OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (361)

Jesús en la sinagoga de Nazaret

1030-1050

Evangeliario

Echternach, Luxemburgo

Orígenes, Dieciséis homilías sobre el Levítico

Homilía V: Sobre el sacrificio por el pecado y por la falta. El sacrificio de salvación

Sobre lo que está escrito: “Esta (es) la ley (del sacrificio) por el pecado; en el lugar en que se degüellan los holocaustos, también se matará la víctima por el pecado” (cf. Lv 6,25 [6,18]), y lo demás.

La ley de sacrificio por el pecado

1. «Y el Señor habló a Moisés diciendo: “Habla a Aarón y a sus hijos diciéndoles: Esta es la ley (del sacrificio) por el pecado; en el lugar en que se degüellan los holocaustos, también se matará a la víctima por el pecado contra el Señor; es algo muy santo. El sacerdote que la ofrece comerá de ella, la comerá en el lugar santo, en el atrio del tabernáculo del testimonio. Todo el que toque su carne, será santificado; y quienquiera que fuere salpicado con su sangre en su vestimenta, quienquiera que fuere manchado, también será lavado en un lugar santo. Y el recipiente de arcilla en que fue cocida (la víctima) será destruido; si fue cocinada en un recipiente de bronce, se lo limpiará restregando y se lo lavará con agua. Todo varón de entre los sacerdotes la comerá; son (realidades) muy santas ante el Señor. Y todas (las víctimas) que son (ofrecidas) por el pecado, de las cuales fuere llevada su sangre al tabernáculo del testimonio para expiar[1] en el lugar santo, no se las comerá, sino que serán quemadas en el fuego”» (Lv 6,24-30 [6,17-23]).

El verdadero judío

Todas estas (palabras), si no las recibimos en sentido diverso al que nos muestra el texto de la letra -como a menudo ya lo dijimos-, cuando se leen en la Iglesia, servirán de obstáculo y ruina para la religión cristiana, más que de exhortación e instrucción. Pero si se examina y se encuentra en qué sentido fueron dichas, y se advierte que (son) dignas de Dios (cf. Hom. IV,1), a quien las atribuye la Escritura, quien las oye será ciertamente un judío, pero no (como) aquél que lo parece, sino como el judío que lo es en lo secreto, conforme a aquella diferenciación de judíos, que distingue el Apóstol diciendo: “Porque no es judío quien lo parece, ni la circuncisión es la que se manifiesta en la carne; sino que es judío quien lo (es) en lo secreto, por la circuncisión del corazón, el que lo es en espíritu, no en la letra; el que recibe la alabanza no de los hombres, sino de Dios” (Rm 2,28-29).

Cuerpo, alma y espíritu en las Sagradas Escrituras

Fragmento griego[2]

Texto latino de Rufino

Sobre la quinta homilía sobre el Levítico, cerca del comienzo (o: en seguida del inicio):

No percibiendo la diferencia entre judaísmo visible y judaísmo espiritual, esto es, entre el judaísmo exterior y judaísmo interior (cf. Rm 2,28-29), los ateos e impíos herejes de inmediato se apartaron del judaísmo y del Dios que nos dio estas Escrituras, y modelaron (o: inventaron) otro Dios, diferente al Dios que nos dio la Ley y al [Dios] de los profetas, diferente al que hizo el cielo y la tierra (cf. Gn 1,1). Pero esto no es así, sino que el que dio la Ley, también dio el Evangelio; el que hizo las realidades visibles, hizo también las invisibles (cf. Col 1,16; 2 Co 4,18). Y las realidades visibles son semejantes a las invisibles, semejantes del mismo que las realidades invisibles de Dios, desde la creación del mundo, son percibidas claramente por la inteligencia gracias a las cosas creadas (cf. Rm 1,20). Las realidades visibles de la Ley y de los profetas son semejantes a las que no se ven, pero que se comprenden por la inteligencia en la Ley y en los profetas. Por tanto, ya que la Escritura misma también ha sido constituida así, como un cuerpo que ciertamente se ve, un alma que se comprende y que se encuentra[3] en el cuerpo, y un espíritu según los modelos y la sombra de las realidades celestiales (cf. Hb 8,5), presenta nuestra invocación al que hizo para la Escritura un cuerpo, un alma y un espíritu. Un cuerpo para los que nos precedieron; un alma para nosotros; un espíritu para quienes en el siglo futuro heredarán la vida eterna (cf. Mt 19,29), y llegarán a las futuras realidades celestiales y verdaderas de la Ley. En el momento presente, busquemos no la letra, sino el alma; pero si somos capaces, subiremos también hasta el espíritu, comprendiendo (el sentido) de los sacrificios, según la palabra (que se nos ha leído).

 

 

No comprendiendo la diferencia entre el judío visible y el judío invisible, los herejes impíos no sólo se alejaron de estas Escrituras, sino de Dios mismo, que dio esta Ley y las divinas Escrituras a los hombres; y se forjaron otro Dios que el que hizo el cielo y la tierra (cf. Gn 1,1), cuando ciertamente la verdad de la fe retiene que el Dios de la Ley y de los Evangelios es uno y el mismo, creador de las cosas visibles e invisibles (cf. 2 Co 4,18); porque también las cosas visibles conservan un gran semejanza con las invisibles, de tal modo que el Apóstol dice que “las realidades invisibles de Dios, desde la creación del mundo, por medio de las cosas que fueron creadas, son percibidas por la inteligencia” (Rm 1,20). Por tanto, así como hay un parentesco entre las cosas visibles e invisibles, tierra y cielo, alma y carne, cuerpo y espíritu, y de estas conjunciones resulta este mundo, así también hay que creer que la santa Escritura consta de realidades visibles e invisibles, a saber, como de un cuerpo, esto es, el de la letra que se ve; de un alma, el sentido que se encuentra dentro de la misma letra; y de un espíritu, porque también contiene en sí las realidades celestiales; como dice el Apóstol: “Están al servicio (de lo que es) copia y sombra de las realidades celestiales” (Hb 8,5).

Por tanto, como esto es así, invoquemos a Dios, que ha hecho el alma, el cuerpo y el espíritu de la Escritura; el cuerpo, para esos que existieron antes que nosotros; el alma, para nosotros; el espíritu, para esos que “en el futuro conseguirán la heredad de la vida eterna” (cf. Mt 19,29; Lc 18,30. 18), por la cual llegarán a los reinos celestiales; por ahora busquemos el alma de la Ley, de la que hemos hablado, mientras dura el momento presente. Pero no sé si también podemos ascender hasta su espíritu, en esto que sobre los sacrificios se nos ha leído.

 

Porque debemos sobre el judío, que dijimos que lo es “en lo secreto” (cf. Rm 2,29), puesto ya que mostramos que no en la carne sino en el corazón está circuncidado, mostrar también por qué sacrifica no en la carne sino en el corazón, y por qué come de los sacrificios no en la carne, sino en el espíritu.

Sólo Moisés era amigo de Dios

2. Pero veamos ya cuáles son esas mismas cosas que se refieren en la Ley: «Y habló, dice, Dios a Moisés diciéndole: “Habla a Aarón y sus hijos diciéndoles: Esta es la ley (del sacrificio) por el pecado”» (Lv 6,24-25 [6,17-18]), y lo demás que al presente se ha leído. Recuerdo haber dicho ya antes que la Ley no siempre se da a las mismas personas, sino que en una ocasión se dirige a los hijos de Israel, en otra a los hijos de Aarón, en otra, como ya lo observamos hace poco, a Moisés y Aarón. Hay también otra ley que se da sólo a Moisés, de modo que ni Aarón es hecho partícipe de esa ley. En cuanto a la diferencias y diversidades de cada una, ¿quién está tan iluminado por Dios con el don de la ciencia, que pueda disertar de modo íntegro y claro? Porque encontramos en lo que sigue un precepto del Señor dado sólo a Moisés, y que ordena que se entregue a Moisés “el pecho del carnero de perfección[4], según el mandato, dice (la Escritura), del Señor a Moisés” (Lv 8,29). De esta porción ni Aarón ni sus hijos son hechos partícipes. Y se encuentra que la ley relativa al carnero de perfección no puede llegar hasta[5] Aarón ni sus hijos, (y) mucho menos al resto de los hijos de Israel, sino sólo a Moisés, que era “amigo de Dios” (cf. Sb 7,27). ¿Pero qué necesidad hay de anticipar lo que se va a leer después? Ahora, mientras tanto, se leyó la ley promulgada para Aarón y sus hijos, “ley del pecado”, esto es la víctima que se ofrece por el pecado: “En el lugar, dice, en el que se degüellan los holocaustos, allí también se matará la víctima por el pecado, delante del Señor; son realidades muy santas” (Lv 6,25 [6,18]). Ciertamente ya muchas cosas, con la ayuda de Dios, se han dicho más arriba sobre el rito de los sacrificios conforme a la comprensión espiritual; pero también ahora, si la gracia del Señor se digna visitarnos y nos apoyan sus oraciones, añadiremos lo que nos conceda (lit.: dé) el Señor.

Sobre la diferencia entre “holocaustomata” y “holocarpoma”

Algunas de las víctimas sin duda son solamente para Dios, tanto que ningún hombre participa de ellas (cf. Lv 1); otras son para el sacerdote Aarón y sus hijos (cf. Lv 2,3); otras (son) para él mismo, sus hijos y sus hijas, de modo que también a la mujer del sacerdote se le permite comer de ellas (cf. Lv 10,14)[6]. Algunas son para los sacerdotes, sus hijos y sus hijas, pero también se les permite comer de ellas a los hijos de Israel (cf. Lv 7,9b [7,19b]). Y de aquellas víctimas de las cuales les es lícito comer a los hijos de Israel, sin duda tienen también participación los sacerdotes y los hijos de los sacerdotes. Sin embargo, no de toda víctima que come el sacerdote le será lícito comer también a los hijos de Israel. Por ende, siendo esta la diferencia de víctimas, aquella que dijimos ser sólo para Dios, que ni Moisés, ni Aarón, ni sus hijos tienen derecho a participar (de ella), la encontramos alguna vez llamada “holocaustomata”[7] (cf. Lv 1,3), otra vez llamada no holocaustomata, sino holocarpoma[8] (Lv 16,24), como si dijéramos que el todo es un fruto, a saber, aquel que se ofrece a Dios. (Esta) es, por tanto, la primera legislación sobre los sacrificios; si pusieron atención, si es que retuvieron diligentemente lo que se leyó y explicó, y no atravesaron sus oídos en vano lo dicho por nosotros o lo que se leyó de los divinos volúmenes. Por consiguiente, la primera víctima es holocaustomata, puesto que no convenía que otra víctima se nombrara en primer lugar, sino ésta, que se ofrecía a Dios omnipotente. La segunda víctima es la que se entrega a los sacerdotes para que coman de ella. La tercera, es la que pueden tocar y comer también los hijos de Israel, es decir, que les está permitido a esos mismos que la ofrecen. Pero no todos los hijos de Israel, sino únicamente aquellos que son puros (cf. Lv 7,9 [7,19]); porque solamente los que son puros tienen orden de comer de los sacrificios.

El ser humano es un microcosmos espiritual

Pero todas estas víctimas, tú que eres “un judío en lo secreto” (cf. Rm 2,29), no las buscas en los animales visibles, ni creas que se encuentra entre el ganado mudo lo que se debe ofrecer a Dios. Estas víctimas búscalas dentro de ti mismo y las encontrarás dentro de tu alma. Comprende que tienes dentro de ti mismo rebaños de bueyes, aquellos que fueron bendecidos en Abraham. Comprende tener en ti también rebaños de ovejas y rebaños de cabras, por los que fueron bendecidos y se multiplicaron los patriarcas. Comprende tener dentro de ti también a las aves de cielo. No te asombres que diga que todo esto está dentro de ti. Comprende que eres otro mundo en pequeño, y que dentro de ti hay un sol, hay una luna, hay estrellas. Porque si no fuera así nunca el Señor había dicho a Abraham: “Contempla el cielo y mira las estrellas: ¿acaso pueden contarse en su multitud? Así será tu descendencia” (Gn 15,5). No te asombres, digo, si se le dice a Abraham: “Así será tu descendencia, como son las estrellas del cielo” (cf. Gn 15,5); es claro que (se trata) de aquellos que, nacidos de su fe (cf. Rm 3,26), viven racionalmente[9] y observan las leyes y los preceptos divinos. Oye además lo que el Salvador dice a (sus) discípulos: “Ustedes son la luz del mundo” (Mt 5,14). ¿Dudas que en tu interior hay un sol y una luna, cuando se te dice que eres la luz del mundo?

Debemos ofrecer víctimas espirituales

¿Quieres todavía escuchar algo más sobre ti mismo, no sea que considerándote poca cosa y de baja condición[10], desprecies tu vida como vil? Este mundo tiene su gobernador, tiene a Dios omnipotente que lo rige y habita en él, como Él mismo lo dice por el profeta: “¿No lleno yo el cielo y la tierra, dice el Señor?” (Jr 23,24). Escucha, por consiguiente, al mismo Dios omnipotente que dice sobre ti, esto es a los hombres: “Habitaré, dice, en ellos y caminaré en medio de ellos” (cf. 2 Co 6,16). Más aún, añade otra cosa respecto a tu persona: “Y seré, dice, para ellos un Padre, y ellos serán para mí hijos e hijas, dice el Señor” (2 Co 6,18). Este mundo tiene al Hijo de Dios, tiene al Espíritu Santo, como lo dice el profeta: “Por la Palabra del Señor fueron hechos los cielos, y por el Espíritu de su boca todas sus potestades” (Sal 32 [33],6); y también en otro lugar: “El Espíritu del Señor ha llenado el orbe de la tierra” (Sb 1,7). Oye asimismo lo que te dice Cristo: “Y he aquí que yo estoy con ustedes todos los días hasta la consumación del tiempo” (Mt 28,20). Y sobre el Espíritu Santo se dice: “Infundiré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán” (Jl 2,28). Por tanto, cuando veas que tienes todas las cosas que el mundo tiene, no debes dudar que también los animales -que se ofrecen como víctimas- los tienes dentro de ti; y de esos mismos debes ofrecer espiritualmente las víctimas.



[1] El texto latino lee deprecari. Otras traducciones: para el rito de absolución; para hacer la expiación; para suplicar…

[2] Conservado en la Filocalia sobre las Escrituras, 1,30; Sources chrétiennes 302, Paris, Eds. du Cerf, 1983, pp. 230 ss.

[3] Lit.: encerrada; comprendida (katalambanonoménes).

[4] O: de consagración, como traduce la Vulgata (ariete consecrationis).

[5] Una traducción menos literal: no puede alcanzar a…

[6] Esta cita bíblica y la siguiente no son referencias precisas.

[7] Olokaytoma: holocausto.

[8] Olokárpoma: ofrenda de frutos, holocausto.

[9] Otra traducción, menos literal: espiritualmente.

[10] Humilia.