OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (343)

El evangelista san Marcos y su símbolo

Siglo IX

Inglaterra

Orígenes, Dieciséis homilías sobre el Levítico

Homilía I: El holocausto del ternero joven

Los primeros capítulos del Levítico

2. El principio del Levítico dice: “El Señor llamó a Moisés y le habló desde el tabernáculo del testimonio” (Lv 1,1), para que promulgara a los hijos de Israel las leyes de los sacrificios y de las ofrendas, y dijo: “Si un hombre hace una ofrenda a Dios, ofrecerá del ganado mayor o menor” (Lv 1,2), es decir, corderos o cabritos. “Pero si se trata de aves, tórtolas o pichones de palomas” (Lv 2,14).

“Pero si” no un hombre, sino “un alma hace una ofrenda a Dios, que ofrezca, dice (la Escritura), de flor de harina, panes ázimos cocidos en el horno, o a lo menos flor de harina (cocida) en la sartén, rociada en aceite, o (cocida) en la parrilla, amasada igualmente con aceite” (cf. Lv 2,1. 4. 5).

Además, a continuación, se nos enseña que absolutamente nada fermentado debe ofrecerse en el altar de Dios, ni en ninguna circunstancia mezclar miel a los sacrificios, sino salar con sal todo sacrificio u ofrenda (cf. Lv 2,11. 13).

En segundo lugar, legisla sobre los sacrificios de las primicias, que manda se ofrezcan al Señor “frescas, horneadas[1] y bien purificadas” (cf. Lv 2,14).

Después, esta misma ley contiene un agregado sobre los sacrificios de salvación[2], primero del ganado mayor, segundo sobre el ganado menor, en los cuales sin embargo es lícito ofrecer tanto para los corderos, como para los cabritos, hembras o machos (cf. Lv 3,1. 6. 7. 12), y nada prescribe ofrecer, fuera de estos animales, en los sacrificios de salvación.

¿A quién se llama hombre?

Pero volvamos un poco hacia atrás y veamos ante todo qué es lo que dice: “Si un hombre de entre ustedes presenta una ofrenda” (Lv 1,2), como si algún otro que un ser humano (lit.: hombre) pudiese presentar una ofrenda. Y ciertamente hubiese sido suficiente decir: si alguno de entre ustedes presenta una ofrenda, pero aquí dice: “Si un hombre de entre ustedes presenta una ofrenda”; y en lo que sigue dice: “Pero si un alma presenta una ofrenda” (cf. Lv 2,1). En lo que viene después, más adelante, cuando el Señor ya habla por segunda vez a Moisés y le ordena ofrecer sacrificios por el pecado, así dice: “Si un pontífice peca, ofrecerá esto y aquello” (cf. Lv 4,3); o “si toda la comunidad peca”, o “si un jefe peca”, o “si un alma peca” (cf. Lv 4,13. 22. 27), se manda a cada uno en particular lo que debe ofrecer. ¿Entonces qué? ¿Creemos que (es) vana esta distinción de personas que establece una ofrenda para el que (es) llamado hombre, otra para el alma, otra para el pontífice, pero otra para la comunidad, otra también para el jefe, o para una sola alma? Mientras tanto, yo, según mi humilde parecer, considero que en este lugar por hombre, designado y puesto antes que todos (los demás apelativos) para presentar una ofrenda a Dios, hay que entender ante todo al género humano, y éste mismo que se llama hombre (es) quien debe ofrecer “en holocausto un ternero sin defecto[3] del ganado” (cf. Lv 1,3-5).

El ternero

Pero este ternero sin defecto, mira si no es aquel “ternero cebado” que el padre degolló, por el regreso y la recuperación de aquel hijo suyo que había perdido y que “había dilapidado todos sus bienes”, e hizo un gran banquete, y hubo tal alegría que “los ángeles se regocijaron en el cielo por un pecador que hizo penitencia” (cf. Lc 15,10). Por tanto, este hombre que estaba perdido y fue encontrado, que nada tenía de sus propios bienes -“porque había dilapidado todo viviendo lujuriosamente” (cf. Lc 15,23 ss. 30. 32)- encontró este ternero, ciertamente enviado del cielo, pero que provenía del orden de los patriarcas y asociado a las generaciones sucesivas desde Abraham (cf. Mt 1,1 ss.); y por eso no dice un ternero y nada más, como para que se crea que prescribe un ternero cualquiera, sino un ternero del ganado, esto es, proveniente de la generación de los patriarcas.

“Sin defecto”

Y es “un macho sin defecto” (cf. Lv 1,3). “Macho” es en verdad quien no conoce el pecado, el cual es una debilidad femenina. Por consiguiente, sólo aquél macho, sólo el que no tiene defecto, que “no comete pecado, ni se encuentra mentira en su boca” (Is 53,9; cf. Sal 14 [15],2-3), y que (es) “grato ante el Señor”, es ofrecido “a la entrada[4] del tabernáculo” (cf. Lv 1,3). A la entrada del tabernáculo: no es el interior[5], sino fuera de la entrada. Porque Jesús estuvo fuera de la entrada, puesto que “vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron” (Jn 1,11). Por tanto, no entró en aquel tabernáculo al que había venido, sino que fue ofrecido en holocausto en la entrada, porque padeció “fuera del campamento” (cf. Lv 4,12). En efecto, también aquellos malos “viñadores cuando llegó el hijo del padre de familia, lo echaron fuera de la viña y lo mataron” (cf. Mt 21,38 ss.). Esta es, entonces, (la ofrenda) que se presenta “a la entrada del tabernáculo, agradable al Señor” (cf. Lv 1,3). ¿Qué hay tan grato como la víctima de Cristo, “que se ofreció a sí mismo a Dios” (cf. Hb 9,14)?

Cargó con los pecados del género humano

3. Y sin embargo: “Impondrá, dice (la Escritura), su mano sobre la cabeza de la víctima y degollará el ternero ante el Señor; y los hijos de Aarón el sacerdote ofrecerán la sangre, y derramarán la sangre alrededor del altar, que está a la entrada del tabernáculo[6] del testimonio” (Lv 1,4. 5). Puede parecer que esto se dijo sobre los hijos de Aarón, entre los cuales estaban Anás, Caifás y todos los otros que “se reunieron[7] contra Jesús, lo declararon reo de muerte” (cf. Mt 27,1; Jn 18,13 ss.) y derramaron su sangre “alrededor de la base del altar del tabernáculo del testimonio” (cf. Lv 4,7; 1,5). En efecto, allí derramaron la sangre, donde estaba el altar y su base, como también el Señor mismo dijo: “Porque no conviene que un profeta muera fuera de Jerusalén” (Lc 13,33). Por tanto, “puso su mano sobre la cabeza del ternero” (cf. Lv 1,4), esto es, puso sobre su cuerpo los pecados del género humano; puesto que Él mismo es la cabeza del cuerpo de su Iglesia (cf. Ef 1,22. 23).

El sacrificio de Cristo

Pero también esto probablemente lo hace no sin razón, cuando más arriba dijo: “Lo llevará a la entrada del tabernáculo del testimonio” (Lv 1,3), lo repite en lo que sigue y de nuevo dice: “Al altar que está a la entrada del tabernáculo del testimonio” (Lv 1,5), como si no fuera suficiente designar una sola vez el mismo lugar en la misma narración. A no ser que, tal vez, por esto quiera comprender que la sangre de Jesús no sólo se derramó en Jerusalén, donde estaba el altar y su base, y el tabernáculo del testimonio, sino también sobre el altar de lo alto[8], que está en el cielo, donde asimismo está “la Iglesia de los primogénitos” (cf. Hb 12,23); como también lo dice el Apóstol: “Pacificó por la sangre de su cruz tanto lo que está en la tierra como lo que está en el cielo” (Col 1,20). Por eso con razón menciona por segunda vez “el altar que está a la entrada del tabernáculo del testimonio” (cf. Lv 1,5), porque no sólo por los habitantes de la tierra, sino también por los del cielo, Jesús se ofreció como víctima; y aquí (abajo) ciertamente por los hombres derramó la materia corporal de su sangre; pero en los cielos, por el ministerio de los sacerdotes -si es que existe en aquel lugar-, inmoló la fuerza vital de su cuerpo como sacrificio espiritual[9].

Un sacrificio doble

¿Quieres saber por qué había en Él una doble víctima, conveniente para los (habitantes) de la tierra y apta para los del cielo? El Apóstol escribiendo a los Hebreos dice: “A través del velo, es decir, su carne” (Hb 10,20). Y de nuevo interpreta ese velo interior (como) el cielo, en que penetró Jesús, y “por nosotros está ahora presente ante el rostro de Dios” (cf. Hb 9,24), “siempre, dice (la Escritura), viviente para interceder por ellos” (Hb 7,25). Por tanto, si se entienden dos velos, a través de los cuales Jesús hizo su ingreso como pontífice, consecuentemente hay que comprender también un doble sacrificio, por el cual ha salvado lo que (está) en la tierra y lo que (está) en el cielo[10]. Y además, lo que sigue también parece convenir mejor a un sacrificio celestial que a uno terreno.



[1] Tosta, lit.: asar, tostar.

[2] Sacrificiis salutaribus.

[3] Lit.: sin mancha (sine macula).

[4] O: entrada.

[5] Lit.: dentro de la entrada (intra ostium).

[6] O: carpa, tienda.

[7] Consilium agentes.

[8] O: superior, celestial (supernus).

[9] «… Humanamente circunscrito en el espacio y en el tiempo, el sacrificio procura la gracia a las criaturas de todos los tiempos, dentro y fuera del espacio temporal. Único sacrificio, doble eficacia. “El mismo sacrificio, una sola vez ofrecido al fin de los tiempos, fue doblemente ofrecido, materialmente en la muerte corporal sobre la tierra, espiritualmente en el cielo” (Von Balthasar)» (SCh 286, p. 364).

[10] Per quod et terrestria salvaverit et caelestia.