y no ofrecerse en presencia del Señor. ¿Quién es, por ende, el que lo ofrece en presencia del Señor? Aquél, opino, que no se retira del la presencia del Señor, como Caín, lleno de temor y temblor (cf. Gn 4,16. 14). Por tanto, si hay alguien que tiene confianza para estar en la presencia del Señor, y no huye de su rostro ni aparta de su vista la conciencia de pecado, éste ofrece un sacrificio en presencia del Señor. Esta víctima que se ofrece por los pecados es llamada “muy santa” (cf. Lv 62,5 [6,18]). 

Jesucristo cargo sobre sí nuestros pecados, y como un fuego los consumió y los destruyó

La palabra tiene un significado más audaz, si es que la atención de ustedes también me sigue. ¿Cuál es la víctima ofrecida por los pecados y muy santa, sino el Hijo único de Dios (cf. Jn 3,18), mi Señor Jesucristo? Sólo Él mismo es víctima por los pecados y Él mismo es víctima muy santa. Pero lo que se agrega: “El sacerdote que la ofrece, la comerá” (Lv 6,26 [6,19]), parece difícil de comprender. En efecto, lo que se dice que (hay) que comer aparenta referirse al pecado; como también en otro lugar dice el profeta sobre los sacerdotes: “Comerán los pecados de mi pueblo” (Os 4,8). Por donde también aquí muestra que el sacerdote debe comer el pecado del oferente. A menudo mostramos, a partir de las divinas Escrituras, que Cristo es asimismo víctima, que se ofrece por los pecados del mundo, y sacerdote, que ofrece la víctima; lo cual el Apóstol lo explica con una sentencia, cuando dice: “Se ofreció a sí mismo a Dios” (Hb 9,14). Es, entonces, éste sacerdote quien come y consume los pecados del pueblo, sobre el cual se dice: “Tú eres sacerdote eterno según el orden de Melquisedec” (Sal 109 [110],4). Por tanto, mi Salvador y Señor come los pecados del pueblo. ¿Cómo come los pecados del pueblo? Oye lo que está escrito: “Nuestro Dios, dice (la Escritura), es un fuego devorador” (Dt 4,24). ¿Qué consume Dios que es fuego? ¿Seremos acaso tan ineptos para pensar que Dios, que es fuego, consume leña o rastrojo o heno (cf. 1 Co 3,12)? No, Dios que es fuego consume los pecados humanos, los destruye, los devora, los purifica, según lo que también dice en otra parte: “Y te purificaré con el fuego para purificarte” (Is 1,25). Esto es comer el pecado de quien ofrece un sacrificio por el pecado. Porque “Él mismo tomó sobre sí nuestros pecados” (cf. Mt 8,17), y en sí mismo, como un fuego, los comió y los destruyó. Así entonces, en sentido contrario, se dice que la muerte devora a quienes permanecen en sus pecados, como está escrito: “La muerte, prevaleciendo, los devorará” (cf. Sal 48 [49],15). Pienso que esto es lo que decía el Salvador en el Evangelio: “Fuego he venido a traer a la tierra, y como querría que estuviera ardiendo” (Lc 12,49). Y ojalá que mi tierra estuviera abrasada por el fuego divino, para que ya no produzca más espinas y abrojos (cf. Gn 3,18). Así debes comprender también aquello que está escrito: “El fuego se ha encendido por mi ira, devorará la tierra y sus frutos” (Dt 32,22).

El ministerio de los sacerdotes de la Iglesia

La Ley, por tanto, dice: “El sacerdote que ofrece (la víctima), la comerá en el lugar santo, en el atrio del tabernáculo del testimonio” (Lv 6,26 [6,19]). Porque es consecuente que, conforme a la imagen de Aquél que dio el sacerdocio a la Iglesia, también los ministros y los sacerdotes de la Iglesia reciban los pecados del pueblo y que ellos mismos, imitando al Maestro, distribuyan la remisión de los pecados al pueblo. Por consiguiente, también deben ser, esos mismos sacerdotes de la Iglesia, de tal modo perfectos y eruditos en los oficios sacerdotales, que consuman los pecados del pueblo en un lugar santo, en el atrio del tabernáculo del testimonio, no pecando ellos mismos.

Sobre el lugar santo

¿Qué significa “comer el pecado en el lugar santo” (cf. Os 4,8)? Era un lugar santo aquel al que llegó Moisés, según lo que le fue dicho: “Porque este lugar en que estás es una tierra santa” (Ex 3,5). De modo semejante, en consecuencia, también en la Iglesia de Dios hay un lugar santo: “La fe perfecta, la caridad de un corazón puro y la buena conciencia” (cf. 1 Tm 1,5). Quien persevera en ellas en la Iglesia, sepa que se mantiene en un lugar santo. Puesto que no es sobre la tierra que se debe buscar un lugar santo, a la cual fue dada de una vez para siempre la sentencia de Dios, que dijo: “Maldita la tierra en tus trabajos” (Gn 3,17). Por consiguiente, la fe íntegra y la santa conducta[1] es el lugar santo.

Condiciones para el acceso al atrio del tabernáculo del testimonio

Y así, puesto en ese lugar, el sacerdote de la Iglesia come los pecados del pueblo, para que, degollando la víctima de la palabra de Dios y ofreciendo las víctimas de “la sana doctrina” (cf. 1 Tm 1,10), purifique de (sus) pecados las conciencias de los oyentes. Por tanto, el sacerdote come las carnes de los sacrificios “en el atrio del tabernáculo del testimonio” (cf. Lv 6,26 [6,19]), cuando puede comprender cuál sea la razón de estos (mandatos), o los misterios que se describen sobre el atrio del tabernáculo del testimonio. Porque a este atrio secreto y recóndito nadie accede, a nadie está abierto, sino a los sacerdotes. Sin embargo, les está abierto, si por su ciencia y comprensión mística pudieron penetrar sus secretos.

Las doctrinas abiertas a los levitas y los laicos

Pero también sé que hay otras doctrinas más secretas en la Iglesia, a las que ni a los mismos sacerdotes les está permitido llegar. Digo, allí donde está escondida el arca, la urna del maná y las tablas de la alianza (cf. Hb 9,4). Allí ciertamente ni a los mismos sacerdotes se les da acceso, sino sólo al único pontífice, y a éste “una vez al año” (cf. Hb 9,7), y se le concede entrar en lo secreto después de determinadas y misteriosas purificaciones. 

Hay asimismo otras doctrinas de la Iglesia a las cuales pueden acceder incluso los levitas, pero son inferiores a aquellas a las que se concede el acceso a los sacerdotes.

También sé que hay otras a las que pueden acceder incluso los hijos de Israel, esto es los laicos; sin embargo, no los extranjeros, a no ser que ya estén inscritos en la Iglesia del Señor: “Porque el egipcio entrará en la Iglesia de Dios en la tercera generación” (cf. Dt 23,8). Creo que la fe en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, en la que creen todos los que se asocian a la Iglesia, es llamada místicamente tercera generación.

La palabra de Dios siempre nos supera y nos sobrepasa

Pero hay que saber que de las víctimas que se ofrecen, aunque se les conceden a los sacerdotes para (su) alimento, sin embargo no se les concede la totalidad; sino que una parte de ellas es ofrecida a Dios y entregada al fuego del altar; para que también nosotros sepamos que si bien se nos concede aprender y conocer algunas (verdades) de las divinas Escrituras, con todo, hay algunas que se deben reservar a Dios; las cuales superan nuestra inteligencia y su sentido está por encima nuestro, no suceda que las manifestemos alterando la verdad; (es) mejor reservarlas al fuego. Y por ello también lo que sin duda se concede a los hombres para su alimento, (es) en este lugar, dentro del tabernáculo del Señor, que podemos consumirlo como conviene. Pero si hay (realidades) que están por encima de ustedes que escuchan o nos superan a los que hablamos, reservémoslas para el fuego del altar, como la parte que se ordena ofrecer por el pecado sobre el altar del Señor.



[1] Conversatio.