OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (349)

La ofrenda de la viuda pobre

1884

Biblia para niños

Londres

Orígenes, Dieciséis homilías sobre el Levítico

Homilía II: Sobre el rito de los sacrificios

El sentido moral

4. Pero según el sentido moral puede verse en este pontífice el sentimiento de piedad y religión que, por nuestras oraciones y súplicas derramadas ante Dios, desempeña en nosotros como un sacerdocio. Ése si delinque en algo, de inmediato hace pecar a todo el pueblo (cf. Lv 4,3) de buenas acciones que está dentro nuestro. Porque no realizamos ninguna obra recta cuando (ese) sentimiento, guía de las buenas obras, se inclina al mal. Y así su enmienda no requiere cualquier víctima, sino el sacrificio del mismo ternero cebado (cf. Lc 15,23). De modo semejante, también el pecado de la comunidad, esto es la enmienda de todas las virtudes que están dentro nuestro, no puede ser reparado de otra forma que con la muerte de Cristo.

La ofrenda por el pecado del jefe

“Pero si un jefe es el que peca, se ofrecerá un chivo del (ganado) caprino” (cf. Lv 4,22-23). Se puede ver en este jefe la fuerza de la razón, que está dentro nuestro. La cual si peca en nosotros para que hagamos algo necio, temamos mucho aquella sentencia del Salvador que dice: “Ustedes son sal de la tierra, pero si la sal se torna insípida, para nada sirve, sino para ser arrojada fuera y pisoteada por los hombres” (Mt 5,13). Por tanto, también éste (= el jefe) tiene su víctima.

Pero asimismo “un alma, dice (la Escritura), si peca, que ofrezca igualmente una cabra hembra” (cf. Lv 4,27-28), conforme a aquella sustitución de víctimas que recordamos más arriba.

Los siete caminos del perdón de los pecados

Pero, tal vez, los oyentes de la Iglesia digan: “Los antiguos eran más favorecidos que nosotros, ya que los sacrificios ofrecidos según diversos ritos les procuraban el perdón de los pecados. Entre nosotros solamente hay un perdón de los pecados, que se da en el inicio por la gracia del bautismo. Después de esto, ninguna misericordia, ningún perdón se concede al pecador”. Ciertamente una disciplina más rigurosa  conviene al cristiano, “por quien Cristo murió” (cf. Rm 14,15). Por aquellos se degollaban ovejas, cabras, bovinos, aves, y se ofrecía flor de harina. Por ti fue degollado el Hijo de Dios, ¿y te delitas en pecar de nuevo? No obstante, que esto no te arroje en la desesperación, sino que estimule tu ánimo para la virtud. Oíste cuántos son en la Ley los sacrificios por los pecados. Oye ahora cuántas son las remisiones de los pecados en los Evangelios.

Esta es la primera: cuando somos bautizados para la remisión de los pecados (cf. Mc 1,4). La segunda remisión es la pasión del martirio. La tercera es la que se da en la limosna, porque dice el Salvador: “Den más bien lo que tienen, y he aquí que todo será puro para ustedes” (Lc 11,41). Hay para nosotros una cuarta remisión de los pecados por esto: cuando también nosotros perdonamos los pecados a nuestros hermanos; porque así lo dice el mismo Señor y Salvador: “Si perdonan de corazón a sus hermanos sus pecados, también su Padre les perdonará sus pecados. Pero si no perdonan de corazón a sus hermanos, tampoco su Padre los perdonará a ustedes” (Mt 6,14. 15). Y así nos enseña a decir en la oración: “Perdona nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores” (Mt 6,12). La quinta remisión de los pecados es cuando se convierte a un pecador de su camino errado. Puesto que esto dice la divina Escritura: “Quien convierte a un pecador de su camino errado, salva (su) alma de la muerte y cubrirá una multitud de pecados” (St 5,20). Hay asimismo una sexta remisión por la abundancia de la caridad, como también dice el mismo Señor: “En verdad te digo que le han sido perdonados sus muchos pecados porque amó mucho” (Lc 7,47); y el Apóstol dice: “La caridad cubre una multitud de pecados” (1 P 4,8). Todavía hay incluso una séptima, aunque dura y laboriosa: la remisión de los pecados por la penitencia; cuando el pecador lava “con lágrimas su lecho” (cf. Sal 6,7), y “sus lágrimas son su pan noche y día” (cf. Sal 41 [42],4); cuando no se avergüenza de declarar (su) pecado al sacerdote del Señor y pedir un remedio, según aquel que dice: «Dije: “Confesaré al Señor, contra mí, mi injusticia”, y Tú perdonaste la impiedad de mi corazón» (Sal 31 [32],5). En lo cual se cumple asimismo aquello que decía el apóstol Santiago: “Si alguien está enfermo, que llame a los presbíteros de la Iglesia, y que le impongan las manos, ungiéndolo con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de la fe salvará al enfermo, y si ha cometido pecados, le serán perdonados” (St 5,14-15).

Interpretación espiritual de los antiguos sacrificios y ofrendas

También tú, por tanto, cuando vienes a la gracia del bautismo ofreces un ternero, porque en “fuiste bautizado en la muerte de Cristo (cf. Rm 6,3). En cambio, cuando eres conducido al martirio, ofreces un macho cabrío porque degüellas al diablo, el autor del pecado. Cuando haces limosna y prodigas a los indigentes el afecto de la misericordia con solícita piedad, colmas el altar sagrado con cabritos pingües. Y si “perdonas de corazón el pecado de tu hermano” (cf. Mt 18,35), y cortas el tumor de la cólera, recobrando en ti un ánimo afable[1]y simple, inmolas en sacrificio un carnero o un cordero, tenlo por seguro. Además, si instruido por las divinas lecciones, “meditando como la paloma” (cf. Is 38.14) y velando en la Ley del Señor día y noche (cf. Sal 1,2), conviertes al pecador de su error, y lo haces pasar de la abyecta perversidad hacia la simplicidad de la paloma y lo haces imitar, por su adhesión a la santo, la unión de la tórtola, ofreces al Señor “un par de tórtolas o dos pichones de paloma” (cf. Lv 1,14). Si esta caridad, que es mayor que la esperanza y la fe (cf. 1 Co 13,13), abundare en tu corazón para que así ames a tu prójimo no sólo como a ti mismo (cf. Mt 19,19), sino como te muestra Aquél que decía: “Nadie tiene mayor caridad que el que da su vida por sus amigos” (Jn 15,13), conoce que ofreces panes de flor de harina cocidos en el óleo (cf. Lv 2,4) de la caridad, sin ningún “fermento de maldad y perversidad, con los ázimos de la sinceridad y de la verdad” (cf. 1 Co 5,8). Y si estuvieras en la amargura del llanto, consumido por el luto, las lágrimas y las lamentaciones, si mortificas tu carne y la secas con los ayunos y muchas abstinencias, y dijeres: “Mis huesos están quemados como una sartén” (cf. Sal 101 [102],4), entonces ofreces “un sacrificio de flor de harina (cocida) en la sartén o en la parrilla” (cf. Lv 2,4). Y de este modo tú ofreces con más verdad y mayor perfección, según el Evangelio, los sacrificios que, según la Ley, Israel ya no puede ofrecer.



[1] Mitis: dulce, suave.