OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (351)

Cristo en majestad

1150-1175

Sacramental

Florencia, Italia

Orígenes, Dieciséis homilías sobre el Levítico

Homilía III: Sobre los sacrificios de expiación en casos especiales

Sobre lo que está escrito: “Si peca un alma[1] y oyó la voz del juramento, y fue testigo de un hecho que vio o conoció, si no lo denuncia, también esa misma (persona) asume su pecado. Y toda alma que toque cualquier cosa impura, un cadáver o una fiera capturada” (Lv 5,1-2), y lo demás.

El sacrificio de Cristo

1. (Esta) palabra trata sobre los sacrificios que son ofrecidos por quienes pecaron por ignorancia, sin quererlo. De lo cual también más arriba, cuando hablamos del sacrificio de pontífice, observamos que no está escrito sobre la ignorancia de su parte (Hom. 2,1). Pero si recuerdan bien nuestras palabras, pueden decirnos que el sacrificio que presenta el pontífice (cf. Lv 4,3), podemos considerarlo como figura del de Cristo (cf. Hom. 2,3). Y no se ve conveniente que se diga que Cristo, “que no conoció pecado” (2 Co 5,21), haya ofrecido un sacrificio por el pecado, por más que se trate de un misterio, y que Él mismo sea presentado como pontífice y como víctima. Por tanto, mira si también a esto (no) podemos salirle al encuentro del siguiente modo: porque ciertamente Cristo no cometió pecado, sin embargo, “por nosotros se hizo pecado” (cf. 1 P 2,22; 2 Co 5,21). Aunque era de condición divina se dignó ser de condición servil; aunque es inmortal, murió; impasible, sufrió; e invisible, se (dejó) ver. Y, porque para todos nosotros la muerte y todas las demás debilidades de la carne fueron añadidas por la condición pecadora, quien “se hizo semejante a los hombres y en (su) aspecto fue reconocido como un hombre” (cf. Flp 2,6. 7), sin duda, por el pecado que recibió de nosotros, puesto que “cargó con nuestros pecados” (cf. 1 P 2,24), “ofreció un ternero sin defecto” (Lv 4,3), “en sacrificio a Dios” (cf. Ef 5,2), es decir, su carne incontaminada.

El escándalo de la Encarnación

¿Pero qué hacemos respecto de lo que se añade a continuación? Donde, en efecto, dice: “Si el pontífice que ha sido ungido ciertamente pecare”, allí se agrega: “haciendo pecar al pueblo, hará una ofrenda por (su) pecado” (Lv 4,3). ¿Cómo, entonces, aceptar que por la carne, que Jesús había recibido de nosotros, hecho pecado Él mismo, haya hecho pecar al pueblo? Escucha también sobre esto, si es que podemos responder con alguna lógica[2]. La pasión de Cristo confiere vida a los creyentes, pero muerte a los no creyentes. Porque aunque sea salvación y justificación para los gentiles, por su cruz, sin embargo, es muerte y condenación para los judíos. Puesto que así está escrito en los Evangelios: “He aquí que éste ha nacido para la ruina y la resurrección de muchos” (Lc 2,34). Y de este modo, por su pecado, esto es por (su) carne puesta en la cruz, en la cual recibió nuestros pecados, a nosotros que sin duda creemos, nos liberó del pecado; en cambio, “al pueblo no creyente” (cf. Rm 10,21) lo hizo pecar, en quienes al mal de la incredulidad se sumó también la impiedad del sacrilegio. Y de esta forma ese pontífice por su pecado hizo pecar al pueblo cuando, unido a la carne, pudo ser arrestado y entregado a la muerte. En efecto, supongamos, por ejemplo, que “el Señor de majestad” (cf. Sal 28 [29],3) no hubiera venido en la carne, no hubiera refutado a los judíos, no les hubiera resultado intolerable hasta su visión, ni ciertamente hubiera podido ser arrestado ni atado, jamás, sin duda, hubiera caído su sangre sobre ellos y sus hijos (cf. Mt 27,25). Pero puesto que vino en la carne y por nosotros se hizo pecado (cf. 2 Co 5,21), también pudo padecer esos (sufrimientos). Por ello se dice que “hizo pecar al pueblo”, permitiendo que pudiera pecar contra Él.

La corrección fraterna

2. Pero veamos ya cómo obra también el alma “que oye la voz del juramento y es testigo, o que ve y conoce algo y no lo señala, por lo cual ella misma recibe asimismo su pecado” (cf. Lv 5,1).

Esto también según la historia nos instruye y nos enseña, no sea que alguna vez manchemos nuestras conciencia con los pecados de otro, ni prestemos consentimiento a los que hacen el mal. Pero digo consentimiento no sólo a obrar del mismo modo, sino también a callar acciones que son ilícitas. ¿Quieres saber por qué esto concuerda asimismo con los preceptos evangélicos? El Señor mismo dice: “Si vieras que tu hermano peca, corrígelo a solas, entre tú y él. Si te oye, habrás ganado a tu hermano. Si no te oye, llama a otros dos o tres. Si ni a estos mismo escucha, dilo a la Iglesia. Pero si ni siquiera a la Iglesia escuchare, que sea para ti como un pagano y un publicano” (Mt 18,15-17). El precepto evangélico es dado de una forma más perfecta, estableciendo el modo y la disciplina para la denuncia del pecado. Porque no quiere, si acaso has visto el pecado de tu hermano, que vayas de inmediato hacia lo público, y proclames y divulgues por todas partes los pecados ajenos; lo que ciertamente sería no para corregir, sino más bien para infamar. “Corrígelo a solas, dice (el Señor), entre tú y él” (cf. Mt 18,15). Porque cuando vea que se guarda el secreto, aquel que ha pecado custodiará el pudor de la corrección; pero si ve que se lo difama, en seguida se pasará a una negación descarada, y no sólo no habrás corregido (su) pecado, sino que incluso lo duplicarás. Por tanto, aprende el orden de los Evangelios. Primero, dice (el Señor), “a solas entre tú y él”. Segundo, “llama a otros dos o tres”. ¿Por qué dos o tres? Porque, dice (la Escritura), “en la boca de dos o tres testigos estará toda decisión” (Mt 18,16). Por eso ciertamente ordena, en tercer lugar, presentar la corrección a la Iglesia, (y) quiere que en segundo término se llame a dos o tres testigos. Amonestado en su presencia, si no quiere enmendarse, cuando su pecado fuere denunciado a la Iglesia, podrá ser confutado por los testigos recientemente llamados. Porque sucede frecuentemente que, a quien cumple el mandato evangélico, se le vea (como) calumniador si presenta la falta a la Iglesia y carece de testigos. Por tanto, para que no ocurra esto, se ordena llamar a dos o tres testigos en la segunda reunión. Por consiguiente, cuando en el Evangelio también tal es el mandato y la Ley ordena que si calla asume su pecado, hay que saber que si alguien ve a su prójimo en flagrante delito y no lo señala según la regla dada más arriba, o llamado a testimoniar no dice la verdad, el pecado que cometió aquél, y que ha ocultado, él mismo lo asume; y la pena de (la falta) cometida recaerá sobre el cómplice. Suficiente, entonces, sobre este argumento, lo que nos enseña el texto mismo de la historia.

No callar la verdad

Sin embargo, pienso también que aquella persona que lee lo que (está) escrito en la Ley de Dios: “El Señor lo ha jurado y no se arrepentirá; tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec” (Sal 109 [110],4), “oye la voz del juramento” (cf. Lv 5,1), como hacen los escribas y fariseos, meditando siempre (sobre) esto, pero la callan y no quieren anunciarla al pueblo, no dando testimonio de la venida de Cristo. Por eso, entonces, ellos mismos llevarán el pecado, por no haber anunciado al pueblo las cosas que son verdaderas, hicieron pecar a Israel.

[1] Anima, que también traducimos por persona.

[2] Consequentia.